Cuando los almerienses saltaban los trenes

Pequeñas historias almerienses

La pasarela peatonal sobre la estación de ferrocarril, operativa desde 1984, eliminó esa peligrosísima práctica

Pasarela peatonal inaugurada en 1984 / D.A.
José Manuel Bretones

25 de diciembre 2022 - 06:00

Almería/Cualquier almeriense de la capital, mayor de 45 años, sabe lo que era saltar los trenes. Lo conoce y, casi seguro, que lo practicó en alguna ocasión. Era cosa común entrar andando a la estación, cruzar las vías y subirse y bajarse de los vagones que estaban estacionados en las dársenas. Vamos, una maniobra cotidiana que hacía casi todo el mundo. El objetivo era acortar el camino entre Ciudad Jardín, Las Quinientas Viviendas,El Zapillo y la Carretera de Ronda. O saltabas los trenes o dabas un rodeo inmisericorde hasta el puente de piedra de Las Almadrabillas y retomabas el camino por la Carretera de Sierra Alhamilla. Y eso era mucha tela.

Aquella acción de encaramarse a los vagones y tirarse de un salto a aquel suelo lleno de loscos afilados como cuchillas tenía su morbo. La mayoría de los ferrocarriles estacionados eran de transporte de mineral, que esperaban turno para descargar el asqueroso polvo rojo o salir camino de Alquife. Había otros de mercancías, de graneles sólidos, con plataformas, con troncos de árboles, incluso llenos de ovejas vivas que llamaban “vagones jaula”

Pero si brincar por la estación era emocionante, también poseía sus riesgos. Algún muchacho terminó en Huércal o en Santa Fe porque justo cuando hacía equilibrios sobre el vagón, la locomotora arrancó con el pasajero furtivo a bordo. Claro que eso no era lo peor. Varias personas fallecieron al golpearse con los topes de hierro, desplomarse de mala forma o ser atropelladas por las enormes ruedas. En los años setenta, un muchachillo de El Tagarete haciendo el tonto desde lo alto de la tolva, cayó de boca y se dejó las paletas hincadas en el suelo; otro que volvía de la playa en chancletas se resbaló sobre un coche cisterna y se fracturó la pierna derecha.

El puente fue ejemplo de la desidia de las autoridades con Almería: ideado en la postguerra, proyectado con el franquismo, presupuestado con UCD y ejecutado con el PSOE

Las dos Almerías

Resultaba evidente que las autoridades debían poner remedio a este peligroso juego y, de paso, facilitar la comunicación peatonal entre el casco urbano y lo que antes llamaban el “distrito séptimo”, que no era sino la zona más cercana al litoral del levante capitalino. Un paso elevado sobre las vías que uniera a las “dos Almerías” era la solución más rápida, fácil, económica y viable. Pero ya sabemos lo que ocurre en nuestra provincia con cualquier obra que necesita el visto bueno del gobierno: Se alarga eternamente. La pasarela fue ideada en la postguerra, proyectada con el franquismo, presupuestada cuando gobernaba UCD y ejecutada e inaugurada cuando Felipe González llevaba año y medio en La Moncloa. ¿Los motivos? Muchos. Y los de siempre. Unas veces porque el Ayuntamiento no aportaba los cuartos necesarios para pagar su construcción, otras porque la abulia de Renfe no otorgaba el beneplácito al uso de sus terrenos para las columnas de la infraestructura, porque el contrato quedó desierto o porque la adjudicataria desapareció. Y como condimento esencial, la almeriensísima desidia de sus políticos y la anestesiada e indiferente sociedad.

La pasarela de la estación, que hoy vemos tan bonica pintada de blanco, costó sudores. Con el tercer proyecto firmado y sellado en los despachos oficiales y el préstamo del Banco de Crédito Local tramitado, aún hubo que aguardar desde 1978 a 1984 para que los insignes ediles dieran vía libre a su montaje. Tanto tardaron en concederla que el presupuesto subió como la espuma: de 17 a 21 y de 21 a 26,5 millones de pesetas.

Algunos concejales, en el pleno del 5 de febrero de 1979, protestaron porque el Ayuntamiento no debía hacer frente al gasto ya que la estación iba a ser trasladada de lugar “de forma inmediata” (¡), mientras que otros ediles reclamaban el puente peatonal “como máxima urgencia por el gran servicio que prestará a la zona”. Ya en el verano de 1980 el tema se dilató por la ausencia de los representantes de UCD en una sesión pública, clave para arrancar las obras. Pero también es verdad que no acudieron como rechazo a las afrentas e improperios que recibieron del comunista Guerrero Villalba.

Por fin, el 4 de marzo de 1982 el Ayuntamiento cerró el asunto invirtiendo 26.534.069 pesetas; se adjudicó por concurso a la empresa “Sirka S.A.” y las obras de ensamblaje de los materiales prefabricados empezaron en diciembre de 1983, prolongándose durante tres meses. En ese tiempo hubo un instante crítico, cuando la Compañía Andaluza de Minas (que gestionaba “El Toblerone”) exigió que el Ayuntamiento le diera permiso para desmontar el puente si era necesario, solo para el buen fin de su negocio. Afortunadamente, aquello quedó en una propuesta. En marzo de 1984 los almerienses dejaron de saltar los trenes porque el puente peatonal, entonces de color rojo, era ya una realidad.

Laudelino Gil inaugura la pasarela

La inauguración

En aquella época, cuando las obras públicas se ponían en servicio no eran objeto del obsesivo afán propagandístico de los gobernantes del siglo XXI; aun así, el gabinete de prensa municipal anunció la puesta en servicio de la infraestructura, pero sin corte de cinta ni rueda de prensa. El 30 de mayo de 1984, tras un pleno municipal, los periodistas instaron al teniente de alcalde Laudelino Gil Andrés (1944-1999) a visitar la obra recién terminada. Y todos nos fuimos andando hasta allí –porque yo también iba-. Por el camino, alguien se hizo con una larga cinta de tela y una vez en el puente hicimos un nudo de lado a lado y el bueno de Laudelino la quebró de un fuerte tirón. Porque estaba muy delgado, pero tenía fuerza. E inaugurada quedó. Unos chiquillos que venían de la calle La Marina en bicicleta fueron sus primeros usuarios “oficiales”.

La lluvia no impidió aquel acto “forzado” por la prensa y aderezado con anécdotas del propio edil, como que ya había oído hablar de la necesidad del puente cuando era niño. Testigos de aquella risa cómplice entre políticos y periodistas fuimos, entre otros, Juan Torrijos Arribas, Juan Salmerón Ramírez (1933-2008), Enrique Abad Rodríguez (1961-1992), un representante de la constructora, al que localizaron por teléfono desde la centralita del Ayuntamiento, y los concejales Antonio Torres Tripiana y José Miró González.

Con la preciosa estación de ferrocarril vergonzosamente cerrada, la pasarela peatonal cumplirá pronto 40 años de uso; ya no se puede saltar los trenes. Sobre todo, porque no hay.

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