El cine que amamos (II). Siempre nos quedará “Casablanca”

Cine

Más de tres cuartos de siglo (78 años) han pasado sobre “Casablanca” sin lograr arrinconarla en el desván del olvido ni agotar el juego de sus fotogramas

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Escena mítica del largometraje
Escena mítica del largometraje / D.A.

Durante tantos años, millones y millones de espectadores, incontables estudios, críticas, e interpretaciones han pasado por el tamiz de esta cinta. Llegar hoy a la película, como yo he llegado no hace mucho tiempo por enésima vez, es recorrer un camino de retorno en el que inevitablemente nos detenemos. Ya no es posible la mirada virgen de esta cinta, en cada una de sus secuencias se acumulan una espesa costra de lecturas y mitologías que se engarzan a los ojos.

La película se estrenó en Nueva York el 26 de noviembre de 1942, el día de Acción de Gracias, incluso esa tarde-noche hubo una pequeña parada militar delante del cine, con banderas francesas y americanas. Hasta en su presentación se alinearon los astros que llevaron a buen puerto un rodaje llamado al desastre.

“Casablanca” nació como una respuesta de la Warner Bross a “Argel”, de la Metro Goldwyn Mayer. Su origen era una obra de teatro que nunca llegó a estrenarse, “Todo el mundo viene al Rick´s”. Su autor, Murray Burnett, había visitado un club nocturno en el que un cantante negro cautivaba al público con melodías populares.

En enero de 1943 se programó en doscientos cines de todo el país, batiendo con prontitud récord de recaudación. En España llegó a finales de 1946. El filme dirigido por Michael Curtiz y protagonizada por Ingrid Bergman y Humphrey Bogart supuso, y es aun hoy, uno de los títulos emblemáticos de la cinematografía mundial, al margen de otras consideraciones, e incluso al socaire de la opinión de Humberto Eco, quien en su día afirmó que “desde un punto de vista crítico, “Casablanca” es una película mediocre”.

Sea como fuere, el filme alcanzó la gloria y lanzó al estrellato a los protagonistas, después de un sinfín de dificultades. Así por encima –el productor Hal B. Wallis quiso en primera instancia que el director fuera W. Wyler; el guión original hubo de ser remodelado por su escasa eficacia; y el reparto se cambió a última hora, pese a que estaba pensado para Ronald Reagan, Ann Sheridan y Dennis Morgan- y un incierto final nunca desvelado.

Su héroe es Rick (Humphrey Bogart), el cínico y absurdamente bien vestido estadounidense propietario de un club nocturno en la ciudad marroquí, afirma que no le importa la guerra que está destrozando Europa. Pero su dura coraza se agrieta y desmorona con la llegada de una cliente especialmente bella, Ilsa Lund (Ingrid Bergman), la mujer de quien se enamoró en París apenas dos años antes. Lo que Rick desconocía era que Ilsa estaba casada en esa época con el líder de la resistencia checa, Victor Laszlo (Paul Henreid), de quien ella creía que había muerto en un campo de concentración alemán. Cuando supo que Laszlo seguía con vida, abandonó a Rick y regresó con su marido. Y ahora Laszlo e Ilsa llegan al bar que Rick abrió en Casablanca para tratar de olvidarla.

Intensa escena entre Bogart y Bergman
Intensa escena entre Bogart y Bergman / D.A.

Ahora, Rick tiene que decidir si deja que Laszlo caiga en las garras de un oficial de la Gestapo, el mayor Strasser (Conrad Veidt) o si hacerle llegar dos "cartas de libre tránsito", que les permitirán escapar de Marruecos.

Así, aunque la historia de Rick e Ilsa es una fantasía de Hollywood —para empezar, nunca hubo oficiales nazis en la verdadera Casablanca—, se basa en las propias experiencias traumáticas del elenco. Esa es una de las razones por las cuales la película es tan poderosa, independientemente de que la audiencia conozca los antecedentes de los actores o no.

"Si piensas en…esos pequeños papeles siendo interpretados por actores de Hollywood fingiendo los acentos, la película no habría tenido nada similar al color y al tono que tuvo”. Por suerte, en Los Ángeles (1942) no era muy diferente del café de Rick. Era el lugar donde los exiliados judíos de toda Europa se reunían, practicaban su inglés, disfrutaban de la hospitalidad y del compañerismo, y soñaban con vidas más felices.

Y si la trama de "Casablanca" defiende la idea de ayudar a los refugiados, la propia existencia de la película es también un fuerte argumento.

Casablanca es probablemente la película más citada de Hollywood y también la que más citas erradas ha generado. Se cuenta que muchas escenas hicieron llorar a los actores y al equipo de filmación, en parte porque muchos de ellos eran verdaderos refugiados "Casi todos los casi 75 actores y actrices que participaron en Casablanca eran inmigrantes", dice Noah Isenberg en su nuevo libro acerca de la película, "Siempre tendremos Casablanca". "Entre los 14 que se ganaron un lugar en los créditos de la película, solo tres nacieron en Estados Unidos: Humphrey Bogart, Dooley Wilson (el pianista del café, Sam), y Joy Page".

Dejando de lado el trágico romance, Casablanca tiene más humor que la mayor parte de las comedias y mejores canciones que gran parte de los musicales. Fue adaptada de la obra, Everybody Comes to Rick's ("Todo el mundo acude al bar de Rick") de Murray Burnett y Joan Alison.

Bogart escucha atentamente a Sam tocándola otra vez
Bogart escucha atentamente a Sam tocándola otra vez / D.A.

Sus frases más célebres

En el imaginario colectivo han quedado varias frases que han contribuido a la celebridad de esta famosa cinta. Paradójicamente, una de las frases más memorables es “tócala otra vez, Sam”, que no se reproduce literalmente en la película. Lo que realmente dice Ilsa Lund al pianista es: “Tócala una vez, Sam, en recuerdo de los viejos tiempos”, en su versión original en inglés, pero eso no ha evitado que todos sigamos citándola desde entonces.

Otra de las citas más recordadas es “presiento que esto es el comienzo de una gran amistad”, la famosa última frase que Bogart le dice a Claude Rains, el prefecto de la policía de Louis Renault. Curiosamente fue incorporada por Wallis, el productor, una vez finalizada la grabación.

Y, por último, “siempre nos quedará París”, convertida en cliché para cinéfilos, se la dice Bogart a Bergman cuando se despide para siempre. Con la decisión tomada, evoca lo imborrable de lo compartido.

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