Vigilancia Aduanera, la pesadilla de los narcos

En lo que va de año han decomisado 38 toneladas de hachís bloqueando la ruta del Mediterráneo Oriental Por tierra, mar y aire combaten cada día el fraude fiscal, blanqueo y contrabando

El capitán de la patrullera Alca, Carlos Esquembri, es uno de los mandos más experimentados del Vigilancia Aduanera. Arriba el resto de miembros de la tripulación y abajo inspección con prismáticos.
Iván Gómez

22 de junio 2014 - 01:00

Son el cuerpo policial de la Agencia Tributaria, guardias de mañana, tarde y noche los 365 días del año en la laboriosa lucha contra el narcotráfico, contrabando, blanqueo de capitales y fraude fiscal en el territorio español, incluyendo su espacio aéreo y aguas jurisdiccionales. El Servicio de Vigilancia Aduanera cuenta en la provincia con medio centenar de agentes en acción combinada por tierra, mar y aire de los que prácticamente la mitad están centrados en las interceptaciones y abordajes de buques destinados al tráfico de drogas. Son sabuesos de alta mar que cuentan con embarcaciones de vanguardia y el respaldo permanente de helicópteros, aviones e inteligencia electrónica en base. Tan sólo en Andalucía se intervienen cada año más de 100 toneladas de hachís, una negra estadística que en el actual ejercicio se quedará corta porque sólo en la provincia de Almería se han decomisado ya 38 toneladas en tres grandes operaciones contra el narcotráfico. Esta unidad con casi 2.000 agentes en España, de los que 900 pertenecen al Servicio Marítimo, triplica los alijos de los servicios antinarcóticos norteamericanos, la popular DEA con la que mantienen una estrecha colaboración.

Y es que Vigilancia Aduanera se ha convertido en la bestia negra de los narcos, una pesadilla constante para organizaciones que se reinventan permanentemente en su intento de introducir los estupefacientes a través del Mediterráneo. Primero probaron con lanchas neumáticas -a las que los agentes llaman gomas-, después con los narcoveleros y embarcaciones de recreo y ahora con grandes buques mercantes y pesqueros en los que se dispara la capacidad de transporte. El último de los interceptados el 19 de abril a unas 23 millas de la Isla de Alborán, el Aseel con bandera de Tanzania, tenía más de 16.000 kilos de hachís en un compartimento bien disimulado en el castillo de proa al que se accedía por una trampilla debajo de una bita. La tripulación, siete sirios detenidos, intentó hundir el barco abriendo las tapas de las tomas de refrigeración de los motores. Cuando llegaron los funcionarios de la Agencia Tributaria el agua ya inundaba la sentina y llegaba casi a las planchas de la sala de máquinas, pero lograron solucionarlo a tiempo porque en el equipo de presa, el que aborda el objetivo sospechoso, va integrado un mecánico con conocimientos suficientes para afrontar este tipo de acciones. En otras ocasiones, como ocurrió el pasado año con el Gold Star, optan por incendiar el buque para acabar con las pruebas. Pero tampoco lo consiguieron, la instrucción del personal de Vigilancia Aduanera contempla cursos de extinción de fuegos en embarcaciones, así como maniobras de tiro impartidas por Infantería de la Armada y la Policía al ser agentes de la autoridad armados. Tienen un olfato policial que va más allá de lo normal y en sus registros localizan la droga en los lugares más insospechados. Oc urrió con un velero inglés que había disuelto la cocaína en el depósito del agua. Y si los narcos deciden deshacerse de la droga al ser detectados, las patrulleras Alca y Fénix van preparadas con ganchos con los que recoger los fardos antes de que se los trague el mar. "Lo primero es el objeto del delito, ya le daremos caza al barco", comenta José María, uno de los profesionales más experimentados de la base en Almería con casi treinta años de servicio. De hecho, recuerda que cuando comenzaron en 1984 no había en Almería ni servicio marítimo de la Guardia Civil, con la que hoy trabajan codo con codo e incluso comparten dependencias al final del muelle pesquero, ni de Salvamento. Vigilancia Aduanera lo era todo en aguas almerienses en aquella época y en su haber consta la patera con mayor número de inmigrantes, 198 personas.

