Un día en Almería con un agente TEDAX entre minas antitanques y proyectiles
Sucesos
El grupo de la provincia opera con siete trabajadores más un jefe de servicio
A las nueve de la mañana, los primeros supermercados abren sus puertas, los niños entran en el colegio y David López saluda a sus compañeros de la comisaría de Policía, ubicada en la Avenida del Mediterráneo 103. Acaba de comenzar una jornada laboral que durará 24 horas. En la oficina, está solo.
Son muchas horas, demasiadas, pero a cambio descansará tres o cuatro días seguidos. En el mejor de los casos no se moverá del lugar. Será una buena noticia. Para él y para la provincia. David López es uno de los agentes TEDAX-NRBQ que están en Almería. En total, siete empleados más el jefe.
Entró por vocación. Después de una larga carrera en el cuerpo, quería aplicar sus estudios de electrónica e informática a su trabajo. La carrera no es fácil. “Hay un examen para entrar, se hace en Madrid”, explica. No todos los que aprueban consiguen su sueño. “Si se presentan 500 y necesitan a 12, escogen a los 24 con mejores notas”, recalca, haciendo valer el esfuerzo que le ha llevado hasta su puesto.
Él lo consiguió. Solo había dado el primer paso. Como él, quedaron quince. Su regalo por ser de los mejores fue otro libro, de 400 páginas. Y un examen. Duro, exigente. Por el camino se quedaron otras tres personas. Ya solo permanecían doce personas. Él volvió a aprobar. El trayecto aún tenía otra etapa más. El curso que le llevaría a su sueño. 18 meses más otro de prácticas. La exigencia es alta.
“En el curso te meten en la cabeza la idea de dejarlo para ver si aguantas la presión”, explica desde su oficina, en la que posa con algunos de los artefactos recogidos. Mantener la sangre fría es fundamental para él. Es parte de su trabajo. En el curso también se lo inculcaron. Dos personas llegaron al curso pero no continuaron. “Durante ese tiempo no te sobran ratos para nada”, asegura.
Perseveró. “Yo quería entrar para progresar, para ver donde podía ser útil”, afirma, explicando que aún le queda tiempo para retirarse. No se lo plantea. Entró a ser agente TEDAX en 2013. Sus primeros años fueron en la otra punta de la península, en Pamplona. Entre encierros y preciosas calles, ha vivido la historia de una ciudad a golpe de llamada. El miedo, uno de sus compañeros. Él no lo tiene; la ciudadanía, sí.
Su momento más tenso lo ha vivido en tierras navarras. Un vehículo compartido, perteneciente a esa conocida aplicación que es tan usada, dio una voz de alarma. Un ciudadano francés llevaba todo el viaje lanzando proclamas en árabe. El conductor creía que se había radicalizado, que se iba a alistar en la yihad. Llevaba un chaleco y no quería colaborar. La estación, paralizada. Una falsa alarma, no llevaba explosivos. El miedo era por un chaleco de lastre deportivo. El hombre marchó y le perdieron la pista.
El suyo es un oficio de riesgo. Con crudeza describe las consecuencias de un accidente. “Con el traje, a menos de tres kilómetros, si llega a explotar un artefacto, la metralla te atraviesa el cuerpo, te destroza las venas y te mueres sin darte cuenta por una hemorragia interna. Sirve para que te puedan enterrar de una sola pieza”, describe.
El traje es pesado, de 40 kilos. Estar en forma es fundamental. “Al día siguiente, si llevas el traje media hora, tienes agujetas en el cuello”, asegura. Marzo es un mes que lo cambió todo en su vida. En dos años, 2004 y 2020.
El 11-M puso a la ciudadanía en alerta. “Desde entonces, si hay una mochila abandonada llaman mucho”, asegura, rememorando uno de los peores atentados en la historia de España, un rastro de terror que provocó 200 muertes y dejó a un país conmocionado para siempre. “Antes aparecía una mochila y la gente la abría a ver si se llevaba algo”, recuerda.
