El hospital de Torrecárdenas cumple 40 años

Pequeñas historias almerienses

El 1 de octubre de 1983 se organizó un espectacular operativo, en el que participaron mil personas, para efectuar el traslado de 220 pacientes desde la Bola Azul

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Un enfermo de cuidados paliativos entra a Torrecárdenas por la puerta principal en el traslado del 1 de octubre de 1983
Un enfermo de cuidados paliativos entra a Torrecárdenas por la puerta principal en el traslado del 1 de octubre de 1983 / Enrique Abad
José Manuel Bretones

01 de noviembre 2023 - 07:53

Almería/Creo que soy el único periodista almeriense aun en activo que, en 1983, cubrió informativamente, e “in situ”, el traslado de pacientes de la Bola Azul al Hospital Torrecárdenas y la posterior inauguración del centro médico por el ministro de Sanidad, Ernest Lluch. Las dos noticias. Los escasísimos compañeros reporteros que cubrieron una u otra convocatoria han fallecido -DEP Quique Abad (1961-1992) y Juan Salmerón Ramírez (1933-2008)- o han obtenido el ansiado premio de la jubilación.

Por eso, 40 años después, escribo y recuerdo con agrado detalles y anécdotas de los dos acontecimientos más importantes de la sanidad de Almería del siglo XX, y que en su día me tocó en suerte relatar a los lectores de mi periódico cuando apenas tenía 21 años.

Una nube de enfermeros y médicos introducen en una ambulancia del ejército a un paciente de la Bola Azul
Una nube de enfermeros y médicos introducen en una ambulancia del ejército a un paciente de la Bola Azul / Enrique Abad

El traslado de los enfermos

El sábado 1 de octubre de 1983, a las 6:30 de la mañana, los alrededores de la Bola Azul eran un hervidero de batas blancas, de vehículos oficiales y de personal uniformado. Justo a esa hora se inició la “operación traslado”, un plan minuciosamente diseñado para trasladar a los 220 enfermos ingresados en la vieja Bola Azul al nuevo Hospital Torrecárdenas. Las competencias en materia de sanidad aún no se habían transferido a la incipiente Junta de Andalucía, por lo que desde el Gobierno Civil se conformó un plan muy meticuloso con aportaciones de diferentes autoridades, pero sobre todo del director de la residencia, Alfredo Rivas Antón, del subdirector de servicios sanitarios, Julio Soria García, del delegado provincial de Salud de la Junta, Herminio Simón Collado (nombrado el 20 de julio de ese año) y del director del Insalud, Alberto Infante (autodefinido como un “no fumador militante”). Por cierto, éste fue sustituido un mes después de la visita de Lluch por la esposa de Alfredo Rivas, la doctora Concepción Vera Ruiz (1952), que permaneció en Almería hasta 1986.

Aquella mañana de otoño, mil personas tomaron parte en la delicada operación de llevar a los enfermos encamados en las cinco ambulancias del Ejército, que se movilizaron para la ocasión, acompañarles en el trayecto y acomodarlos en sus nuevas habitaciones. Los pacientes que podían caminar realizaron el trayecto en un autobús que prestó Cruz Roja Española. En cambio, quienes estaban en la UVI -como se llamaba antes la hoy UCI- llegaron al nuevo hospital en una ambulancia de cuidados intensivos que vino expresamente desde Málaga. Aquí no había ninguna.

Hace cuatro décadas, el parque de ambulancias provincial era escasísimo y, además, había que reservar al menos seis de ellas para las contingencias cotidianas que pudieran surgir en el resto de la ciudad durante las cinco horas del dispositivo. Del mismo modo, estaban en alerta las grúas municipales por si algún coche privado accedía a los recintos o aparcaba por allí, impidiendo o molestando las maniobras de los vehículos incluidos en el plan.

Cuando se inició el operativo se veía que iba a funcionar como un reloj. Al menos cuatro personas del equipo sanitario acompañaban a cada paciente, al margen de unos cuantos ATS que se prestaron voluntarios para ayudar en lo que fuese necesario.

La Policía Municipal y la Guardia Civil también participaron de forma activa. Hay que recordar que, entones, la Carretera de Ronda era la Nacional 340 y el tráfico de camiones y coches podía verse interrumpido con el ir y venir de las ambulancias. No fue necesario cortar la vía, aunque los convoyes formados por el autobús, la UVI móvil y las “todo terreno” del Ejército tuvieron preferencia de paso en todas las esquinas y semáforos gracias a la eficaz labor de los agentes de ambos cuerpos.

