¿Eras de beta, de VHS o de 2.000?
Almería
Entre 1982 y 1984 abrieron los primeros video clubs de Almería

Almería/El Mundial de fútbol de España 1982 fue el acontecimiento deportivo que sirvió para dar a conocer al público los reproductores de cintas de video. Los videocasetes que se llamaban entonces. La posibilidad de grabar en un soporte analógico virgen lo que TVE emitía y verlo más tarde o contemplar cómodamente una película a cualquier hora del día entusiasmó a los consumidores. Los primeros que se vieron por Almería fueron en “Electro Altamira”, que el empresario José Miguel Santiesteban los traía en el maletero de su coche desde otra provincia. La tienda “Cealsa”, junto al “Cuartel de los Soldaos”, los ofrecía en 1983 de la marca “Loewe”. Durante los tres primeros años, las ventas se duplicaron, aun siendo un artículo de lujo. Así, los almerienses comenzaron a hablar de eso del “Beta”, “VHS” o “2.000” sin saber muy bien a qué se referían.
Las tiendas de electrodomésticos del centro iniciaron la venta masiva del producto desde la campaña de Navidad de 1985. No eran ni chispa de baratos, ya que costaban más que un frigorífico de dos puertas, una cocina con horno o un televisor de catorce pulgadas. No obstante, los primeros que salieron al mercado almeriense llegaron a costar 120.000 pesetas, como uno “Betamax” con mando a distancia. Tiempo después, en la calle Altamira, en “Comercial Estrella” del empresario Ramón Alcaraz Estrella, podías adquirir un “beta” desde 69.000 pesetas o un “VHS” desde 76.000. Algunos comercios, como “Bazar Almería”, ofrecían un pack de vídeo y TV color de 20 pulgadas por 125.000 pesetas, lanzamiento que llevó a otros establecimientos a imitar la propuesta y ajustar los precios.
En aquella época se diseñaban promociones constantes para despachar aparatos. Del 9 al 12 de febrero de 1985, la plaza de San Pedro fue escenario de la instalación de un artilugio similar a la imagen que tenemos de los Ovnis. Aquella cosa hexagonal abría sus seis compuertas hacia arriba mientras emitía un sonido metálico y aparecían pantallas donde constantemente se reproducían películas. Era una operación de marketing callejero de “Philips” para dar a conocer sus videos del sistema 2000. La gente, asombrada, se paraba, miraba y los comerciales y técnicos de la multinacional aprovechaban para explicar los encantos visuales del sistema, siempre en comparación con los otros dos de la competencia. Al final te mandaban a “Electro Altamira”, que los vendía en exclusividad.
El “boom” de los video clubs
La venta de los reproductores trajo implícita la creación de un nuevo negocio anexo: el de la venta y alquiler de películas. En poco tiempo, los video clubs se extendieron por la faz de la ciudad como, años más tarde, las tiendas de los veinte duros y luego los chinos. No hubo, hasta bien entrado el siglo XXI, barrio sin su correspondiente comercio relacionado con las cintas de video.
Pero es justo reconocer el esfuerzo de los empresarios del sector que fueron los pioneros. En marzo de 1982 ya estaba abierto el “Video club Almería” en la calle Soldado Español, 14 (o “Soldadito Español” como se decía antes). Fue el decano de la capital. Se inauguró con un catálogo de 700 películas de todos los géneros que, un año después, era de mil. Cambiar una por otra costaba 60 pesetas.
En el “Video Club Mundial”, en la calle San Francisco, 9, podías adquirir una película por 8.500 pesetas o cambiar la que habías arrendado por 150, aunque había una oferta consistente en elegir 30 títulos a la vez por 1.000 pesetas. Este negocio lo montaron dos ex empleados de un bingo, Julián Ibarra y Antonio Sáez González, que antes se asesoraron en Málaga sobre las características del asunto. El “Mundial” tenía bar, era el segundo más antiguo y en sus inicios solo contaba con una oferta de 48 películas, aunque ya asentado llegó a tener 4.500 títulos y 1.300 socios. También fue de los primeros establecimientos en patrocinar un equipo de deporte base, en este caso de voleibol. En él compitieron Manolo Berenguel o José Javier Yuste Muñiz. Ambos, ya profesionales, fueron internacionales con España. Les siguió en esta idea el “K7”, de Antonio Mora y Francisco Hurtado, y el “Video club Sierra”, con equipos de baloncesto, pero ya en los albores de los noventa.