Él no se asusta, pero sí tiene más respeto. La cadena de atentados que sufrió Europa entre 2015 y 2017 fue una nueva llamada de atención. Su única seguridad es que si les avisan no es por una broma. “No suele haber falsas alarmas. Antes de llamarnos hay un filtro de la Policía”, explica, asegurando que las intervenciones siempre son con motivo y no por un susto sin mayores consecuencias.
El otro marzo que le cambió la vida fue el de 2020. En su cargo no solo está la desactivación de explosivos, también las amenazas biológicas, químicas y radioactivas. En otras provincias las tareas están divididas pero en Almería son agentes dobles. Su formación es completa. Con el coronavirus, las tareas cambiaron. “Con la Covid-19 estuvimos haciendo desinfecciones”, afirma.
Ellos ya estaban concienciados mientras el resto de España pensaba que lo ocurrido en otras latitudes no se iba a repetir. “Empezamos a llevar mascarilla antes de que fuera necesario”, asegura. El trabajo con agentes biológicos es también duro.
La formación y sangre fría son claves. “Un camionero llega a su casa y se encuentra a su mujer muerta. Había una pastilla para ratas, se produjo una reacción química que traspasó los cimientos y llenó la casa de gases tóxicos”, recuerda. Fue su caso más duro trabajando con productos químicos. El lado humano siempre es más complicado de llevar.
No parar de aprender es clave para que su trabajo sea satisfactorio. “Recibimos informes de artefactos en otros lugares y cómo se ha procedido para estudiarlos”, asegura. Estar preparados para cualquier tipo de emergencia es fundamental en su labor.
Un día normal suele ser tranquilo, sin muchos sobresaltos. “No hay una frecuencia normal para recibir las llamadas, podemos estar meses tranquilos y otros con tres en pocas semanas”, afirma, mientras explica que es un día tranquilo.
David es un trotamundos. Ha acabado en Almería una vida que empezó en Suiza, donde nació y vivió durante 17 años. Su siguiente casa estuvo más cerca, en Murcia. Tras su paso por Navarra, Almería es su hábitat natural.
Viajar le encanta. “He estado en Suecia dos semanas trabajando con el ejército”, explica. De cada zona se le va pegando el acento. El actual es una mezcla de todos. Ahora se prepara para la feria, que comienza en pocos días. La recorrerán de punta a punta para que no haya sustos. Nadie les verá, pero ellos estarán allí. “Tenemos una orden de servicio preventivo, estaremos todos los días recorriendo de paisano la feria, chequeando la seguridad”, explica.
No será la última. No piensa en la retirada que, si no pasa nada, le llegará cuando tenga 65 años. Su oficio es su vocación, su vida y la tranquilidad de sus vecinos.
24 horas trabajando para que Almería no se lleve sustos
La jornada laboral de David comienza a las nueve de la mañana. Lo primero es comprobar que todas las máquinas funcionan de forma correcta.
Una llamada para trabajar es una tarea urgente, por lo que todo debe estar a punto. La tarea principal es limpiar, cargar y comprobar el buen estado de las herramientas para el momento en el que sea necesario.
Las tardes las dedican a chequeos rutinarios. Van a lugares importantes como comisarías o administraciones públicas para comprobar que todo funciona.
Nunca trabajan solos. Mientras ellos están en la oficina, otro compañero hace la guardia desde casa, esperando la llamada de trabajo. Si van a un lugar, lo hacen en binomios, para que uno intervenga y el compañero sirva de apoyo en el trabajo y de rescate si hay un accidente.
Tras una jornada de 24 horas, tienen varios días seguidos de descanso para poder reponerse. La formación es una tarea clave. Para que todo funcione de manera correcta, dedican sus horas de guardia al estudio de los artefactos. El cuerpo les obliga sin excusas a realizar anualmente una semana de actualización de conocimientos, un curso que se desarrolla en el municipio jienense de Linares.
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