Una enfermera sostiene el suero a una enferma recién llegada a Torrecárdenas
Una enfermera sostiene el suero a una enferma recién llegada a Torrecárdenas / Enrique Abad

Cada viaje de ida a Torrecárdenas permitía trasladar, entre todos los vehículos, a dos decenas de pacientes. Se hacía con rapidez, pero sin desesperación porque en el trayecto se empleaba una media de tiempo de tres minutos y medio. Como era fin de semana y muy temprano, apenas hubo ciudadanos curiosos contemplando el traslado. No obstante, el plan diseñado contemplaba la rápida intervención de la Policía Nacional ante el caso de que algún intruso se colase en las dependencias. No fue necesario.

Los primeros pacientes en abandonar la Bola Azul o, si lo desean, en ingresar en Torrecárdenas, fueron los más graves. La ambulancia malagueña efectuó varios viajes sin más contrariedad que la propia delicadeza del caso por preservar la intimidad del doliente. Después, por este orden, salieron los ingresados en las áreas de medicina interna, cirugía, urología, oftalmología y traumatología. Cada paciente, según su estado, era introducido con su cama en una ambulancia militar o, bien, subían a pie al autobús de la Cruz Roja. Solo quedaron en el viejo recinto las áreas de Maternidad y Pediatría, así como los llamados “nidos” para recién nacidos. En cada vehículo viajaba un médico y una enfermera.

Uno de los temores de los organizadores era que, justo en el momento del traslado, se produjera en la provincia un gran accidente o una catástrofe masiva que hiciera imprescindible el traslado al lugar de los hechos de los equipos móviles y personal sanitario. No fue así. La única alteración sobre lo previsto fueron las intervenciones quirúrgicas a unos heridos de un grave accidente de tráfico ocurrido minutos antes del inicio del operativo. Las operaciones se iniciaron en la Bola Azul y concluyeron en Torrecárdenas. Además, se solicitó que los presentes pudieran donar sangre para dicha emergencia, petición que fue atendida de forma mayoritaria.

El hospital, sin apenas coches, preparado el 3 de noviembre de 1983 para recibir a sus nuevos pacientes
El hospital, sin apenas coches, preparado el 3 de noviembre de 1983 para recibir a sus nuevos pacientes / Enrique Abad

Un detalle que a los periodistas no se nos escapó fue la etiqueta que cada enfermo llevaba adherida en la solapa con distintos números y datos. Se trataba del sistema empleado para evitar errores y confusiones. Que un lisiado con una pierna rota no terminara ingresado en oftalmología u otra sección distinta. En esa pegatina iban anotados los datos de la sección, servicio y cama donde estaban ingresados en la Bola Azul y la sección, servicio, cama y área donde incorporarse en la nueva residencia. Para enviar a cada paciente a su sitio se organizaron dos numerosos grupos de ATS que se encargaron de acomodar a los nuevos usuarios del hospital. Aquello, visto desde la perspectiva del tiempo, fue una auténtica revolución para la Almería de la época.

Durante el mes de octubre de 1983, la complicada maquinaria de Torrecárdenas comenzó a rodar. Aunque el edificio llevaba terminado cuatro años esperando su ocupación, las instalaciones eran impolutas, los aparatos modernos y el personal estaba ilusionado por las nuevas dependencias; faltaban aún algunos equipamientos que irían llegando en fechas posteriores. No toda la ciudad y sectores sanitarios recibieron con agrado la llegada del nuevo hospital, sobre todo por el concepto “almeriensista” de la lejanía. La Bola Azul rozaba el desastre, pero estaba más cerca del centro.

El gobernador, Tomás Azorín, a la derecha y el delegado de Salud, a la izquierda, diseñaron el operativo de inauguración del hospital
El gobernador, Tomás Azorín, a la derecha y el delegado de Salud, a la izquierda, diseñaron el operativo de inauguración del hospital / Enrique Abad

La inauguración por el ministro Lluch

Con el hospital a casi pleno rendimiento se organizó su inauguración. Para ello, el primer gobernador de izquierdas desde la Guerra Civil, Tomás Azorín Muñoz (1942), contactó con Moncloa para que el ministro de Sanidad y Consumo, el catalán Ernest Lluch Martín (1937-2000) descubriera la placa conmemorativa.

