La desertificación pone en jaque el milagro agrícola de Almería
medio ambiente
La sobreexplotación de los recursos naturales como el agua provoca que la fórmula mágica focalizada en Almería tengan los días contados, según los expertos, si no se actúa ya
"Se ha entrado en un crecimiento insostenible”
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Quizás, los conceptos no estén claros. Es por ello que habría que conceder una reválida a la idea que tenemos sobre la desertificación y la noción de desierto. No se puede culpar a quien vea en el llamado ‘Desierto de Tabernas’ el único proceso de desertificación de la provincia. No lo es. De hecho, según Jaime Martínez Valderrama, Ingeniero agrónomo y especialista en modelos de simulación, “no lo es si nos atenemos a los criterios estrictos de lo que es un desierto, pero tiene pinta de desierto”.
Martínez Valderrama desarrolla su trabajo en el departamento de Desertificación y Geoecología de la Estación Experimental de Zonas Áridas del CSIC en Almería. Antes de someter a análisis el proceso de desertificación de la provincia, prefiere fijar ideas. Se remite a la definición que las que la Convención de las Naciones Unidas da sobre desertificación: “Degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas resultante de diversos factores, tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas”.
Un desierto que no lo es
Almería se encuentra en una zona semiárida e incluso tiene zonas áridas, las más áridas de la Europa continental. Es, por ello, un lugar curioso para estudiar desertificación. El ingeniero agrónomo razona los motivos por los que hay que ‘desconocer’ al desierto de Tabernas como un desierto.
En su aparición tiene que ver su pasado geológico así como por las condiciones climáticas actuales, de muy bajas precipitaciones, mucha evaporación y muchas horas de sol. “Todas sus cárcavas (socavones producidos en rodas y suelos) las ha labrado un clima que en el pasado fue mucho más húmedo y más torrencial todavía, con montañas muy altas que se han ido desgastando por unos materiales deleznables, que son sobre todo yesos, dando pie a su actual configuración. Eso es una geoforma, pero no es un caso de desertificación”.
La desertificación heredada
Pero la desertificación existió y existe en la provincia. Y en exceso. La Sierra de Gádor es ejemplo de la desertificación heredada. “Era un bosque frondoso que se formó en la Edad de Hielo. Había robles, encimas, madroños... hay un inventario de la Armada Española, ya que inventariaba los bosques para ver de dónde obtenía las maderas para sus barcos; y la Sierra de Gádor fue un bosque muy frondoso hasta 1800. Ahí comenzó la minería del plomo, que requería de una gran cantidad de leña para fundir el plomo. Así que se cortaron todos los árboles, incluso los de cultivo, como los olivos”, explica Jaime Martínez.
Sucedió entonces que la Sierra de Gádor, con una elevada pendiente, se vio expuesta a las lluvias torrenciales y al no poseer cubierta vegetal, el suelo que entonces se conocía terminó desapareciendo. Acabó en manos del Mediterráneo, hubo aporte de sedimentos al mar. “Es un caso de erosión que es consecuencia de una actividad humana inadecuada”, explica Martínez.
La desertificación activa
Y en la actualidad, la provincia de Almería sufre varios episodios de desertificación activa estrechamente ligado según el Programa de Acción Nacional contra la Desertificación a “los cultivos que subsisten gracias a la explotación de aguas subterráneas”.
Pero la agricultura intensiva no es el único componente, según Jaime Martínez, “existen cultivos hortofrutícolas intensivos sin cubrir, como las lechugas del Levante almeriense (aunque parte de estas se riegan con agua del Negratín) y todo el olivar ‘súper intensivo’ de Tabernas, donde había un olivar más o menos sostenible, pero aprovechando la fama de ese aceite se ha puesto olivar en espaldera, multiplicando por diez la densidad de plantación y tirando del Río Aguas, que lo han liquidado en muy poco tiempo. No hemos aprendido de los errores del pasado”.
Almería, explica el ingeniero del CSIC, como muchas de las zonas áridas, “tiene una vocación agrícola espectacular. Las temperaturas son buenas, inviernos suaves y muchas horas de luz, y aunque es un sitio con poca agua, si la consigues, se dan estos milagros propios de muchas zonas áridas”.
Martínez entiende que el proceso de adaptación fulgurante a la agricultura intensiva hizo que Almería dejara de ser la zona más pobre de España en la década de los setenta, pero a costa de “unas reservas de agua que están tiritando”.
Un milagro agrícola en peligro
“Los milagros como el de Almería hacen que durante unas décadas todo sea muy boyante pero al utilizarlos por encima de posibilidades aseguran décadas o siglos de miseria. En Irán se han liquidado todos los acuíferos por demanda de pistachos a nivel internacional. Y esto ha pasado en muchos tiempos del planeta”, asevera Jaime Martínez.
El investigador de CSIC asegura que el acuífero del campo de Níjar está completamente salinizado y su situación es complicada de revertir. Además, asevera que en el acuífero de Gádor pasa algo similar. “En todos ellos se ha sacado mucha agua y con lo que llueve aquí no da tiempo a rellenarlo. Hay que adecuar el uso de los recursos. Se deben utilizar modelos económicos que no creen riqueza efímera y mal repartida”, sentencia.
