El patio de Vélez Blanco: se hizo pequeño el grande de España

Almería

Un toque de historia de la provincia y el lloro por el patio del castillo de Vélez Blanco

José Álvarez de Toledo y Silva, XVIII duque de Medina Sidonia y el escudo del castillo de Vélez Blanco
José Álvarez de Toledo y Silva, XVIII duque de Medina Sidonia y el escudo del castillo de Vélez Blanco / D.A.

Almería/Madrid y 15 de febrero 1900. Don Joaquín Álvarez de Toledo y Caro sufre el dolor por la muerte de su padre don José Álvarez de Toledo y Silva, XVIII duque de Medina Sidonia. Segundón de la casa, la muerte poco antes de su hermano mayor le ha puesto en primera línea para ser titular de esta y otras mercedes nobiliarias entre ellas el marquesado de Los Vélez. Un cúmulo de dignidades hereditarias a las que él añadirá las personales de gentilhombre de cámara del Rey, caballerizo mayor de la Princesa de Asturias, collar de la orden de Carlos III, maestrante de Valencia…

Pasados lloros y pésames, bajado ya don Joaquín de la nube funeraria se encuentra con la realidad en crudo: la cara del administrador partida, en el más estricto sentido de la palabra, una mitad sombría por la muerte del duque y la otra negra por el estado en que el finado ha dejado sus finanzas. Ninguna novedad para él que sabe de sobra cómo se las gastaba papá a la hora de endeudarse; sabe de las ronchas que este ha hecho en la inmensa fortuna de una de las casas nobles más importantes de España la que ahora el azar ha querido que sea suya; buen gestor de las fincas agrícolas que ya poseía sabe que hay que amputar miembros para salvar un todo y generar liquidez para evitar las roídas del interés…

Se echa las manos a los bolsillos de su chaqué y saca el coto de Doñana, las tierras de Jimena de la Frontera, el palacio playero de San Sebastián… y así hasta que da con una finca que casi se le había olvidado que llevaba encima, en el bolsillito de la cerillera: el castillo de Vélez Blanco que queda sobre la mesa, casi invisible por su pequeñez, como si en el gran escudo de la iglesia de Vélez Rubio, aquí dibujado por mí para ilustración, buscáramos, en un reto de pasatiempos de revista, las tres matas de Fajardo y acabáramos hallándolas en el escusón del tercer cuartel… vamos: al fondo del arca de la genealogía al que ya han relegado los casamientos al marquesado de los Vélez, a su blasón de las tres ortigas y a su castillo de Vélez Blanco.

La fortaleza con la que don Pedro Fajardo, el primer, afortunado y poderoso, marqués de los Vélez, grande de España, dejó por embustera a aquella copla sentenciosa

¡Ay, mira, mira que mira!

Castillitos en el aire,

Sabiendo que son mentira

Casi to el mundo los hace.

Un castillito imponente, levantado entre 1506 y 1515, de verdad y no en el aire sino en la tierra alta de su señorío, cuando ya no sé hacían por utilidad bélica sino por orgullo, tan extemporáneo como engañoso: duro de piel, grande de alma, como la granada: cuero por fuera, joya por dentro.

La poca gente que en Almería desayuna leyendo el periódico, ve una mañana de mayo de 1901 cómo el día 17 había llegado de Los Vélez "el excelentísimo señor duque de Medina Sidonia con don José de Caro de la casa de los marqueses de La Romana", su primo, en el ajo de aquellas negociaciones; es una nota de tapadillo, de sociedad, que da cuenta de la visita, creo que única, hecha por el aristócrata al castillo de Vélez Blanco en un primer paso hacia la venta del patio de la fortaleza que acabaría cristalizando en 1904 a cambio de ochenta mil pesetas -pocas comparadas con las setecientas cincuenta mil que le han pagado por el coto de Doñana- pero que le han venido al señor duque como una pedrada en ojo de boticario, una cantidad con la que poco antes se hubieran podido salvar ochenta mozos de ir, con riesgo de muerte, a la guerra de Cuba o Filipinas, ejemplo que traigo aquí para dar visibilidad a la suma y por curiosidad, que ya sabemos que el noble buscaba liquidez para otra cosa.

Y la halló y con ella la mayor de las espesuras para nuestro patrimonio artístico. ¡Qué diferencia la de esta visita a hurtadillas, vergonzante, con la girada en 1769 por el X marqués de Los Vélez venido a su estado como si de un rey se tratara!… qué lejos de la dignidad del marqués que mantenía su torre de La Alfaguara artillada con unos cuantos cañones antiguos "que para nada sirven -decía su administrador- pero que las mantiene su excelencia, por decoro de su casa", es decir: por orgullo de estirpe; nada que ver con nuestro noble vendedor…

Pero ¿fue este duque el culpable del desaguisado? Sólo en parte. Le faltó sensibilidad, como a tantos, y salvo alguna voz en desierto se hizo con el silencio cómplice de todos nuestros abuelos empezando por los legisladores, los políticos, siempre con los deberes por hacer, desgracias a ellos sin leyes protectoras del patrimonio con las que hubieran evitado atentados como esta venta que después de la de Judas es la más aberrantes de la historia.

Y no exagero por mi condición de almeriense, adoptivo y orgulloso, sino por hallarme ante la seguridad de que ningún bien entre los muchos que poseía el duque tenía la importancia artística del patio renacentista del alcázar de Los Vélez. Pero como no se consuela sino el que no quiere, he pensado en que el patio hubiera seguido aquí, en su sitio. ¿Se habría garantizado con ello su supervivencia? De ninguna manera y hasta asusta pensar en el estado en el que habría llegado a nosotros. Hagamos de madre verdadera del juicio de Salomón y dejemos al hijo, con tal de salvarlo, en manos de la madre falsa, aunque esta resida en Nueva York. Lejos, sí, pero vivo y acariciado. Es una pena que la pérdida haya tenido que ser la solución.

No nos queda otra que admitir que el patio del castillo velezano es como un Gibraltar lleno de arte en vez de llanitos. Sólo queda esperar el día del juicio final para verlos de nuevo en casa; entre tanto toca ahorrar para la gran fiesta de recepción y descargar la culpa de todos en la persona de este duque de Medina Sidonia que a causa de esta venta pasó un día de ser decimosexto marqués de Los Vélez a dieciseisavo, de lo ordinal a lo partitivo, por partir, hacer trizas, nuestro patrimonio, vendiendo al mejor postor el bellísimo patio velezblanco en una hora tonta..La hora en que se hizo pequeño un grande de España.

stats