Tu casa
Almería ordenada
Arquitectura y confinamiento. En tiempos de reclusión, nuestro parapeto, fortaleza y guarida es nuestra casa; todas ellas con sus ventajas e inconvenientes que hoy acusamos más que nunca
Almería/ —'¿Hacia dónde os dirigís?', se pregunta el poeta alemán Novalis en su novela 'Enrique de Ofterdingen'. —'Siempre hacia casa', se responde. Tiene razón, todo viaje es un regreso y cada uno de nosotros, de algún modo, siempre estamos volviendo a casa. Viajar es regresar: Ulises siempre regresará a Ítaca. Nuestra casa es el prólogo y el epílogo de nuestros viajes. También la coda.
Ahora que se nos solicita un arresto domiciliario de duración incierta pero finita, quizá sea el momento de hacer un examen crítico del paisaje doméstico con el que se encuentra cada uno y cada día. Jorge Luis Borges confesaba que «uno escribe como puede, pero lee lo que quiere». Ocurre algo parecido con la casa: uno no vive donde quiere, sino donde puede. Y no debe entenderse este texto como un reproche. Más bien como una reflexión. No hay que olvidar que la casa es, en la mayoría de las ocasiones, el gasto más voluminoso que cualquier persona asume a lo largo de su vida —incluso si es alquilada o heredada. O mejor dicho: es la mayor inversión. Y cabría preguntarse si cada uno le dedica el tiempo que se merece a ese momento.
Una casa es una atmósfera de afectos compartidos. Es el lugar donde uno espera ser recibido, aunque sea por la soledad. La casa de cada uno es el lecho al que entregar nuestro cuerpo, es el asiento predilecto, es el ajuar doméstico manifestado en objetos tan propios como la taza de café. La casa también es el fresco pavimento de piedra en verano o el sonoro crujir de la cálida tarima de madera en invierno. La casa se presenta también bajo el árbol solitario situado junto a la puerta de la calle o junto al acompañado por el rumor del agua de la alberca del jardín. La casa es a veces una morada silenciosa, pero otras veces es el ámbito donde el sonido de la ciudad se incorpora por las ventanas a los quehaceres domésticos. La casa es esa habitación con la penumbra deseada, o cada cuarto sobre cuyas paredes se derrama un haz de luz que inunda de forma jacarandosa cada rincón. Y desde luego la casa también es el conjunto de ropajes, de mobiliario y de objetos ignorados cuya presencia tantas veces echamos de más, pero que fuera de nuestra casa tantas veces echamos de menos.
Al comienzo de la novela 'Ana Karenina', Leon Tolstoi escribía: «Todas las familias felices se parecen entre sí, pero las infelices lo son cada una a su manera». El lector enseguida habrá acudido a su imaginario y habrá dibujado el retrato de su ideal de casa. Pero en contra de lo que pueda parecer, no existe una relación directa entre la superficie o el presupuesto de una casa, con su calidad. La buena orientación, la relación con el exterior mediante espacios intermedios, la altura de los techos, la posición acertada de las ventanas, la buena elección de los materiales, una serena atmósfera espacial, la capacidad de adaptación a lo largo del tiempo, la buena iluminación o la generosa ventilación, son todos ellos aspectos muy importantes vinculados a una idea primitiva de lujo, y que paradójicamente no tienen por qué estar vinculados al presupuesto.
En España hubo unas décadas gloriosas, sobre todo 1960 y 1970, donde la vivienda pública social formaba parte de los intereses y de la ocupación de los mejores arquitectos. Estos días, muchos ciudadanos estarán pasando la cuarentena en viviendas construidas en ese momento. Y más allá del presumible estado de conservación de sus casas —que en algunos casos rondará los 50 años de antigüedad y no mucho más de los 50 metros cuadrados— no deben anhelar en absoluto las viviendas de esos otros ciudadanos que las adquirieron en los primeros años del siglo XXI, donde la especulación privada estaba más entretenida en el intercambio comercial, que en la construcción de hogares.
En las últimas décadas —y es un fenómeno vinculado al progreso— el Estado, casi definitivamente, ha delegado en la iniciativa privada el deber de ejercer el oficio de promotor. La vivienda —una a una— ha desaparecido de la agenda política. Es como si los gobernantes se consideraran satisfechos ofreciendo a la sociedad el pesado y equivocado cuerpo legislativo en relación al diseño y construcción de las viviendas. Y el resultado es el que podemos ver durante estos días en la mayoría de las video-conferencias protagonizadas por algunos personajes de cierta relevancia social, científicos, profesores o políticos, que están siendo entrevistados en sus 'domicilios'. Y es que detrás de sus rostros se aprecia una atmósfera doméstica que en algunos casos llega a estremecer.
Pero sin duda, aquellos que durante estos días disfrutan de un jardín, de un patio o de una terraza, pueden sentirse más afortunados que los demás. Incluso la cubierta plana de algunos edificios ha convertido la rutinaria tarea de tender la ropa en uno de los momentos de ocio más importantes del día. En general, la arquitectura mediterránea, es un buen lugar para estar confinado. Ya que ésta no recibe más consignas que las que le dictan el clima y el lugar, ni más medios de los que estrictamente dispone. Su éxito reside en situarse en la mediana que une el placer con la austeridad.
En este sentido, durante este encierro, muchos habrán podido comprobar el error de haber satisfecho en el pasado reciente la máxima aspiración de todo ciudadano: que no es otra que plantar un árbol, tener un hijo y 'cerrar una terraza' —que naturalmente es más fácil que escribir un libro. Por tanto, más allá de la casa que uno compra o que uno recibe, las responsabilidades son más solidarias de lo que parece. Y es que una casa se sigue construyendo con el paso del tiempo, que a veces es el mejor de los arquitectos.
Francisco Javier Sáenz de Oíza (1918-2000) —un indiscutible maestro de la arquitectura española— repetía a menudo una cita de Camilo José Cela: «fruto del amor del hombre con la tierra, nace la casa, esa tierra ordenada en la que el hombre se guarece, cuando la tierra tiembla —cuando pintan bastos— para seguir amándola». Y a continuación, Oíza apostillaba: «la casa yo la entiendo como una manifestación del amor del hombre al lugar, a la tierra, el enraizamiento del hombre con la naturaleza. Muchas veces la naturaleza es adversa». Así es.
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