El cine que amamos (III). Devoción por "Los santos ...inocentes"
Cine
Genial adaptación a la gran pantalla de la novela de Miguel Delibes por parte de Camus con un reparto que conquistó la taquilla
El cine que amamos (II). Siempre nos quedará “Casablanca”
No es casual que obras de Miguel Delibes (1920-2010), hayan sido llevadas al cine, a la televisión o al teatro. Algunos de los rasgos que más le caracterizan son también aquellos que hacen relativamente fácil su adaptación a estos medios de representación. Podemos señalar el carácter marcadamente pictórico, con énfasis en el paisaje (grandes llanuras, terrenos ásperos y duros). También la importancia del aspecto oral en la obra, con textos que reproducen con extrema fidelidad el habla popular castellana y rural, dotando así a sus historias y a sus personajes de gran realismo.
Extremadura, años sesenta. El cortijo regentado por don Pedro, el Périto (Agustín González). Se anuncia la llegada de la señora Marquesa (Mari Carrillo). Ante el acontecimiento, Paco, el Bajo (Alfredo Landa) con su mujer, Régula (Terele Pávez) y sus tres hijos vuelven al cortijo y se instalan en la vieja casa. Muy pronto se les une Azarías (Paco Rabal), el hermano disminuido de Régula.
La gran adaptación para el cine dejó en nuestra memoria la inolvidable imagen del Azarías (Paco Rabal) y su estribillo: «Milana bonita». Los santos inocentes son un viejo capaz de amaestrar pájaros y su sobrina disminuida, a la que el Azarías quiere con tanta pasión y ternura como a su «milana». Alrededor pululan hombres y mujeres atados a la tierra, acostumbrados a cumplir órdenes tantas veces caprichosas. Se denuncia la actitud autoritaria y abusiva del patrón, pero también el servilismo y la falta de coraje de los campesinos.
Gobernándolo todo, los señores hacen y deshacen desde su altura jerárquica, mezclando detalles de mezquina condescendencia con suaves puñaladas de una crueldad atroz. El señorito Iván, obsesionado por la caza y aficionado a exhibir su destreza ante ministros y embajadores, resume con su altivez la actitud de los amos, que ya difícilmente distinguen entre hombres y bestias. Pero, a pesar de su vida esclava, la gente humilde y humillada empuña una dignidad que resiste los embates más violentos, aunque caiga herida en las escaramuzas diarias.
En ese ambiente de general sometimiento, Delibes destaca el reducido mundo interior del Azarías, que sabe ver a los ángeles cuando mira a la nada. Y será precisamente la inocencia algo más que el babear y el «masticar la nada» la que, con su bobalicona sonrisa y su reducido código de conducta, ajuste las cuentas de la secular injusticia.
Como reflexión podemos decir que en “Los santos inocentes” están casi todas las notas que han caracterizado a la España rural durante siglos; una España de latifundios, de grandes desigualdades, donde los pobres no tienen derecho a la educación y viven en pequeños habitáculos de pizarra y paja.
Este filme se nos presenta como un espejo en el que mirarnos. Como sociedad. Como individuos. Y como todos los espejos, nos devuelve el reflejo de nuestro pasado para que podamos explicar nuestro presente. La imagen a la que nos enfrenta es cruda, bella, salvaje… pero sobre todo profundamente humana.
La humilde y resignada familia de Paco, el Bajo, en la Extremadura profunda de los años sesenta, atiende y sirve un cortijo, sometida a condiciones que recuerdan un régimen de explotación casi feudal, en el que el tiempo parece que se hubiera detenido, pero donde ya, tímidamente, soplan aires nuevos. Es la época de caza y Paco se ha roto un hueso de la pierna. A pesar de que su estado le impide participar en las batidas, las presiones del señorito Iván para que, como «secretario», lo acompañe ponen de manifiesto la crueldad, los abusos y la ceguera moral de una clase instalada en unos privilegios históricos que considera inalienables.
La novela se publicó en 1981 como una alegoría de la España de poseedores y desposeídos, pero más vastamente como una obra sobre la violación de las relaciones entre el hombre y la naturaleza. También, un retrato de la incultura, la pobreza y la opresión en la que vivían los trabajadores de las grandes fincas, tiene un amargo final: el repulsivo señorito Iván es brutalmente asesinado, ahorcado por Azarías, una secuencia muy aplaudida en las salas de cine. La película presenta un desenlace distinto al texto original. Sus guionistas decidieron cambiar el final y apostaron por encerrar en un psiquiátrico a Azarías.
En definitiva, se trata de un bellísimo retrato de una realidad histórica y social no tan lejana en el tiempo, con personajes tan reales, humanos y entrañables como son los que pueblan las novelas del escritor vallisoletano.
Los noventa años de vida del escritor retratan la historia misma de España, pero él fue además un hombre de lealtades que “atisbó los signos más preocupantes del porvenir”.
Curiosidades de ‘Los santos inocentes’
Paco Rabal sedujo al jurado de Cannes. El intérprete compartió el premio a Mejor Actor del Festival de Cannes de 1984 con su compañero Alfredo Landa.
Un éxito inesperado. Ni siquiera el propio Camus confiaba en su “película de catetos”, como muchos la denominaron. Sin embargo, ‘Los santos inocentes’ se convirtió en una de las cintas más taquilleras del año en España recaudando 523.904.485 millones de pesetas y permaneciendo en cartel casi año y medio. “La película fue un bombazo, todo el mundo nos felicitaba”, recuerda el director.
La ‘milana bonita’ complicó el rodaje de esta icónica secuencia. La famosa escena de la foto familiar fue de las más complicadas de rodar por culpa de la ‘milana’ que, tras escaparse al torreón, tenía que volver al hombro de Azaría. El rodaje se prolongó hasta que el animal decidió volver a posarse sobre su dueño.
Juan Diego, elegido por ‘intuición’. “Le había visto en televisión y pensaba que podía tener ese registro déspota. Y lo tenía, ya lo creo que lo tenía”, recuerda Mario Camus. Habla de la elección de Juan Diego para interpretar al personaje del Señorito Iván.
Terele Pávez se cortó el pelo ella misma para ser Régula. “Cuando contratamos a Terele Pávez nos llegaron ecos de que era un desastre, que nunca se sabía el papel. Un día la convoqué para la prueba del pelo. La peluquera la peinó, Terele se miró en el espejo, puso cara de vinagre, se metió al baño y al rato salió y dijo: ‘Esta es Régula”, recuerda el director
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