La arroba de nuestros antepasados
Almería
La medida de peso y volumen se empleó durante siglos en Almería para cerrar acuerdos comerciales
Almería/La arroba, indispensable para poder crear direcciones de correo electrónico, no es nueva. Los almerienses antiguos también la empleaban en sus gestiones comerciales cotidianas, pero como medida de peso y volumen. Antes del siglo XVI, la arroba ya referenciaba el precio y el peso de las mercancías, sobre todo en el ámbito rural; en la vega. Allí perduró y caló tanto entre las gentes que, hasta hace cuatro días, su uso era común, a pesar de que el sistema métrico decimal se generalizó en 1895, tras medio siglo de ensayos, pruebas, dimes y diretes. Antiguos legajos explican que en 1570 la torre de la iglesia parroquial del pueblo de María tenía dos campanas grandes: “una de doce arrobas y la otra de siete”.
En Almería, no solo la arroba era medida común, sino que existían otras de extensión, longitud, peso o volumen más o menos formales y que servían para cerrar acuerdos y plasmar negocios. Como unidad de peso, una arroba equivalía a 11,5 kilogramos y como volumen de líquidos correspondía a 16 litros. La “tahúlla almeriense” correspondía a 1.118,2 metros cuadrados de tierra de regadío; la “fanega”, 6.439,5 metros cuadrados de secano; una “vara” el equivalente a 0,83 metros y una “legua” a 5.572 metros. Cuando se implantó el kilo, suponía dos “libras” y cuatro “onzas”. En muchos cortijos de la provincia, como recordaba en 2003 Manuel Gálvez Ibáñez en el libro “La vega de Almería, una forma de vida que se acaba”, la medida común en el peso de volumen de sólidos era la “media fanega”, que correspondía a seis “celemines”.
Para transacciones de un producto determinado existían medidas informales, pero aceptadas de forma generalizada. Siete espuertas de estiércol eran una “carga”; a la hora de sembrar se podía medir el terreno en “palmos”, “brazás”, “jemes” o “pasos” y el producto que cabía en una o en las dos manos se llamaba “garfá” si era agua, “maná” para la alfalfa o el esparto y “almorzá” si era tierra.
De todas las expuestas, la arroba era la reina. Por su duplicidad en peso y volumen, lo mismo se usaba en las mediciones de las exportaciones de uva de embarque, en el vino adquirido por una bodega, en los acertijos y canciones populares o en un listado oficial de organismo públicos. En junio de 1847, la junta municipal de beneficencia entregó a las siete Hermanas de la Caridad 17 arrobas de lana para rellenar sus colchones, según la relación de gastos rubricada por su presidente, José Puche, y por el vocal José Martínez Almagro.
Los barriles que a finales del XIX salían del Puerto rumbo a Glasgow, Liverpool o Manchester tenían una capacidad de dos arrobas; en 1880 el precio medio por barril de uva de Ohanes puesta en Reino Unido se pagaba a 30 pesetas, es decir a 1,3 ptas. el kilo, según el libro de la Fundación Cajamar “La uva de Almería” escrito en 2006 por Bienvenido Marzo López y cinco autores más. Los vapores podían cargar en sus bodegas miles de barriles de dos arrobas cada uno. Los primeros datos de exportación reflejan que, en 1835, se vendieron en el extranjero solo 30.000 barriles de uva. En 1936, en plena Guerra Civil y en esa campaña anual, Almería había enviado a Europa y Norteamérica 603.115 barriles de uva hasta noviembre, la mitad que el año anterior por esas fechas, que fueron 1.384.259 barriles de dos arrobas cada uno.
Una arroba de vino
Otro producto básico en el consumo almeriense de hace un siglo era el vino, que también se ofrecía por arrobas. Para la Navidad de 1892, el comercio “El Valenciano” del número 3 de la calle de Las Tiendas disponía para su público de 5.000 arrobas de vino tinto de 14 grados; la unidad costaba treinta céntimos. A principios del XX, en la bodega de la calle Tenor Iribarne se recibía el vino de Valdepeñas por cientos de arrobas y se informaba a los clientes de las nuevas provisiones mediante anuncios en la prensa. En 1915 se pusieron a la venta 2.000 arrobas de vino de esa comarca, al precio de 22 reales cada una. Los despachos de vino solían tener toneles de 40 arrobas cada uno, que iban rellenando conforme los usuarios se bebían los chatos. Por San Marcos, y cuando El Ejido se independizó de Dalías, era común comer habas, pan, tocino y “cuarenta o cincuenta arrobas de vino”.
Igualmente, la arroba era argumento de canciones, coplillas y acertijos, sobre todo en las comarcas del Andarax, Berja y Dalías, tan acostumbradas a su manejo con las exportaciones uveras. En Rágol, la voz popular se refiere a los enormes pies de su patrón con esta chanza: “A San Agapito le hicieron unas esparteñas con tres arrobas de esparto y le vinieron pequeñas”. Algunas letras folklóricas de las parrandas de Cuevas del Almanzora también la mencionan: “Lo que pesa la jarra de tu jarrero/ lo que pesa la jarra, niña, de tu jarrero/ así son las arrobas/ que yo te quiero.”
Dicen que para las fiestas de la Santa Cruz de Instinción, las mujeres preparaban varias arrobas de pescado en escabeche, las repartían y cada familia mantenía la costumbre de guardar su parte en un gran lebrillo debajo de la cama hasta el día que se consumía… Luego, junto al “mayordomo mayor” de cada año, se daba buena cuenta de las cuarenta arrobas de “ponche” preparadas para la ocasión. En Lubrín, el pan y las roscas vuelan, por cientos de arrobas, desde los balcones el 20 de enero, día de la procesión de San Sebastián.
A principios del XX, la arroba seguía estando muy presente en el comercio almeriense pero también en los documentos oficiales de sumarios, sentencias y procesos penales. En 1909, la Guardia Civil montó en Gérgal un operativo para detener a un ladrón de arrobas de vino, especializado en forzar bodegas y tascas y llevarse la mercancía en un carro atestado de “damajuanas”. Al final, el sujeto, Francisco Espinosa Rodríguez, fue capturado tras violentar los toneles del mesero Francisco Fuentes Lozano.
Bien entrado el siglo XX, los almerienses vinculados a la agricultura y a la ganadería seguían hablando en arrobas de sus cosas. Los chiros puestos a la venta en los mercados de animales vivos y destinados a las tradicionales matanzas de autoconsumo, se ofrecían por su peso en arrobas. En 1951 era posible comprar un buen puerco de diez arrobas por 460 duros. El tomillo, otro producto clave en la economía de muchos pueblos de interior, tenía un valor de 150 pesetas la arroba, ya en 1980. Si bien, un bracero podía recolectar en un jornal de trabajo de doce a catorce arrobas. El esparto se pesaba en arrobas, media arroba o cuarterones y su precio oscilaba dependiendo de la calidad y de su longitud. Antes, cuando los estraperlistas y ambulantes recorrían los cortijos, portaban sus productos en mulos sabiendo que cada animal podía soportar el peso de hasta ocho arrobas. De igual modo, en las crónicas taurinas cuando se hablaba bien de los morlacos que saltaban al ruedo se afirmaba que tenían “muchas arrobas, pitones y trapío”.
En definitiva, la arroba ha estado presente en la vida de nuestros antepasados, tanto o más que ahora en el mundo virtual y en las direcciones de correo electrónico. Larga vida, pues, a la arroba y a la @.
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