La cometa de Almería. ¡Que me bajen la luna!

Cuenta y razón

De cometas que volaban hace años por el cielo de Almería

El marqués de Torre Alta. Cambió petróleo por agua en Almería

El vuelo de cometas es todo un arte
El vuelo de cometas es todo un arte / D.A.
José Luis Ruz Márquez - Catedrático licenciado en Bellas Artes

28 de abril 2025 - 08:00

Un día de finales del siglo XIX el licenciado Amat corre de un lado para otro desde de su plaza de Bendicho, a la de la Catedral rompiendo siestas con desaforados gritos:

-¡La luna…! ¡Que me bajen la luna!

Mientras en las ventanas y balcones el sorprendido vecindario sin saber qué hacer solo atina a decir:

-Qué lastimica de don Onofre…

Tan listo, tan abogado, se le había ido la cabeza. Pero la verdad era que el hombre había hecho en casa un escondrijo en el que guardó un buen fajo de billetes y quiso la mala suerte que los encontrara uno de sus hijos, el que estaba sobrado de todo: de kilos, de anillos -dos o tres se ponía por dedo- y de años para ser niño… mientras le faltaba un hervor para ser hombre. Sin decir nada a nadie empleó las codiciadas estampas para parcheo y adorno de su cometa, de su “luna”, que en mala hora ha echado a volar para desesperación paterna. Don Onofre, con la cordura que nunca había perdido, recupera al fin su “luna” sus papeles de curso legal y los vuelve a guardar en un nuevo escondite. Tal vez el mismo en el que mucho después encontrarán los albañiles unas monedas de oro que en Almería tanto o más dieron que hablar que en Cádiz los duros antiguos. Y es que los secretos de papá Onofre estaban construidos con un esmero tan solo equiparable al puesto por sus buscadores en descubrirlos.

Mucho antes de ser presente de subjuntivo de un verbo peligroso, el cometa era un bolo astral de luz con rabo, que se hacía visible cuando le venía en gana, para sorpresa del humano que, andando el tiempo, lo acabó nombrando en femenino para que volara como figura animada y geométrica. Tarasca china fue, y luna y pandera y estrella… un mundo alejado de sus parientes astronómicos y por tanto cálido y divertido. Por eso yo soy más de cometa con la. De la cometa científica alumbradora del pararrayo, de la que fundamenta el aeroplano… Sí, pero sobre todo de la de mis juegos infantiles, de aquella hecha a medias con los amigos, con tiras de caña, papel de seda y engrudo de harina. La que volé en la ignorancia de que muchos años antes otros niños la habían elevado, hasta rascar con ella las panzas de las nubes…

Voladas en Almería desde tiempo inmemorial es a partir de la mitad del siglo XIX cuando experimenta un sorprendente auge. Era oír el viento, aquel al que Celia Viñas quería silenciar sin éxito -”Que se calle el viento tonto / novio de las azoteas”- , y estas se poblaban de muchachos dispuestos a volar, a echar hilo a la cometa.. ante el asombro del hermanico, y de los gallos peleones, los conejos y las gallinas allí enjaulados. Se podría decir que, desprovistas de ropa tendida, aquellas techumbres se convertían en plataforma de despegue y aterrizaje, de control de aquella extraña aeronave, la única que deja en tierra piloto y motor, que los dos son uno.

Movidas por el mero placer de verlas subir y planear en las alturas, al ser cosa de adiestramiento y habilidad, no tardaría en aparecer la competición, y con ella el natural deseo del triunfo, pronto desvirtuado en un vale todo que convierte a las inocentes naves en máquina de guerra. Afiladísimas cuchillitas en sus colas, hacían que estas, bien manejadas por el cordel, cortasen las enemigas y hasta rajaran el papel de las propias cometas, haciéndolas caer estrepitosamente al suelo. Aunque yo no las peleé ni las ví pelear nunca, a la perfección sé de su teoría por habérselo leído contar a Carmen de Burgos, “La Colombine”, quien a su vez la había oído de su Dolores, “La Malcasada” que tiene en las cometas de su terrado almeriense uno de los poquitos ratos amables de su maltratada vida.

Pero no todo era juego y diversión en esta actividad que podríamos calificar de riesgo y que en nuestra ciudad dio lugar a

un “hago saber” del alcalde de 16 de marzo de 1876 que prohíbe las cometas por el daño que infligen a los hilos telegráficos y por los accidentes que provocan en las azoteas. Sin pretiles ni barandas, los terrados entrañan un peligro para los afanados en el cometeo; con los ojos en la luna, los pies de acá para allá, -¡vola, vola! ¡arría, arría!- tenían todas las papeletas para caer en el corral o en la calle, con los huesos molidos, cuando no rotos y aún con la vida perdida.

Con el antecedente de comienzo del último tercio del siglo XIX, de un joven cometero caído desde la torre de las Arcas, que desapareció para dejar sitio al hotel La Perla, los accidentes de cometa conforman una lamentable lista. De muertos: Un niño de seis años en la calle de la Marquesa y 1880, El joven de 19 años Juan López Leal en 1907… Y de heridos: Un niño en la calle de Sócrates y 1895. El niño Paquito Barroeta en la calle Sebastián Pérez y 1903, Manuel Fururia de tres años en la calle Lepanto y 1906... Una relación luctuosa a la que he pretendido quitar hierro sin conseguirlo con una nota que aparentando bromista resulta al final racista: El 27 de noviembre de 1895 un grupo de negros y negras, aprovechando la corta escala del vapor Cabo San Vicente que los lleva a Gibraltar, recorre nuestras calles tranquilamente hasta que una turba de chiquillos lo persigue y vocea, empujándolo hacia el puerto. Al pasar por el Malecón, uno de los negros compra a unos niños la cometa que ”volan” y así se la lleva hasta el vapor, entre las risas del grupo… que a mí me da que son llantos.

Siempre ellos, y casi nunca ellas, aparecidas de muy tarde en tarde como excepción de regla, tal como ocurrió en 1877 cuando en un alto terrado del Paseo, entre las buenas mozas que volaban una cometa, reconocía a su amor su enamorado:

De la estrella al ver los giros

así mi labio decía:

¡Más alta la subiría

el aire de mis suspiros!

Un verso este dedicado al amor triunfante al que se opone el huidizo y desesperanzado de Villaespesa:

¡Aquella cometa azul

con cerco de cascabeles,

que se me fue de las manos,

al querer besar tu frente;

de mi fortuna en la vida,

la imagen ha sido siempre!

Y esta es la pequeña historia, bonita como ninguna de La cometa de Almería… y ¡Que me bajen la luna!

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