Calle “La Unión”, el atajo escondido

Pequeñas historias almerienses

La estrechísima vía de la capital serpentea en paralelo con la de Ricardos y comunica la calle Real con la de Padre Alfonso Torres

El futurólogo de Serón… y de Mojácar

La escondida calle La Unión
La escondida calle La Unión / D.A.

El historiador José Ángel Tapia Garrido (+1992) demostraba en su libro “Almería piedra a piedra. Biografía de la ciudad” que a la capital la quería mucho, pero ignoraba qué hechos recordaban diferentes zonas, como la calle de “La Unión”.

Se trata de la estrechísima vía de la capital que serpentea en paralelo con la de Ricardos y comunica la calle Real con la de Padre Alfonso Torres, desembocando junto a los dominios gastronómicos de mi amigo Paco Morales, el de “Entrefinos”.

Estoy seguro de que multitud de almerienses habrán caminado por “La Unión” ignorando su nombre. Unos buscando tapeo sin suplemento por los bares de la zona; otros acortando camino para ir o volver del Paseo y, los más marranos, amparándose en la soledad ceñida de la callejilla para evacuar los líquidos sobrantes que estrujan las vejigas. Quizás como homenaje al urinario público con piso de mármol que estuvo operativo durante varias décadas en la desnivelada esquina con la de Real. Hasta bien entrado el siglo XX.

Yo, al contrario de Tapia Garrido, no soy ni cura ni historiador para explicar con inspiraciones divinas o argumentos fidedignos porqué a la calle “La Unión” le pusieron “La Unión”. Sí sé que en el año 1859 ya se llamaba así porque en el número 3 vivía el profesor de idiomas Segismundo Aparicio, experto en francés, que daba clases en su casa por 30 reales mensuales pagados por adelantado. Tuvo la ocurrencia de poner un anuncio impreso animando a los jóvenes almerienses a aprender el idioma galo y ofrecía como referencia que la calle estaba “junto a la plazuela que da frente a la puerta de Los Perdones de San Pedro”. También allí daba clases de canto y solfeo una tal “señorita Heriberry”.

Además, en más de siglo y medio de existencia, ningún concejal se acordó de sus 86,6 metros de longitud para practicar la diversión política de modificar nombres en el callejero. Por ejemplo, su vecina Plaza Urrutia en 1931 cambió a “Poeta Durbán” o la cercana de San Francisco se llamó “José Giménez Ramírez” y “Pérez Galdós”. “La Unión”, tan escondida, pasó desapercibida.

Como digo, ignoro el motivo por el que el Ayuntamiento decidió ponerle así, pero dada la ancestral costumbre de bautizar a las calzadas con el nombre de su uso, de sus comercios o de la existencia de algún hecho peculiar (“Ciprés”, “Olmos”, “Escalinata”, “Alfareros”, “Hospital”, “Matadero”, “Muelle”, “Posadas”) no me extrañaría que “La Unión” recibiera esa denominación por su función de nexo entre la popular calle Real y el centro de la ciudad. Más aún, cuando unas casicas de Siloy (hoy de “Juan Antonio Barrios”) bloqueaban el camino a la Plaza de San Pedro. Hasta el verano de 1997 que se derribaron. Era, y es, un auténtico atajo escondido.

En noviembre de 1870 abrió en el número 3 de la calle la oficina de administración del semanario “científico-religioso” “La Juventud Católica”. Tenía 8 páginas y salió al mercado para defender a la Iglesia de “las sinagogas de Satanás”. La suscripción mensual costaba 3 reales y consta que, al menos, editaron 23 números.

En 1878 la calle era casi inaccesible (“un estercolero, un depósito de materias fecales, perenne foco de insalubridad para los habitantes” denunció “La Crónica Meridional”) por lo que el consistorio aprobó obras para la reforma de su rasante ya que había mucho trasiego de gentes. Iban a la carbonería de María Jerónima Ayala, que servía a innumerables clientes, a la matrona Josefa García Gil o la “Casa del Café”. Años después, el 23 de mayo de 1889, en la modesta vivienda que hacía esquina con la dedicada a Gabriel Callejón nació el insigne compositor José Padilla Sánchez (+1960). Allí residían la madre y la abuela viuda del ilustre almeriense, según consta en documentos del Ayuntamiento de Almería. El inmueble, con tres moradas, fue reformado en 1950. Hoy, una placa instalada por los vecinos del Casco Histórico recuerda la efeméride.