En la Carrera del Mamí, 27 se inauguró en esa época “Vas”, donde acudían los afortunados vecinos de Los Molinos, Regiones Devastadas o La Cañada que ya poseían reproductor en su casa. “Electro Altamira” también creó su sección de video club con un fondo de 3.000 títulos, más de la mitad del sistema 2.000. El “Video Club Costasol”, “Cealsa” o “Indalo” fueron otros que se montaron, donde había cintas que pasaban por hasta 300 manos, ya que eran grandes éxitos y filmes muy taquilleros.
El “Video Club Fontana”, de Diego Luis Sánchez Cazorla y en la calle Alcalde Muñoz a la altura de la Plaza Santa Rita, ya estaba operativo en el verano de 1983. Allí el intercambio de cintas era gratuito, aunque la cuota mensual ascendía a 1.500 pesetas. “Fontana”, durante largo tiempo, también saltó al mundo de la cultura organizando tertulias, debates y conferencias con el público sentado entre las estanterías de las carátulas. En la Plaza de San Pedro, frente a la tienda de “Prenatal”, se instaló el video club “Rex”, que ya alquilaba en la Navidad de 1983. El Zapillo y Nueva Andalucía estaban atendidos por el “Video Club Sol” que, en 1982, se encontraba en el número 89 de la Avenida de Cabo de Gata y en la calle Cristóbal López Lupiáñez, 12. Los vecinos de Pescadería y del casco antiguo tenían “Cealsa” junto a la Plaza de Pavía y los de la zona norte de la capital el “Video Club Alfareros”, en el número 32 de esa Rambla; éste fue de los primeros en abrir los domingos y los días de fiesta porque era cuando el público demandaba más películas.
El Poniente no se quedó atrás en la moda de ver celuloide en casa y en 1983 se encontraba el “Internacional” que promocionaba su videoteca de 6.000 unidades. Abrió en El Ejido y Adra y asociarse costaba 960 pesetas al mes.
El negocio también tenía una versión de “al por mayor”. Surgieron empresas que suministraban material a las tiendas en grandes cantidades, como “Video Almería” de la calle Murcia o “Videunión Andalucía”, una sociedad de Sevilla con clientes aquí. En el verano de 1985 nació “Promovideo AL, S.A.” en la calle Eduardo Pérez. Su objetivo era vender cintas a los comerciantes minoristas del sector instalados en la provincia.
Y, claro, cuando hay un “boom” de cualquier producto salta la picaresca. Eran habituales las redadas de la Policía y de la Guardia Civil incautándose de copias falsas porque durante los dos años siguientes al estreno no podían alquilarse y la gente no tenía paciencia. Días más tarde de que Superman III se proyectara en los cines, la cinta pirata se ofrecía por ahí, aunque de una calidad que, nunca mejor dicho, daba pena verla. De igual forma, el “Video club Dacarxa”, montado por José María Vilanova Bonet y su esposa, Carmen Abad Mañas en la calle Berenguel número 2, fue denunciado en la comisaría de Policía por cerrar inesperadamente el 5 de julio de 1986 sin devolver la fianza a sus 600 socios.
Los referidos fueron los pioneros, pero después de 1984 otros empresarios se arrimaron al negocio y surgieron video-clubs por todas partes. “El Molino”, “Zapillo”, “Santiago”, “Todo-Ba”, “Hitchcock” (sede forofa del “Poli Almería”), “Zaragoza”, “Safari”, o “Los Ángeles” de María José Navarro Pinto y María del Carmen Díaz Martínez.
Pero, como los grandes éxitos del cine, todo llega a su final. Los video clubs fueron cerrando poco a poco, aunque intentaron reconvertirse al ímpetu de la modernidad ofreciendo “laser disc”, “CD” y cartuchos de juegos. Pero ya nada sería igual. Aquel encanto de principios de los ochenta de entrar a un local buscando una buena película para alquilar y encontrarla aportaba una satisfacción y un regusto que subía del estómago hacia arriba. Más aún, cuando el dependiente te preguntaba “¿eres de beta, de VHS o de 2.000? y aseguraba: “porque la que quieres la tenemos en los tres sistemas…”
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