Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
500 aniversario
Ha tocado todos los palos, demostrando su indudable buen hacer como Ingeniero, Arquitecto, Paisajista, Pintor, Escultor, Físico, Matemático, Músico, Maestro de maestros o Filosofo, otorgando valor a la palabra libertad, decantándose por el periodismo cuando envió a su Hijo, entre nosotros, otorgándole el gran don de la palabra. A eso dedicó su vida, a comunicar un mensaje cargado de Verdad y Vida. Una Verdad que ya en el siglo I tuvo que salir al frente de las Fake News que circularon para intentar amordazar su Palabra. Afortunadamente, supo rodearse de hombres y también mujeres que difundieron, no sin problemas y sacrificios, el mensaje que transformó la oscuridad en Luz eterna.
Francisco Giménez Alemán, un profeta en su tierra, ha dedicado su vida a comunicar, sabedor del poder transformador de las palabras. Desde sus diferentes puestos directivos al frente de ABC de Sevilla y Andalucía o Telemadrid ha ejercido la profesión de periodista, observando, y narrando después, desde la mirilla del Aleph borgiano, la realidad con el rigor, la objetividad y honestidad propia de quienes respetan a sus interlocutores. Quizá por eso, y sobre todo por eso, ha sido el orador de Los Coloraos, demostrando el amor por su tierra y el profundo respeto por ese grupo de hombres que lucharon contra la tiranía absolutista para que triunfara la libertad. Y por dos veces ha sido pregonero de la Patrona de Almería a quien no dudó, transformando sentimientos en palabras y delante de Almería, decirle a boca llena que la siente, siempre cerca, como madre y que la quiere con toda su alma.
Hoy, con la Virgen del Mar presidiendo el altar de la sede apostólica catedralicia de Almería, día en el que la Madre de los almerienses saldrá a bendecir nuestras calles, un hombre, Paco Gimenez Alemán transforma nuevamente en palabras su amor por Almería.
Quinientos años llevaba aguardando la Catedral de Almería la visita de la Virgen del Mar, y por fin se ha operado el milagro. Los almerienses hemos podido verla en el altar mayor, exornado con primor para recibir a la Dama que vino sobre las aguas para prender para siempre el corazón de las gentes de esta tierra.
La Catedral fortaleza de Almería es más que sin símbolo. Desde que el obispo fray Diego Fernández de Villalán pusiese la primera piedra hasta nuestros días, quinientos años nos contemplan en los que la vida de la vieja y nueva ciudad ha girado en torno a este gran templo, sin parangón en el mundo por su originalidad, sobria belleza y compendio de la espiritualidad de todo un pueblo.
La Catedral está muy a flor de piel en mis sentimientos. Desde las funciones solemnes presididas por el obispo Ródenas, las visitas escolares con los hermanos de la Salle, hasta los infames recuerdos de su incendio. Nuestra Catedral es el corazón palpitante de nuestra vida religiosa, antes en trance de abandono y hoy esplendorosa y rutilante. Mantiene desde sus orígenes el soberbio espigón al que se dirigen todos nuestras devociones: el Cristo de la Escucha, santo y seña de los fervores populares cuando rompe la madrugada del Viernes Santo a hombros de las creencias y las pasiones más entrañables de esta ciudad.
La Catedral y sus capillas, el trascoro y el tanto tiempo olvidado claustro, esencia de la personalidad arquitectónica de Almería, todo en uno era el itinerario de las frecuentes visitas a este primer templo de la Diócesis, que en ocasiones lo hice acompañado del obispo Suquía y del canónigo archivero, sabio y santo sacerdote don Juan López. Pero en la intimidad de la grandeza de la Catedral me gustaba recogerme a los pies de la bellísima Inmaculada de Alonso Cano, en el sonoro silencio de sus bóvedas, especialmente si el organista interpretaba el Gloria de la Misa de la Coronación de Mozart, posiblemente la obra más excelsa de la música universal.
La Catedral era también su plaza y su circunvalación. Todavía me sacude la emoción cuando mi cofradía de La Soledad avanza hacia la calle del Cubo, que es para mí el momento cumbre y estelar de nuestra Semana Santa. También es la plaza de mis juegos infantiles y de aquella fuente cantarina, y de la torre con su implacable recordatorio: tempus fugit. E incluso la plaza que fue plató de cine, con el general Patton y sus tanques bajando por la calle Cervantes. Y hoy, esta hermosa plaza sin estorbos rescatada por Alberto Campo, con sus palmeras atrevidas y su quieta contemplación del vacío.
En la Catedral reside el alma de Almería. Sólo le faltaba Nuestra Señora del Mar que navegando sobre las emociones de sus devotos ha llegado hasta el baldaquino del altar mayor del templo. ¡Aleluya!
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