A finales del XIX se estableció en el número 10 el procurador de los tribunales Antonio Fernández Burgos. Estaba inscrito en el registro de su colegio oficial con el número 4 y ejercía desde el 19 de noviembre de 1896. Más tarde se trasladó a Conde Ofalia número 18.

En “La Unión” abrió en 1891 el llamado “Centro Obrero”, una especie de organización sindical que agrupó a trabajadores de varios gremios y oficios; muy cerca, el representante de utensilios para cirugías médicas Manuel Rull Calderón de la Barca montó su despacho.

Hace justo un siglo, en 1924, los funcionarios Ricardo Orta Rull y Cristóbal García Leal habilitaron en el número 5 de la calle una oficina de recaudación de tasas e impuestos. Los contribuyentes debían ir allí para abonar los dineros correspondientes al uso de aguas, arbitrios sobre solares, inquilinatos o el gravamen llamado “reparto general”. Ambos eran muy exigentes y no dudaban en imponer recargos al ciudadano que se demorara en sus obligaciones fiscales. Vamos, como ahora. Los recaudadores eran vecinos de José Villegas Murcia; de la familia Bonillo Pérez con sus hijos Patrocinio (+1927), Juan y Francisca y de Dolores Pereira Martín.

Vista de la estrecha y pintoresca calle La Unión
Vista de la estrecha y pintoresca calle La Unión / D.A.

Pequeño burdel callejero

La Unión” se convirtió en un pequeño burdel callejero cuando Almería vivió el trasiego de buques vapores en el puerto para exportar los barriles con la uva de Ohanes. Desembarcaban marineros, hastiados del amor propio frente al horizonte azul, buscando un rato de compañía arrendada. Las pelanduscas se amparaban en la oscuridad y en la estrechez de la calzada; dejaban entreabiertas las puertas de las casuchas para que el potencial cliente contemplara sus pantorrillas o se exhibían en la plazoleta, ocasionando no pocos problemas a los vecinos ajenos al tráfico carnal. Una vez, la pupila de una casa de lenocinio llamada Pura Sánchez (alias La Rubia) arrancó de un mordisco la oreja izquierda del betunero Juan Martínez Díaz, generándose un gran escándalo.

Entre 1939 y 1940, nada más concluir la Guerra Civil, las casas de los hoy números 6, 7, 9, 11, 15 y 17 fueron derribadas y construidas de nuevo. La del número 7 es amplia: sobre un solar de más de doscientos metros cuadrados y se remodeló hace 23 años. Otras se rehabilitaron en los años setenta.

Hace ya más de medio siglo “La Unión” volvió a parecerse a una calle normal. Vivía gente honrada y trabajadora, al cobijo de los muros de la parroquia de San Pedro Apóstol. La familia González Martín, en el número 2, con sus hijos Rafael, Luis y José; los Guil Salas, en el 11, y sus descendientes Emilio y Abelardo o los Cantón Góngora cuyo vástago, Antonio, fue elegido en 2007 concejal en la capital por el Partido Socialista, amén de exitoso empresario.

La calle carece de comercios, pero como mandan los cánones no escritos del centro histórico de Almería, sí tiene bares. No uno, sino dos. Ambos ocupan con profusión el espacio público de la plaza de Urrutia con sillas, taburetes, mesas, sombrillas, plantas y maceteros. En “La Unión” también se encuentra el despacho profesional del arquitecto Javier Torres Orozco (13/07/1952), que fue presidente del colegio oficial. Éste, en el año 2000, declaró sobre Almería: “La quiero mucho y sufro por aquello que se hace mal”. Pues eso; como el padre Tapia.

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