Almería invisible IV. La comunidad de los sinhogar
Encuentros con la pobreza extrema
Tres noches por semana, Cruz Roja realiza una ruta de atención e información en calle para las personas sin hogar
Almería invisible III. Encuentros con la pobreza extrema. "No temo la muerte"
Antonio es uno de los últimos usuarios que visitamos. Cuando llegamos, lo solemos encontrar roncando, con el sopor que sigue a la ingesta de vino tinto, y un vaso inacabado junto al cartón sobre el que duerme.
«Antonio, Antonio», lo llamo con suavidad, tal como he visto hacer a otros voluntarios. Si no responde, le dejo agua y unas magdalenas, porque van precintadas. Los sándwiches es mejor no dejarlos porque vienen en bolsas abiertas.
Los vecinos le dan ropas y mantas en invierno, y comida durante todo el año; también monedas. Nosotros hacemos lo mismo, salvo darle dinero. De vez en cuando, voluntarios de Cruz Roja lo llevan al centro CASA para ducharlo y cambiarle la ropa.
Es anciano y anda con dificultad. No se mueve de su parque, y para desplazarse cortas distancias tiene que usar un andador. No puede ganarse la vida como otros, recogiendo chatarra, hurgando en contenedores.
En alguna ocasión, voluntarios de Cruz Roja lo han encontrado destapado en una noche fría de invierno y lo han cubierto con una manta.
Una noche de mediados de agosto, lo veo despierto, sentado en el suelo, sudando, abriendo y cerrando con desesperación bolsas y mochilas.
«Ladrones, me lo revuelven todo. Me quitan lo que les viene en gana... No sé por qué este gobierno de mierda deja [suelto] a tanto chorizo y no los meten en la cárcel. ¡Ala, viva la Pepa!»
Me muestra dos mochilas vacías y dice que tenía sus pertenencias de valor metidas en ellas.
«Me las cogen, me registran, y me quitan lo que les conviene. A Almería le va a venir tal meteorito, que el de San Telmo, que se estrelló, [se va a quedar pequeño]».
Me pregunto qué se le puede robar a alguien que tiene tan poco, qué ínfima victoria puede obtener tan desesperado ladrón.
Antonio olvida rápidamente el incidente y en pocos minutos comienza a hablar de una prima de su abuela materna que fundó la Cruz Roja en la ciudad de …
Los sintecho pierden periódicamente todo, y la vida continúa.
Esta noche, esa sensación de inseguridad ha aflorado repetidas veces. Un poco antes, hemos visitado un grupo de 5 o 6 usuarios en un parque. Estaban adormilados en 4 bancos alrededor de un parterre circular con flores.
Les hemos pedido que se acerquen hasta la furgoneta de Cruz Roja para darles algo de comida, agua, y apuntarlos en la lista de usuarios atendidos. También les informamos que pueden ir al Centro de Día de Cruz Roja. Allí hay más recursos.
Pero, no todos han venido. Uno de ellos se ha quedado vigilando las pertenencias del grupo. Se han mostrado reticentes porque los robos, han dicho, son frecuentes, «y no te puedes descuidar ni un momento».
Poco después, Vicente, a quien hemos atendido en el siguiente parque, nos ha contado que unas noches antes, estando desprevenido, lo golpearon por detrás y le quitaron el teléfono móvil, uno de los bienes más codiciados.
Cuando un relato comienza en una parada de la ruta, continúa en la siguiente, y las paradas, puntos nodales, se convierten en capítulos de un libro por los que corre un hilo invisible, formando telas de araña.
Un cajero automático del centro es nuestra última parada, pero no la conclusión del relato. Dos usuarios lo comparten por la noche, hasta que los empleados del banco entran a las 8 de la mañana. Duermen bajo una luz blanca e intensa, y se le ve desde la calle a través de un gran ventanal. Pepe se da la vuelta y me mira soñoliento cuando digo, «¡Cruz Roja!».
Como cada noche me siento a su lado, y Nico, su compañero de habitáculo, se une. Conversamos un rato. José menciona la agresión a un sintecho en Adra, donde dos adolescentes le prendieron fuego (ver Diario de Almería, 22 de agosto). Esas noticias circulan como avisos a la comunidad. Dormir acompañado, en una zona iluminada, es una manera de prevenir ataques y robos.
«Si vienen a por nosotros, estamos preparados», dice José.
La siguiente noche nos esperan 7 usuarios en un parque cuadrado de reducidas dimensiones. 3 duermen allí; los demás acuden porque saben cuándo nos pasamos. En la cola hay un usuario (Turbulento) conocido por ser problemático. Damián, un voluntario de Cruz Roja, le pide que se identifique, una práctica habitual, y Turbulento comienza a agitarse, nervioso.
Damián le vuelve a pedir que se identifique y Turbulento estalla con insultos ininteligibles salvo uno: «¡Grande merda!». Se agarra su pene, sin bajarse el bañador, y lo apunta hacia Damián.
Varios usuarios sujetan a Turbulento. Rodrigo, un sintecho, lo increpa:
«¡Anda hijo de puta, vete a tomar por culo! ¡Siempre jodiendo! ¡Siempre viene a liarla! ¡Luego nos dan mala fama a todos [los sintecho] por su culpa!»
Turbulento se aleja vociferando y desaparece de nuestra vista.
Rodrigo, más calmado, dice que la calle es muy insegura. «La otra noche me dieron un golpe en la cabeza y me quitaron la mochila».
Estas historias muestran cómo los indigentes se rigen por valores y normas de conducta que ellos consideran adecuadas, y critican actitudes «antisociales» entre ellos. Quien infringe las normas no tiene «derecho moral» a pertenecer a su comunidad. La otra cara de la moneda es el apoyo que se ofrecen entre ellos.
Una tarde de mediados de septiembre, fuera de mi horario como voluntario, me vuelvo a encontrar con Antonio. Está sentado en un banco junto a un usuario a quien suelo ver por la zona centro. El lugar donde duerme Antonio está limpio: ni cartón, ni mantas, ni bolsas. Esa misma mañana, los de la limpieza de calles han llegado con la policía local, han arrojado todo a la basura y han desinfectado el espacio que Antonio ocupa. Los dos usuarios están compartiendo pan y latas de atún. El compañero de Antonio dice que irá a buscarle un cartón. Me informa también de los problemas de salud que tienen otros dos sintecho a quienes solemos atender en la zona centro. Espera que Cruz Roja los ayude, al igual que a Antonio. La vida continúa.
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