40 años del 11M almeriense

Almería

El 11 de marzo de 1982 explotaron, por imprudencia, las tuberías de gasolina de Campsa. Murió una niña y otras dos resultaron heridas

40 años del 11M almeriense
José Manuel Bretones

27 de febrero 2022 - 07:00

Almería/El 11 de marzo es una fecha dolorosa. Hace 18 años, diez explosiones consecutivas en cuatro trenes de Madrid mataron a 192 personas e hirieron a 1.857. Fue el peor atentado en la historia de España, cometido por “Al Qaeda” tres días antes de unas elecciones generales.

Desgraciadamente, un 11 de marzo también está marcado en el calendario de las tragedias almerienses. No fue una catástrofe planeada, sino fruto de la imprudencia. La tubería de conducción de gasolina desde el Puerto a los ya desaparecidos depósitos de Campsa en la Carrera de Monserrat explotó, matando a una niña e hiriendo a dos adolescentes. Pero aquello pudo ser un caos, una carnicería, una hecatombe.

La capital vivió aterrorizada, durante horas, por si estallaban los depósitos de Campsa, que tenían 18.000 toneladas de combustible

A las siete y media de la tarde del 11 de marzo de 1982, tres chiquillas de El Zapillo paseaban por la escollera del muelle de levante. María del Mar Sánchez López, de 14 años, Victoria García Arcos, de 17, y su hermana Encarnación, de 15, hablaban de sus cosas, saltando de roca a roca, cuando uno de los libros que portaban se les calló y se coló entre las piedras. Ya había poca luz natural, por lo que las chiquillas decidieron sacar un mechero para ayudarse con su tenue luz en la búsqueda del objeto. Apenas chascaron la piedra del encendedor ocurrió una fatalidad, lo inesperado, lo inimaginable: una tremenda explosión, seguida de unas infernales y altísimas llamaradas, convirtieron la escollera en una tea. El fuego alcanzó de lleno a las tres muchachas mientras por debajo de aquellas piedras seguían las detonaciones en cadena en dirección a la ciudad.

Los peatones que paseaban por el malecón no daban crédito a lo que estaban viendo: un enorme fuego descontrolado salía de debajo del acantilado y se escuchaban continuos estallidos en el subsuelo. Las tres chiquillas fueron evacuadas a toda prisa a la Casa de Socorro y luego a la Bola Azul, donde dos de ellas pasaron a quirófano. Pudieron salvarse. En cambio, María del Mar Sánchez López sufrió quemaduras en el 90 % de su cuerpo, sobre todo en las extremidades, por lo que fue trasladada esa misma noche al hospital “Virgen de la Arrixaca” de Murcia, donde falleció en la medianoche del 13 de abril.

De inmediato, las fuerzas de seguridad acordonaron la zona, la Policía Municipal cortó el tráfico en la Carretera de Ronda y los bomberos iniciaron profundas inspecciones para localizar poros o fisuras en los dos kilómetros del recorrido de la tubería. Además, introdujeron agua a presión para limpiar las paredes de restos de carburante, aunque tardaron en localizar un equipo de bombeo ya que Campsa allí no tenía ninguno. Tampoco pudieron cerrar las válvulas de seguridad porque no las encontraron.

Primer plano de un depósito con una pintada pidiendo su desmantelamiento

Miedo a que volara la ciudad

Los ciudadanos se transmitían la noticia y la intranquilidad se convirtió en espanto. Hombres y mujeres con voces temblorosas y los ojos humedecidos de pavor temían que las deflagraciones, que no pararon de producirse durante dos horas y media, alcanzaran los depósitos de almacenaje y volara media ciudad causando una tragedia mortal sin precedentes. Numerosos vecinos abandonaron sus casas y se marcharon a cortijos y pueblos de familiares. Afortunadamente la calamidad no ocurrió, pero aquel suceso abrió un debate social sin tregua que culminó con la desaparición de aquellos enormes bidones de carburante en pleno casco urbano. Hasta 36.000 toneladas de productos podían almacenar, aunque ese 11M estaban a la mitad de su capacidad.

Aquella noche de miedo y dolor también generó una cascada de acusaciones entre cargos públicos provinciales y la dirección de Campsa. Ésta envió a Almería a su delegado regional, José María Amores Jiménez, para minimizar lo ocurrido y tranquilizar a la población. Explicó que los tubos tenían solo cinco años de uso, que la conducción estaba hormigonada, sin fisuras, y el accidente pudo deberse a bolsas de gas formadas entre las piedras. De hecho, unos días antes, un trabajador del Puerto casi se asfixia al respirar efluvios de una fuga. Finalmente, se demostró que en los tubos existían hendiduras de un centímetro. Por su parte, el Ayuntamiento matizó que la factoría, inaugurada el 1 de marzo de 1958, estaba fuera del plan urbanístico y por eso denegó en 1981 una licencia para diferentes obras.

Mientras las autoridades y los técnicos se peleaban entre sí, una mezcla de aflicción, dolor, miedo e intranquilidad se adueñó de la ciudad. El luto acentuó la preocupación y diferentes colectivos sociales arreciaron sus movilizaciones para desmantelar los depósitos. La chiquilla era la menor de cinco hermanos –Francisco, Isabel, Eulalia y Cristóbal- estudiaba graduado social y había sido alumna de los centros “San Valentín” y “María Inmaculada”. Residía junto a sus padres Francisco y Francisca en la calle Motril. El multitudinario funeral tuvo lugar el 15 de abril en la iglesia de San Pio X de El Zapillo y fue oficiado por el párroco Andrés Anes Fernández (1927-2002).

María del Mar, la chiquilla fallecida, en una foto facilitada por la familia en 1982

Otro camino tortuoso fue el lento proceso del sumario. Citas, declaraciones, testimonios, informes técnicos… hasta dos intentos de archivar el caso. El juicio se celebró el 7 de mayo de 1985 y el magistrado Cristóbal García Teruel firmó una sentencia condenatoria por imprudencia contra tres personas: José García Fuentes, jefe de mantenimiento de Campsa; Gonzalo López de las Heras, ingeniero jefe y el técnico Gratiniano Miguelez Quintanilla. Debían abonar 10.000 pesetas de multa, las costas, cinco millones de pesetas a los padres de Mar Sánchez López y un millón a cada una de las hermanas García Arcos, la mitad de lo que pedía José María Requena, la acusación particular. La sentencia de “imprudencia por omisión”, se justificaba en que “ante situaciones reiteradas de escapes de gas en la zona portuaria creadoras de evidentes riesgos por tratarse de sustancias altamente inflamables, debió procederse a más detenidos análisis.”

Aquel 11M almeriense propició un rosario de manifiestos y apariciones públicas de concejales, técnicos y figurantes de medio pelo en el arte de ponerse medallas de cada desgracia ajena. Hasta se creó una comisión pro-traslado, financiada por las arcas públicas, que no tuvo mejor ocurrencia que idear un referéndum. Se dijo que los depósitos se trasladarían a la boca del río, a la playa de las Olas, al Puerto y a un sinfín de lugares.

Lo cierto es que el tormento personal de los familiares de la chiquilla muerta sirvió para que los depósitos se desmantelaran. Con contraprestaciones y a velocidad almeriense, eso sí. Once años y medio después de aquella desgracia el polvorín desapareció y en su lugar se construyeron cientos de viviendas y un parque. Estaría fenomenal que el Ayuntamiento evocara allí, y para siempre, a María del Mar Sánchez López con alguna placa o recuerdo. Pero, claro, aquí olvidamos muy rápido y aquello del 11M sonará a chino.

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