Diez años de lágrimas por un ángel

Una década del crimen de piedras redondas Asesinato de la niña Montserrat Fajardo, de siete años

La muerte de Montse fue uno de los crímenes más atroces y abyectos jamás vistos en la historia reciente de Almería

Joaquina, madre de Montserrat, llora sin consuelo frente a su domicilio en Los Almendros.
Joaquina, madre de Montserrat, llora sin consuelo frente a su domicilio en Los Almendros.
Óscar Lezameta / Almería

05 de febrero 2012 - 01:00

El único pecado de Montse fue nacer guapa y lista. No le dio tiempo a más. Lo último que hizo fue acudir a la fiesta de cumpleaños de su primo Juan Carlos. La siguiente vez que fue vista, estaba en una caja de cartón. El 17 de marzo de hace diez años, la conciencia de todos se vio sacudida por unos hechos que una mente normal jamás alberga por más macabro que sea lo más oscuro que esconda. Había obsesión por encontrar respuestas: conocer quiénes lo hicieron torció el gesto; nadie podía imaginar que dos de sus tías y un tío, aquellos en quienes confiaba la pequeña se encargaran de asesinarla con una brutalidad inconcebible. El porqué aún fue peor ya que demostraba cuán difusa es la línea que separa la vida y la muerte de un ángel que se marchó demasiado pronto. Montse sólo tenía siete años.

Nadie podía imaginar que Montserrat Fajardo desapareciera sin dejar cuenta de dónde iba. Algo no encajaba. Vecinos la buscaron por todos los rincones del barrio, calle por calle, casa por casa, salvo en una. Algunos de quienes más se afanaban por localizarla, quienes más sentían su pérdida, eran sus propios asesinos. No hubo que esperar mucho para encontrar algo que nadie quería ver. El barrio Piedras Redondas estaba tomado por la Policía. Una caja frente al número 130 de la calle Sierra de Fondón que no estaba minutos antes, escondía el cuerpo de Montserrat. La tragedia se desató.

Lo que siguió después fue uno de los hechos más trágicos de la moderna historia de Almería. Invasión de medios de comunicación llegados de todas las partes del país llevaban el morbo en directo. No se verían defraudados. El drama sólo había comenzado.

Los profesores de unos escolares de un colegio de la vecina barriada de Los Almendros habían decidido llevar a los niños de excursión, apenas horas después de encontrar el cadáver de la niña. Fue una decisión de la que se arrepentirían toda su vida. Al poco de comenzarla un grupo de ellos contempló aterrorizado el cuerpo de Antonio Santiago, tío de Montserrat, colgado de un árbol en el paraje del Pinar de Lucas. La presión policial y, sin duda, el peso de la culpa, le hicieron escoger el camino más corto y más duro de digerir para su propia familia. No sería el último sobresalto.

Unas horas después, el trabajo de mantener la seguridad en un barrio que amenazaba con estallar por los cuatro costados, se puso a prueba. Una tía de la pequeña, esposa de Antonio, era detenida acusada del crimen esa misma tarde. Una semana después era detenida Engracia Santiago y su marido, Antonio Fernández, también tíos de la niña, como presuntos autores y cómplices de un crimen que pocos llegaron a comprender.

A todo crimen le sigue su entierro. El de Montse fue especialmente trágico. Joaquina, su madre, no podía contener una emoción que la desbordaba. Embarazada de seis meses, su cuerpo y su alma estaban en el mismo ataúd blanco en el que descansaba la niña de sus ojos. "Nos han roto a nuestra niña" decía el párroco Carlos Huelín. Antonio Iglesias García, El Payo, pedía desde el púlpito una tranquilidad que a duras penas se pudo mantener: "estamos muy enfadados y con ganas de hacer muchas cosas; pero este enfado y esa desazón no vale para nada. No vale para nada la Justicia de los hombres. Para entender y sobrevivir a esta dura realidad, hay que escuchar la voz de nuestra niña".

El de Antonio en Pechina fue otra cosa. El pueblo estaba blindado por una operación jaula de la Guardia Civil que incluía controles en todas las carreteras de acceso, patrullas a caballo y varios helicópteros que rompían un silencio que de podía cortar.

De inmediato comenzó una carrera para tratar de explicar lo inexplicable. Todos trataban de encontrar las razones que movieron a cuatro personas a terminar con la vida de alguien de los suyos; Montserrat era la persona más indefensa del mundo. Se habló de móviles sexuales, de saldar una deuda pendiente, de ajuste de cuentas, como si la niña tuviera algo que ver con todo eso. Al final, como también suele suceder, la razón, el móvil fue más aterrador: fueron los celos que sentían entre ellos los que desencadenaron una venganza atroz. Montse era en centro de atención, por su hermosura, por su actitud, por su sonrisa, por las notas que sacaba en el colegio, sencillamente por ser como era. Demasiado simple, aunque tan real como unos hechos que costaba trabajo no considerar como una pesadilla.

Dos años tardaron los procesados en revivir unos hechos por los que pasarán más de dos décadas en prisión. Diez años después nadie que se acercó por -ironías del destino- las inmediaciones del cementerio de San José, ha podido olvidar lo que unas calles más allá sucedió entre personas como todos.

La envidia, el deseo irracional de venganza y sobre todo la falta de conciencia nos llevó una vez más a ser cabecera en la información nacional en aquella sección en la que jamás nadie quiere salir. La página negra de la historia reciente de Almería, escribió un capítulo imborrable en el barrio de Piedras Redondas. Montserrat Fajardo tenía siete años cuando fue asesinada por aquellos a quienes un día quiso, en quienes confiaba, entre quienes no tenía miedo. Almería tiene desde hace diez años un ángel menos viviendo entre nosotros.

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