¡Vamos al cine! (I) Escotes fuera y nada de besos

Almería

Las circunstancias políticas y religiosas en España casi nunca han jugado a favor del séptimo arte

Mujeres que hicieron historia (y VI). Todas las huellas de las dictadoras consortes

Escena del largometraje "El último tango en París"
Escena del largometraje "El último tango en París" / D.A.
Julio Gonzálvez

18 de febrero 2024 - 08:00

Almería/Un beso de Errol Flynn a Olivia de Havilland camuflado bajo el sello del arzobispado de Burgos en un programa de mano de la película “Camino de Santa Fe” le dio la idea a Bienvenido Llopis de investigar las huellas de la censura franquista en los carteles de cine durante la dictadura. Los censores consideraban que el casto ósculo era pecaminoso porque se lo estaba dando cerca de la oreja y eso no se podía permitir.

Entre 1939 y 1977 la censura hizo de los carteles y programas de cine un género delirante, con un solo objetivo: vestir lo desnudo. Llopis, rondaba el año 1985, conocido coleccionista cinematográfico, tenía un puesto en el Rastro madrileño y fue un cliente quien le mostró la citada imagen, para darle la idea de editar “La censura franquista en el cartel de cine”.

Portada del libro "La censura franquista en el cartel de cine"
Portada del libro "La censura franquista en el cartel de cine" / D.A.

La persecución implacable de todo lo que significaba libertad y placer se trasladó a los carteles y programas de mano para hacer publicidad de los filmes. El campo de acción abarcaba las ideas políticas, la religión, sobre todo el sexo, y cualquier acción social que pudiera alterar la moral y el orden establecidos escapaba al control de los censores, que devolvían los carteles a lo artistas pintores para retocarlos una y otra vez, porque desafiaban los fundamentos del régimen dictatorial y su particular sentido de la moral y decencia. Hay otras áreas de acción de la censura que tienen que ver con eliminar de la cartelería los nombres de aquellas estrellas de Hollywood que manifestaban su sentir republicano (los nombres de Boris Karloff, Charles Chaplin, Joan Crawford o Bette David fueron laminados aunque sus rostros seguían apareciendo en la publicidad) o modificar el título anunciado por que podría dar lugar a “intenciones no deseadas”, la cinta “Suicida enamorado”, película inglesa de 1960, pasó a titularse “Zafarrancho en la marina”.

Así, lo escotes y piernas de Marilyn Monroe, Sophia Loren, Ava Gardner, Lana Turner y otras divas fueron las principales víctimas de esa persecución implacable. Se recuerda el escote “palabra de honor” de Rita Hayworth en una imagen promocional de la famosa “Gilda” donde le aparecen mangas por arte de magia; las más sensuales de las chicas Bond en “Desde Rusia con amor” directamente desaparecen del cartel, y Sara Montiel se queda abrazando el vacío en “La mujer perdida” al borrarse el cuerpo de Giancarlo del Duca. Durante cuatro décadas los censores franquistas subieron los escores como por arte de birlibirloque, se cubrieron las piernas hasta la rodilla, los bikinis crecieron hasta convertirse en vestidos, la tela floreció allí donde la carne aparecía en los afiches originales, como rindiendo culto a nuestra industria textil y, como no, a la máxima evangélica de las obras de misericordia: vestir al desnudo. Su principal objetivo era tapar la carne de las mujeres, en particular los escotes. Anita Ekberg, Raquel Welch, o Rita Hayworth, (Margarita Carmen Cansino, ese era su nombre real), también fueron algunas de sus muchas víctimas.

Burlar al censor franquista

En el libro de Bienvenido Llopis se citan tres casos de burlar a la censura, es decir, el cazador cazado, lo que ocurría muy pocas veces. En la película, “Franco ese hombre”, el gran cartelista Montalbán hizo un cartel totalmente en rojo, incluida la cara del dictador, se sabe que con toda la intención. En este caso concreto, los censores no vieron nada y lo dejaron pasar.

Ni siquiera los dibujos animados escapaban de la tijera de los censores. Una imagen del Pato Donald, como siempre dispuesto a mantener la ley y el orden con su placa de sherif, su sombrero vaquero y su escopeta, fue censurada. No porque el simpático pato del conocido derechón Walt Disney pudiera incitar a la violencia a los niños, sino debido a que tenía el puño en alto.

Con la llegada al Ministerio de Manuel Fraga Iribarne, se dio un tímido y a la postre insuficiente intento aperturista por parte del franquismo para dar la imagen de una España “normalizada” y abierta a Europa. Nombró de nuevo a José María García Escudero director general de Cinematografía y se publicó en 1963 un Código de Censura con criterios más objetivos para el desarrollo de la labor censora. En 1969, Fraga fue sustituido por el más conservador Alfredo Sánchez Bella, del Opus Dei. En esta nueva etapa se vuelve a una fuerte censura de películas, especialmente por cuestiones morales o sexuales. Para justificar la censura a Separación matrimonial, del director Angelino Fons, se adujo que «la mujer española, si se separa de su marido, tiene que acogerse a la religión o aceptar vivir perpetuamente en soledad».

La censura en España provocó el éxodo de miles de españoles a las salas de cine francesas cercanas a la frontera, donde se podían ver películas sin restricciones. Estas salas ofrecían sesiones de cine erótico y pornográfico a bajo precio para los españoles. En 1973, El último tango en París de Bertolucci llegó a exhibirse con subtítulos en castellano para los clientes españoles, que abundaban en dichas salas de cine fronterizas con España (en los primeros seis meses del año vieron la película 110.000 personas solo en Perpiñán, con apenas cien mil habitantes).

El final de la censura cinematográfica llegó el 1 de diciembre de 1977, el BOE anunciaba oficialmente, y por decreto, que el primer gobierno del presidente Adolfo Suárez suprimía la censura definitivamente. Se ponía así fin a cuarenta años de cortes en las películas, pero también se acababa con el martirio al que dibujantes y cartelistas tan prestigiosos como Jano, Soligó o Mac habían estado sometidos. Decenas de profesionales del diseño y la ilustración se pasaron media vida subiendo los escotes a las grandes divas de la pantalla e intentando, inasequibles al desaliento, "colar" algún dibujo más atrevido. A veces lo consiguieron.

Todo este sinvivir de las productoras y distribuidoras en aquellos años hoy sí nos parecen estremecedoramente divertidas.

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