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Música
Cuando terminaba el año 1970 George Harrison sonaba en las emisoras de radio con “My sweet Lord”, los de Liverpool ya se habían separado. Era un tema como un canto espiritual, místico…
Los Beatles nos habían presentado a aquel joven de melena circunspecta, a lo clic de Playmobil, que siempre estaba en la fila de atrás, detrás de John y Paul (Lennon y McCartney, respectivamente), al lado de Ringo Star, el otro beatle también instalado en el ostracismo, que también tocaba, pero no firmaba canciones. Era la época en que solo firmaban John y Paul (autógrafos, cheques, facturas, canciones…), era la beatlemanía, entre 1963 y 1966, el trienio dorado de los melenudos de Liverpool.
Fue la época dorada en nuestra memoria. El franquismo se burlaba de los Beatles sin darse cuenta de que también se burlaba de todos nosotros, de los Stones, de los Who, de los Pirex, de los Mustang, y de los trabajadores, y de… El franquismo nunca supo qué hacer con “lo moderno”, era algo que atentaba directamente a su impotencia.
George Harrison empezó a ser fundamental en los dos últimos años del grupo. George era ya un beatle diferente, con una legión de seguidores propia.
Lo que supuso que se fuera retirando, poco a poco, del mundanal ruido. Ya multimillonario, se refugió en su castillo encantado desde el que, de vez en cuando, salía para grabar algún disco más o menos brillante, lleno de canciones de esas que a él le apetecían y con las que enladrillar una reputación a prueba de malos vientos.
Los años noventa fueron los años del dolor para Harrison luchando contra el cáncer, un hombre joven al que la muerte –una vez más- le visitó con excesiva premura.
George Harrison nació el 25 de febrero de 1943 en Liverpool y, al igual que el resto de sus posteriores compañeros de fatigas, en el seno de una familia de clase obrera. Llegó a la escuela primaria tres años después de hacerlo John Lennon. Ingresó en el instituto en 1954, en un curso anterior al de Paul McCartney. En 1956, en pleno furor por la música juvenil, formó su primer grupo, The Rebels, y fue donde apareció musicalmente su amigo McCartney. Sería este el que, poco después, le presentaría a John Lennon.
Eran tres adolescentes de Liverpool, de un similar origen social y con un descarado afán por zambullirse en esa cosa nueva, denostada y mal vista que era el rock´n roll. Una música acelerada y que, encima, habían creado negros en Estados Unidos.
Siempre le fue extremadamente difícil colocar material suyo en sus repertorios. Su singladura por aquellos grupos, “Quarrymen” y “Silver Beetles”, precursores de los Beatles definitivos (Es la historia de cuatro amigos fabulosos que se convirtieron en la banda de mayor éxito de la historia. “Existe algo llamado magia, y los Beatles tenían ese algo”), no fue nada sencilla. Su primera composición antes de los éxitos del grupo, firmada por él fue “Don’t brother me”. Según el productor Brian Epstein, era “bella, introspectiva y adelantada a su tiempo”.
Recuerdo con entusiasmo y afecto el tema “Something” que a la postre fue el único “hit” firmado por Harrison en toda la historia de los Beatles.
Tras la disolución del cuarteto de Liverpool, George Harrison prosiguió una senda en solitario que de hecho ya había iniciado dos años antes.
Cabe destacar tres elementos llamativos en su biografía artística:
- Harrison introdujo la filosofía hinduista en el rock; convirtió el sitar –como hiciera Brian Jones- en instrumento del ámbito rockero, e hizo del maharishi Manesh Yogi guía espiritual de media profesión.
- Edificó la idea de los conciertos rockeros de carácter solidario. “Concert for Bangla Desh” –con Dylan Clapton, Ravi Shankar o Ringo Starr- abrió la senda multimediática de este tipo de acontecimientos. Junto a Dylan y Roy Orbison, entre otros, montaría años después la “jolgoriosa” aventura de los Travelling Wilburys”.
- Con la productora Dark House controló su carrera discográfica y con la cinematográfica Handmade Films alumbró “La vida de Brian” y “Los héroes del tiempo”, de los Monty Pyton; “Mona Lisa”, con Bob Hoskins, o “Shanghai surprise”, con Sean Penn y Madonna.
En septiembre de 2021 se publicó por primera vez en español “I Me Mine”, un libro de memorias y las letras de sus canciones, donde el músico introvertido describe sus vicios y angustias.
Uno de los sucesos de la vida de Harrison tuvo lugar en 1999, cuando se recuperaba de un cáncer de garganta. Se encontraba en su mansión de Oxford de 120 habitaciones, donde había extremado las medidas de seguridad. Era el 30 de diciembre, las últimas horas del milenio. George oyó unos ruidos dentro de la gran casa y se puso una bata sobre el pijama. Se encontró a un intruso, al que trató de tranquilizar. “Hare krishna”, espetó al hombre, que empezó a proferir alaridos. Harrison, temiendo por su mujer Olivia y su hijo Dhani, también músico, trató de detenerle, pero éste le clavó el cuchillo. Una y otra vez, hasta cuarenta puñaladas en el torno y el abdomen. Olivia entró en escena y golpeó al intruso con una lámpara metálica. Recibió alguna cuchillada, pero siguió golpeando al asaltante, que trató de huir arrastrándose por el jardín. La policía le detuvo. Harrison salvó la vida de milagro. Por un centímetro, palabras de los médicos que le atendieron, no le perforaron el corazón y por unos minutos no murió desangrado. Pero nunca se recuperó. Las secuelas le debilitaron de cara a su lucha contra el cáncer. Una patología que se le diagnosticó en 1997 en la garganta (Harrison era un contumaz fumador) y que más tarde la metástasis se extendió a otras partes del cuerpo, provocándole la muerte el 29 de noviembre de 2001, tras cuatro años de nuevos padecimientos. Tenía solo 58 años.
Con George Harrison se fue indiscutiblemente una parte importantísima de la juventud de la época. Equivalente al vacío que dejaron las trágicas muertes de John Lennón y Elvis Presley. Espero y deseo que en algún sitio estén todos juntos organizando unas “jam-sessions” alucinantes. Prefiero pensar así.
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