Martínez, junto a otros investigadores de la EZZA en Almería, está desarrollando un trabajo que, usando el ejemplo de Almería, se extiende al resto de zonas que con características similares, necesitan reformular el modelo. Parten de la teoría de la rueda de molino.
Exponen que Almería desarrolla iniciativas que hace que se tenga más cuota de mercado y esto pone sobre la mesa una espiral de crecimiento insostenible. “Dentro de esta espiral, el primero que adapta las innovaciones obtiene ventaja competitiva y gana dinero; cuando los demás adoptan esa tecnología, ya no se gana tanto, y entonces todo el mundo necesita producir más por metro cuadrado; al no ser eso suficiente se aumenta la cantidad de invernaderos, aumenta el volumen, los precios bajan y todo esto conlleva que al entrar en este negocio, puesto que la inversión es grande, haces lo que sea por sobrevivir”, explica. Por lo tanto, “se está huyendo hacia adelante para pagar las deudas”.
La degradación económica ya se percibe
Es por ello que según el punto de vista de estos investigadores, “la degradación económica ya se percibe con costes de producción más altos al depender de insumos que se tienen que traer de fuera o sintetizarlos. Por lo que exponen que “un ecosistema enfermo no pude sostener una economía sana”.
De hecho, Martínez pone de ejemplo el caso de Marruecos, una estructura agrícola más joven que ya consigue “vender en España más tomates que la propia Almería”.
Las soluciones
Y aunque pudiera entenderse que la solución es parar, Jaime Martínez opina lo contrario. “En los países con este clima, en zonas áridas, húmedas secas, no se puede prescindir. Si así fuera, tendríamos que tener seis o siete veces más superficie, lo cual produciría más degradación porque habría que meterse en zonas marginales”.
El investigador del CSIC manifiesta que hay que reducir el número de hectáreas en regadío y empezar, que es algo que ya se está haciendo, “a ser realmente sostenible y ecológico”. En cuanto a eficiencia del regadío, Martínez entiende que “no se puede mejorar mucho” y asegura que solo se puede ser sostenible jugando con la superficie. “Cuando alguien ahorra agua a escala de parcela, ¿a dónde va ese agua? Pues generan otra explotación al lado. Ahí va. Así que a nivel de territorio no se genera ningún ahorro, hay más consumo de agua”.
Entonces, Todo pasa por limitar la superficie de regadío, “y aunque no nos pasemos a secano”, explica, “se pueden ir desarrollando cultivos que no necesiten mucho agua”, esgrimiendo que “hay que buscar nuevos mercados adaptados a las condiciones de aridez y cambio climático que se avecinan; se llaman cultivos promisorios. Y eso implica que en vez de producir tomates baratos, podríamos producir aloe vera o pitaya (se está produciendo en Málaga)”. En definitiva, apostar más por la calidad que por la cantidad, porque se produciría en menos superficie pero obteniendo más beneficios.
“Pero si la desertificación es pérdida económica, realmente estamos en un punto muerto. La desertificación es algo de futuro que tenemos que solucionar, la desertificación no es algo meramente conservacionista, el problema que tiene es que te erosiona los recursos productivos, y entonces, estás vendido, no puedes desarrollarte”, sentencia Jaime Martínez.
Subsistencia frente a aprovechamiento de recursos
Naciones Unidas lanzó en 2015 la idea de la neutralidad en la degradación de las tierras, es decir, considerar que no debe existir la obligación de conservar los recursos exactamente como están. No se trata de no utilizarlos, pues se viviría en una economía de subsistencia, sino de compensar la degradación.
“Si yo degrado en Almería un acuífero costero porque he puesto un cultivo de tantas hectáreas, y estoy sacando agua del acuífero, y al sacar agua del acuífero se mete agua del mar y se saliniza, entonces, tengo que recuperar otro acuífero, tengo que tener un balance neutro como mínimo, y si lo mejoro, mejor”, ejemplificar el investigador Jaime Martínez. De eso se trata, de compensar.
“No se puede ir a política de tierra quemada, de quemar acuíferos sin hacer nada. La neutralidad es la meta 15.3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, donde hay una serie de premisas por un Comité Asesor Científico donde se trata de ver cómo se hace esto realmente. Implementar la neutralidad será la base de los programas de acción nacional contra la desertificación porque el que tenemos en España de 2008 tiene un plan de acción”, manifiesta. Las premisas básicas para implementar la neutralidad en la degradación de la tierra son, primero, la prevención. Y se previene intentando detectar lo antes posible intentando detectar donde están las amenazas. También es importante la ordenación del territorio a nivel administrativo y sectorial. Cuáles son los planes de regadío, forestales, hidrológicos... y hacerlo a nivel estatal, regional y local y coordinarse.
Los agricultores
Es evidente que dentro de un proceso productivo en materia agrícola como el que se desarrolla en Almería, el agricultor, en la base del sistema, queda libre de culpa, de hecho, es el principal interesado en que se trabaje de forma sostenible para asegurar los recursos y así lo hacen saber.
“El poder de negociación es muy bajo por parte de los agricultores, hay muchas cooperativas y a las grandes distribuidoras les resulta muy fácil conseguir el precio que quieren por producto”, explica el investigador del CSIC. “Los agricultores no son los culpables, están entre dos extremos, entre las grandes distribuidoras y los grandes suministradores que les imponen los precios de semillas o de fertilizantes y cada vez tiene menos margen para maniobrar”, agrega.
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