Basura y patrimonio cultural
Opinión
Mi barrio, el Casco Antiguo, es una exitosa fábrica de fabricar basuras. Desde el Centro Andaluz de la Fotografía hasta la Alcazaba pasando por el flamante Museo del Realismo Español Contemporáneo (MUREC) en el Parque de San Luis, envuelto por ficus, pimenteros brasileños, palisandros o buganvillas -un jardín catalogado como Patrimonio Histórico Andaluz, elevado entre la Fuente de los Peces y la Calle de la Reina, formando parte vieja del Parque Nicolás Salmerón, declarado Bien de Interés Cultural- se acumulan olores y basuras.
Los almerienses, herencia de la cultura musulmana, conservan con esmero el aseo por su casa y su propio cuerpo. Hasta hace bien poco la pobreza general de esta tierra hacía tolerable la suciedad generalizada. Hasta la llegada del neocapitalismo, y después, esta ciudad no se desprendió de su cariz mahometano. De ahí que los de arriba, pertrechados de aquella vieja idea cristiana, comenzaran a tirar cosas al suelo para que los de abajo las recogieran. Quizás provenga de ahí nuestra incapacidad por mantener limpias las aceras.
Desde siempre los vecinos hemos soportado la misma convicción que el ayuntamiento: que los contenedores son la mejor solución para la basura, aunque no compartimos su visibilidad. Adonde quiera que vayas por el Centro Histórico de la ciudad te encontrarás -vengas desde Poniente o por mar, desde el Puerto- esos armatostes chorreantes de grasa que son los contenedores, a punto de convertirse en vergüenza para quienes se acercan paseando al Museo del Realismo Español Contemporáneo, tras el enorme esfuerzo de restauración que ha hecho la Diputación Provincial y el Gobierno de España sobre el viejo Hospital de Santa María Magdalena.
¿Dónde está ese famoso óleo sobre lienzo del “Crucificado” que pintara el genio valenciano de Sorolla en 1886? ¿Dónde ese famoso cuadro que el IVAM de Valencia ha cedido al Museo del Realismo Español de Almería para su exposición temporal y que Sorolla tituló “Ráfaga de viento”? ¿Dónde están las 43 obras ejecutadas por pintores valencianos vinculados a su círculo próximo que el MUREC expone tres meses después de su inauguración? Están en el Paseo de San Luis del Parque Nicolás Salmerón, junto a un jardín de doscientos años, tras cruzar por una hilera de contenedores de basura y malos olores que amortiguan de noche las buganvillas, a las puertas del Museo del Realismo Español Contemporáneo.
Semanas atrás, el Gobierno Municipal instaló, recién terminadas las obras del entorno museístico, otros nuevos con los que te encuentras inevitablemente. Podrían ser contenedores inteligentes situados estratégicamente en el corazón del Centro Histórico, sobre el Paseo de San Luis. Pero no. Podrían tener puertas automáticas de esas que se abren con tarjetas magnéticas que solo poseen comerciantes y vecinos de la zona: cajas fuertes para la basura que hemos visto en algunas otras ciudades. Dispositivos exitosos que mejoran la limpieza de los entornos históricos. Pero no. Es probable que el gobierno municipal no necesite ver estos pequeños detalles de los contenedores en el centro histórico de la ciudad porque ya lo tiene claro: es un valor supremo ese dejar chorrear de grasa, colchones y enseres sobre las aceras a colocar sofisticados contenedores.
Todos vemos esa necesidad, excepto el ayuntamiento, un ciego que, como decía la mujer del médico en “Ensayo sobre la ceguera”, viendo, no ve.
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