El actual jefe del servicio, Manuel Portero, ya estaba cuando esta unidad de carácter policial comenzó su largo periplo de hazañas y aprehensiones con el que se han ganado el respeto de las demás Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. De hecho colaboran con organismos comunitarios como la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude o la Organización Mundial de Aduanas y sus agentes están presentes en el Centro de Inteligencia contra el Crimen Organizado. Portero es el responsable de organizar los turnos y dar las directrices de trabajo diario a los agentes de Vigilancia Aduanera. Pero lo hace con apenas horas de antelación, para que nadie pueda desvelar el itinerario a seguir ni las horas a las que patrullarán. Los profesionales que cabalgan sobre el mar trabajan siete días y descansan otros siete de miércoles a miércoles. Al jefe le gusta subir poco al barco -es de Tíjola, bromea un agente-, pero no pierde de vista a ninguna de sus embarcaciones. En las oficinas se analizan los riesgos en todo momento y centralizan los chivatazos que llegan directamente desde la Dirección General de Aduanas en Madrid para el descubrimiento, persecución y abordaje de un narcobarco. Aunque no le gustan demasiado los flashes y prefieren mantener su trabajo en un discreto segundo plano, el jefe del servicio nos autoriza a realizar una jornada nocturna con la patrullera Alca y su equipo de siete personas, dos en el puesto de mando, un mecánico y cuatro agentes. Es una moderna embarcación de altura con 4.800 kilovatios de potencia y una velocidad máxima de 30 nudos. Tiene una capacidad de 21 toneladas de combustible, que darían una autonomía de tres días de navegación, y un depósito de 500 litros más de reserva.

El capitán Carlos Esquembri, con más de 14 años al mando del Alca y también del Fulmar, buque de operaciones especiales centrado en el Estrecho, inicia el recorrido minutos después de las siete de la tarde y tras la pertinente revisión mecánica. La patrullera zarpa en dirección al Poniente, la zona más caliente de la provincia en el alijo de hachís. Toda la tripulación, funcionarios de la Agencia Tributaria con su correspondiente titulación, sigue su tradicional protocolo, dejan sus mochilas y equipos y toman asiento sin saber lo que les deparan las próximas ocho horas. "Nunca sabes si va a ser un día tranquilo". Aunque tienen más rachas cuando se recoge la cosecha de hachís y los meses en los que el tiempo acompaña, como ocurre con las pateras. Cuentan que en más de una ocasión han sido requeridos cuando llegaban a la base al acabar su jornada para interceptar un buque con el que entrarían a Puerto 22 ó 23 horas después y a veces sin posibilidad de avisar a la familia porque mar adentro apenas hay cobertura. Y es que sus turnos de cacería, los 365 días del año, pueden modificarse sobre la marcha, horas extra que se le restan en siguientes turnos. Sólo es cuestión de recibir en la sala de comunicaciones un mensaje cifrado de Madrid. A veces las alertas sobre un barco proceden de las gendarmería francesa o de servicios de inteligencia e incluso se ha dado algún caso de revelación del presunto delito desde un astillero al que el comprador de la embarcación confesó sus intenciones. Mañana mismo, mientras miles de almerienses estén celebrando San Juan en las playas del litoral, la tripulación tendrá que conformarse con brindar desde el barco viendo las hogueras desde la distancia. Eso sí, disfrutan como nadie del resplandor de la ciudad en la noche, es lo mejor de un horario nocturno al que reconocen que es difícil acostumbrarse.

Nada más iniciarse la jornada se convierten, como inmortalizó Arturo Pérez-Reverte en su novela La Reina del Sur, en sabuesos de alta mar, una especie de marineros que se hicieron policías, siempre escudriñando cualquier mancha en los dos radares y buscando a través de las ventanas con los prismáticos estabilizadores -y con visión nocturna- navíos sospechosos. También disponen de cámaras térmicas que les permiten reconocer a alguien que se enciende un cigarrillo a cinco millas de distancia. Son un cuerpo de elite que juega con el factor sorpresa, de ahí que la oscuridad sea su principal aliado. Prácticamente a oscuras, la patrullera avanza a través del Seco de los Olivos, a la altura de Adra, sin rastro de los narcos.

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