Cuenta y razón
Canto grande en Almería. Y sonó Fleta por genialidad
Cuenta y razón
Zaragoza y puerta del Pilar un día de marzo de 1924. Alguien, pongamos que mi abuela Rosa que allí vivía en aquel año, se acerca a la basílica mientras ve y oye como un coche es despedido entre los gritos del gentío: ¡Burro! ¡Burro! !Burro! y a su pregunta, uno de los abucheadores le aclara que es Fleta el voceado por negarse a cantar una salve a la Virgen… y es entonces cuando el cantante, recuperado ya de su indisposición, retorna y canta bajo la mirada ruborizada de la Pilarica y el embeleso de los fieles que salen a la calle para despedir al tenor, ahora a las aclamaciones de ¡Fleta! ¡Fleta! ¡Fleta!.. sabedores ellos de que Burró -con acento, que nada arregla- era el primer apellido del tenor, siempre a un paso de convertirse en insulto. Por eso lo oculta y usa el de su madre a la que le está por ello muy agradecido, tanto como a Luisa Pierre, la mujer lista y preparada de su braguetazo que le ha hecho, además de padre de sus dos primeros hijos, saltar de su mundo humilde, de labranza, pastoreo y jota, al del gran canto que lo llevará a los más brillantes y prestigiosos escenarios.
Viena, Roma, Madrid, Milán, Buenos Aires, México… se rinden a su voz en una sucesión de éxitos que hace subir su caché por las nubes sin que esto amilane a una Almería decidida a oír al aragonés en las fiestas de 1926 a toda costa… mucha si tenemos en cuenta que fueron ciento veinte mil las pesetas exigidas por cantar en la anterior feria de Sevilla. Así es que el ayuntamiento se lía la manta a la cabeza y con un contrato acaba con la margarita del viene, no viene, y el sábado 27 de agosto, en la verbena del campo de Regocijos, montada al más puro estilo sevillano, se pasea un Fleta entre la admiración de la gente.
Y el lunes 28 de agosto de 1926 la puerta de la plaza de toros, a la que se ha dotado de un magnífico escenario, abierta desde las ocho y media, se cierra a las once para que la orquesta dirigida por el maestro Lozano acompañe las voces sopranas de Juanita Fabra y Matilde Revenga, y sobre ellas, la de Miguel Fleta interpretando: Mi vieja, Romanza de la Flor de Los Gavilanes, Jota del Trust de Los Tenorios, La Donna e Mobile de Rigoletto, Amapola, Adiós a la Vida de Tosca, Ay, Ay, Ay, Spirto Gentil de La Favorite y Granadinas… La condición abierta de la plaza, si bien hurta algún que otro detalle, permite, en cambio, que la voz del célebre tenor se eche a volar para ser oída con plena nitidez por todo el barrio del Distrito Quinto al decir de Trina de la Cámara, mi suegra, que la oye, niña, desde su ya distanciada casa huerta familiar en la que se está desbrozando el solar en el que se ha de levantar la iglesia de San Agustín de los Franciscanos.
Un éxito rotundo que llevó a equiparar a Fleta con Gayarre, cuestión esta que era de gusto…mientras de copas fue el emparejarlo, como hicieron los amigotes, con un Alberto Faba, comerciante de Almería que en Viernes Santo de 1924 desde el hotel Inglés en el Paseo, se había arrancado por saeta para la Virgen de la Soledad. Quedó aquella extraordinaria actuación como hito histórico en la ciudad en la que no se hablaba de otra cosa por parte de los mayores… y aún de los niños, que de haber sido el canto algo tangible, espada o capote, habrían convertido todas las plazuelas en teatros de ópera en vez de cosos taurinos.. Y se fue Fleta en busca del Metropolitan de Nueva York para cumplir con el contrato de doce sesiones y regresar a los seis meses con dos millones de pesetas en su bolsillo.
En el mismo bolsillo en que se había metido la Almería de 1926, y en el que ahora se mete la de 1934, está vez con una cierta inquietud cultural, política y social en la que se encuadra el “descubrimiento” que hizo de un joven Jesús de Perceval que le había sorprendido con su pintura, en el estudio de su casa de la calle Eduardo Pérez, y con su carácter ingenioso y divertido, lo que le había llevado a acompañarse de él en la visita a la Escuela de Artes, hoy instituto Celia Viñas, y en la del comedor de Asistencia Social...
La noche del lunes 26 de noviembre de 1934, teniendo esta vez por escenario el que no tuvo en 1926: el magnífico teatro Cervantes, local cerrado respetuoso con los muchos detalles de su voz, un marco que encuadra la compañía de Moreno Torroba, que representa la zarzuela Doña Francisquita en la que nuestro tenor, hecho Fernando, canta la Romanza del acto 2, “con tanta verdad, con tanto corazón, con tanto alarde de facultades, que el teatro crujió ante el estruendo de imponente ovación”, según contó uno que lo había oído extasiado… y por dos veces, naturalmente. Parte al fin y aquí deja sus discos para compartir escenario con flamencos y copleros en la recién fundada Radio EAJ-60 que ha podido así sacarse la espinita de cuando quiso apuntarse el tanto de radiar a Fleta, y la Sociedad de Autores, siempre tan generosa, se descolgó exigiendo por los derechos el mismo dinero que el teatro había abonado por la zarzuela.
Al año siguiente de 1935 pasaron las nubes de panzaburras a negras para oscurecer las cuerdas vocales, la salud y el patrimonio del tenor; mientras sus actuaciones fueron de menos a pocas, que no estaba España para otros cantos que no fueran los de sirenas que se preparaban ya para cuando se liara parda en 1936, y asustarse con ellas de bando a bando. Por el de la derecha se decantó Fleta y aquello sentó fatal en el republicano y, por ende, en Almería, cuyo periódico Emancipación de enero de 1938 encabeza la noticia de que el artista Paul Roberson, tan lírico, americano y negro, canta para sus combatientes… “mientras Fleta rebuzna en Salamanca”, es decir: en el bando nacional para entendernos, si es que este verbo es aplicable para guerras tan inciviles como la nuestra y en la que apenas participó, por falta de ganas y de tiempo: en 1938, a los cuarenta años de haber nacido en Albalate de Cinca, da en La Coruña su último do de pecho aquel Burró que un día se puso a soplar… Y sonó Fleta por genialidad.
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