El anhelo de Jacques Herzog en Rodalquilar
Almería
Amores de verano. El prestigioso y premiado arquitecto Jacques Herzog se enamoró de una casa y de su diseño, obra del madrileño Víctor López-Cotelo, por las imaginativas ideas de ésta
Almería/Nuestras vidas pivotan entre los grandes sucesos extra-ordinarios y los pequeños acontecimientos ordinarios. Los periodistas se nutren de los primeros; y los poetas encuentran en los segundos el alimento de su inspiración. Los artistas, sin embargo, se mueven con naturalidad entre esos dos mundos.
Resulta más fácil ponderar el talento que germina en la construcción de grandes obras públicas porque en ellas se reconocen una cierta innovación técnica, una escala que supera la dimensión local y una expresión icónica vinculada a la memoria de un lugar. Sin embargo, esa condescendencia se vuelve más exigente al juzgar el mérito que emerge de pequeños proyectos cuando la renuncia a proponer una imagen memorable, la colaboración con oficios modestos o la construcción de un relato intelectual, forman parte del proceso creativo.
La ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing de 2008 se desarrolló en el nuevo Estadio Nacional —también conocido como 'El Nido'. Se construyó con un entramado de acero que resolvía a la vez la estructura del estadio, la imagen exterior y la metáfora sobre la que se apoya. Los autores del proyecto fueron los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron (Basilea, 1950) que, con la colaboración del artista chino Ai Weiwei, dirigieron al ejército de 17.000 obreros, controlaron el ensamblaje de las 110.000 toneladas de acero y administraron los 320 millones de euros del presupuesto.
Esta pareja de arquitectos, que siempre ha demostrado una relación emocional y física con la materia, ha firmado además obras tan importantes como la rehabilitación como Centro de Arte Moderno de la Tate Modern (1999) en Londres, la Elbphilharmonie (2016) en Hamburgo o la sede del Caixa Forum (2005) en el Paseo del Prado de Madrid, entre otros.
Pero como decía Gabriel García-Márquez, todos tenemos tres vidas: la pública, la privada y la secreta. Y pocos lectores conocerán que Jacques Herzog —que además ganó el Premio Pritzker en 2001, equivalente al Premio Nobel para un arquitecto— quiso comprar en 1995 una minúscula casa de vacaciones en Rodalquilar (Níjar, Almería) durante una excursión que realizó por Cabo de Gata a finales del mes de julio mientras participaba en un Curso de Verano que la Universidad Complutense de Madrid celebraba en Aguadulce —y que dirigió Guillermo Vázquez Consuegra.
La casa de Rodalquilar de la que se enamoró Herzog es una obra de Víctor López-Cotelo (Madrid, 1947), un importante arquitecto y profesor que recibió en el año 2015 el Premio de Arquitectura Española por la rehabilitación del antiguo Hospital Militar como Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Granada. Fue además discípulo de Alejandro de la Sota, un maestro que siempre ofrecía a sus clientes 'liebre por gato' —sí, está bien escrito.
La casa, fruto del encargo de un amigo en 1992, se levanta en un pequeño solar urbano de sólo 3,20 metros de fachada y 12 metros de fondo, en una calle tan estrecha que ni siquiera puede pasar un coche. La estricta normativa sólo permitía edificar 7 metros de altura y una superficie máxima equivalente a la del propio solar. Así que la primera operación fue la de proponer un semisótano —cuya superficie no computaba— que sirviera de zaguán y al que se accede desde una escalera abierta situada en un patio inglés en la fachada. De este modo, se consigue entrar a la casa desde su corazón. Este semisótano está permanentemente ventilado e iluminado tanto a través de ese patio así como a través de unas ranuras en el pavimento del patio trasero. En la planta principal se sitúa la cocina y el baño —orientados a la fachada— y un salón a doble altura que se abre hacia el patio trasero mediante un cerramiento estanco de vidrio y otro versátil de madera. En el segundo nivel se dispone un dormitorio que se abre tanto a la fachada principal mediante una ventana, como a la doble altura del salón a través de otro hueco, para permitir la ventilación cruzada. Un sencillo juego de dos escaleras empinadas —que se unen a otras dos que organizan el desplazamiento vertical— permiten llegar hasta el dormitorio y además acceder a la terraza de la cubierta para disfrutar de las vistas sobre el Valle de Rodalquilar.
La pequeña casa presenta varias decisiones que hacen de ella una obra maestra: unos detalles que encuentran en lo humano cualquier justificación formal, y un diseño que incorpora de un modo natural una noción ampliada de sostenibilidad y de sabiduría popular. Así, el diseño de la carpinterías se formaliza como dispositivos activos versátiles que además controlan la transpiración y la luz. O las barandillas, dispuestas después de que el propio arquitecto las bajara durante la construcción, y propusiera situarlas sólo allí donde fuera necesario agarrarse con la mano. O el patio de la casa, que se aprovecha de la palmera del vecino para que su sombra lo refresque. Y así, todo.
La casa se construye con materiales sencillos y técnicas locales, donde lo táctil se reclama como protagonista frente a lo estrictamente visual: el suelo fresco de mármol blanco de Macael, el revoco encalado, el hormigón visto en el sótano, las bovedillas arqueadas en los techos, o las carpinterías realizadas por artesanos de la zona. El resultado es una atmósfera atemporal, de recogimiento y serenidad. Y es que también durante las vacaciones, la vida en un entorno ascético, que renuncie de lo superfluo, nos reconcilia con los valores primeros. Ahí reside parte de la felicidad: en tener la virtud de multiplicar el placer con decisiones sencillas.
Finalmente, la compra de la casa de Rodalquilar no fue posible y se convirtió para Herzog en la alucinante atracción de lo prohibido, en un anhelo imposible de satisfacer. Pero también en la lección definitiva que nos hace recordar que las cosas verdaderamente valiosas no siempre se pueden comprar.
Jacques Herzog no cejó en su voluntad por encontrar un refugio donde pasar largas temporadas en España. Y lo consiguió en Porís de Abona, un pequeño pueblo situado al sur de la isla de Tenerife donde proyectó, construyó y habitó una casa con vistas hacia el océano Atlántico. Pero desde allí nunca podrá disfrutar de una puesta de sol desde el Castillo de San Ramón ni sentarse a la sombra de la Torre de los Alumbres.
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