La "charca" de la discordia

La gran superficie de agua que configura la fisionomía urbana de Las Norias de Dazas en El Ejido se ha convertido en el principal quebradero de cabeza para sus 10.000 vecinos, hartos ya de las inundaciones

Uno de los múltiples invernaderos afectados por la crecida del agua.
Norberto López / El Ejido

19 de mayo 2012 - 01:00

Se ha convertido en un vecino más, eso sí, ni siente ni padece pero lleva de cabeza a todos sus paisanos en la pedanía de Las Norias de Daza en El Ejido, porque como señalan algunos informes técnicos, puede suponer un grave riesgo para su integridad física. Se trata de la Balsa del Sapo, o la "charca", como la denominan muchos de manera despectiva. No es para menos. Su zona de influencia es tan grande ya que algunas casas se ubican a pocos metros de ella. En otros casos, como sucede en muchas explotaciones agrarias que conforman su perímetro, las fronteras entre la tierra y el agua se han diluido y ambas conviven de forma conjunta para desgracia de los agricultores.

Preguntar por ella mientras se pasea por este núcleo ejidense ya suena a chiste. Han escuchado ya tantas veces que la Junta de Andalucía va a acometer las obras de emergencia, que para muchos, "eso ya es un cuento chino", afirma una mujer mayor en el Mercado de Abastos.

Todo empezó hace ya algo más de cuatro décadas. Lo sabe muy bien Rafael Berenguel (87 años). "He nacido aquí cuando todo esto era secano y me moriré aquí" afirma con serenidad tras apuntar dos segundos antes que él fue "uno de los pioneros en sacar arena de esta zona a principios de los 70 para poder construir invernaderos en Las Marinas". Muchos entendidos señalan que esa fue la principal razón para que de la nada apareciese esta gran balsa de agua natural con miles de hectómetros cúbicos.

Berenguel explica que donde ahora hay agua antes había habas y alfalfa. "Al principio se extraía poca arena. Se cargaban de ocho a diez camiones. Cuando la gente se dio cuenta de lo bien que funcionaba el negocio otros muchos comenzaron a sacar también y pasamos a 300 y 400 camiones diarios ya en los años 80".

Y mientras tanto, según cuenta Berenguel con la naturalidad y tranquilidad que le confiere su edad, el Ayuntamiento y la Junta miraban para otro lado. "No nos decían nada. El que quería sacar arena de allí lo hacía sin ningún problema porque era su tierra. Yo tenía 13 hectáreas y llegué a socavar hasta nueve metros de profundidad con las antiguas palas cargadoras Romero Ebro".

Una sobreexplotación, que a juicio de este agricultor, generó el problema que hoy padecen los cerca de 10.000 vecinos del núcleo: inundaciones de cocheras, humedades, invernaderos imposibilitados para producir, plagas de mosquitos, etc.

El agua comenzó a brotar en los años 90 según recuerda Berenguel. En ese momento, cuando el negocio dejó de ser rentable y las filtraciones comenzaban a ser ya un hecho palpable muchos ya habían vendido sus tierras. "La Junta las expropió pagando 112 pesetas el metro. Yo tuve suerte y pude cambiar mis últimas seis hectáreas por un piso", dice.

De esta manera, tras dos décadas siendo la gallina de los huevos de oro, Las Norias daba de lado a unas tierras otrora baldías y se enfrentaba ahora a una nueva cruzada: combatir el avance imparable del agua.

El problema es que de manera simultánea a las excavaciones, Las Norias de Daza fue creciendo alrededor de las mismas. De ser un pequeño núcleo disperso de cortijos en los años 50 con menos de un centenar de habitantes, se fue convirtiendo en un conglomerado de casas unifamiliares y edificios con una gran avenida que la vertebra, la carretera de La Mojonera, que discurre como si se tratase de un espejo, de forma paralela a esta gran concentración de agua. A un lado y a otro de la misma se ubican el Mercado de Abastos, el Centro de Mayores, la gasolinera o el Punto Local de Empleo Municipal. También hay varias cooperativas agrícolas y algunas chabolas que presumen de tener una piscina de cerca de 200 hectáreas en la que conviven todo tipo de aves como garzas, patos, y una variada flora.

Acceder a la Balsa del Sapo es muy sencillo. A pesar de que está vallada en todo su perímetro, hay multitud de puntos en los que esta protección desaparece o reposa sobre el suelo. En otros, los invernaderos se convierte en su el muro de plástico que frena a duras penas su avance.

No es de extrañar por tanto, que en un lugar en el que la gran mayoría de sus habitantes tiene como medio de vida la agricultura, se mire con recelo, preocupación e indignación "la inoperancia de las administraciones", afirma uno de los vocales de la Asociación Cañada Las Norias y propietario en un bar de la localidad, Miguel López. Todos los días sirve centenares de cafés y el principal tema de conversación mientras sus clientes los consumen no es otro que la Balsa del Sapo. "Es un monotema. Desde las seis de la mañana que abro el bar hasta que lo cierro, la mayoría de vecinos se preguntan cuándo iniciará las obras la Junta y si realmente serán la solución definitiva para evacuar el agua y acabar con las inundaciones", espeta.

Un problema que para muchos lectores puede parecer trivial, pero para alguien que durante las épocas de lluvia tiene que estar evacuando agua de su garaje y gastando de su bolsillo miles de euros para combatir las humedades y evitar que su casa se resquebraje es un tema, cuanto menos, peliagudo.

En muchos casos se optó por realizar rellenos de arena para evitar que el agua llegue a las viviendas, pero las filtraciones son interminables. Algo comprensible si se tiene en cuenta que muchos de estos inmuebles se asientan prácticamente encima de donde se horadó para surtir de arena para la construcción de invernaderos. Y tal es la subida del nivel del agua, que algunos vecinos han afirmado a Diario de Almería que cuando llueve "llega a la calzada de la carretera". Es fácil imaginar las consecuencias en las casas, invernaderos y empresas que hay entre la vía de comunicación y la Balsa del Sapo.

Por ello, resulta curioso el hecho de que el denominado mar de plástico, el motor económico y de desarrollo de la comarca del Poniente, ha generado a su vez otro mar, su antítesis, la némesis para los agricultores. Unos trabajadores, que se contabilizan en centenares en la zona, que tienen gran parte de sus invernaderos anegados de agua. Algo que les impide producir hortalizas y que por ende, frena y drena sus beneficios económicos.

Y es exactamente ese lo que piden. Que se instalen los nuevos motores de drenaje y se construya el túnel que permita evacuar y drenar el mayor volumen de agua posible. Un final feliz para un núcleo de población en el que conviven cerca de cien nacionalidades, y cuyo problema no es la barrera del idioma y de la integración social, sino otro más palpable y tangible: la "charca".

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