Y así fue. A las ocho y media de la tarde del 4 de noviembre de 1983, Lluch llegaba al hospital. Le recibieron las primeras autoridades y el director, Alfredo Rivas Antón, elegantemente trajeado y con pajarita. Tras él, un batallón de concejales, alcaldes, delegados provinciales, técnicos de ministerios y una pléyade de carguillos de medio pelo. El ministro, amable, sonriente y mordaz en sus palabras –a pesar que estaba en pleno proceso de divorcio de María Dolores Bramon (1943)- saludó a los periodistas que estábamos esperando allí desde hora y media antes. Vino en vuelo regular desde Madrid y sufrió un importante retraso en el aterrizaje. ¡Quién nos iba a decir que aquel espigado y sonriente ministro de Felipe González, que visitaba oficialmente Almería por primera vez, iba a ser asesinado por ETA de dos disparos en la cabeza el 21 de noviembre del año 2000…!

Antes de acceder al interior, el ministro descubrió una placa instalada en mitad de un jardincillo, frente a la puerta principal. Allí solo ondeaba la bandera española porque las competencias a Andalucía no se habían concluido.

Lluch durante el paseo acelerado que dio por las instalaciones saludando a médicos, enfermeros, pacientes y familiares no paraba de indicar que el hospital suponía un salto importantísimo en la medicina almeriense y que la operatividad de la Bola Azul (“Residencia Virgen del Mar” decía él) era ya insostenible y tercermundista donde era habitual que los expedientes médicos desaparecieran en el maremágnum diario y no existía ni conexión a la red de alcantarillado. El ministro pidió charlar con algunos de los ATS que habían participado en el gran operativo de traslado de enfermos; los felicitó y resaltó el gran esfuerzo efectuado.

Ernest Lluch, conforme subía y bajaba escaleras a toda prisa –el director del hospital dijo que los ascensores no habían sido lo fuerte del constructor- recorría pasillos y entraba en las habitaciones de los pacientes no abandonaba el buen humor. Con su característico acento catalán, a mí me dijo que ya no inauguraría más Torrecárdenas; que con una era suficiente. Ante mi extrañeza, explicó que un centro médico similar en Móstoles (Madrid) se había inaugurado ya cinco veces… La misma cuestión le repitió al jefe del servicio de reanimación, a quien le añadió: “Y aquello de las primeras piedras, se acabó”.

Lluch ante el escáner
Lluch ante el escáner / Enrique Abad

Al llegar a la segunda planta, Lluch entró en los quirófanos con un selecto grupo de autoridades, debido a las características del escenario. Aun así, la enfermera jefa, Pilar Ortiz, no dudó en poner cara de asombro ante la presencia de tanta gente y afirmó sin rubor: “Ahora, con perdón, tendremos que fumigar”. Después, estuvo en la capilla de la planta baja y en la sección de farmacia, donde mostró especial interés, relatando diversos datos que había conocido en una reciente visita a un hospital de Austria.

Aunque tenía prisa por seguir su ruta hacia Granada, el ministro tuvo tiempo, en la posterior rueda de prensa, de explicar detalles sobre las futuras transferencias sanitarias a la Junta, los centros subcomarcales de salud, el Hospital de Huércal Overa, incompatibilidades de los doctores, el control de gasto farmacéutico, la libre elección de médico, la implantación de cartillas sanitarias personales y no familiares o las reformas del Hospital Provincial.

Recuerdo que Lluch llevó durante toda la noche en la mano, o debajo del brazo, la carpeta de piel donde portaba los folios de su discurso inaugural. En aquella época, apenas había asesores ni consultores contratados que pululaban alrededor del alto cargo llevándole y trayéndole sus cosas. Al contrario de lo que vemos en la actualidad, el ministro sí se sometió a las preguntas de los periodistas. De los que aun quedábamos allí, porque algunos se marcharon ya que era muy tarde y llegaba la hora de cenar e ir a la cama. Lluch reconoció que con Torrecárdenas, el constante traslado a Granada de enfermos, heridos en accidentes o pacientes graves seguiría durante un tiempo, pero que la dotación existente y futura reducirían al máximo esos constantes envíos al Clínico granadino. En aquel año 1983, Torrecárdenas se inauguró con 568 camas hospitalarias, 14 quirófanos, 16 camas de cuidados paliativos, un “scáner” y 16 puestos para hemodiálisis. Ya se comenzó a hablar en los corrillos de que aquel cerrico donde estaba el hospital, visible desde media Almería, era el lugar idóneo para construir un pabellón destinado a materno-infantil. El 11 de noviembre de 2020, 37 años después, fue una realidad.

Tampoco tuvo problemas en explicar la inversión destinada a construir el hospital. Dijo que había costado 2.427 millones de pesetas y que esa cantidad era, precisamente, la que más o menos habría que invertir cada año en el mantenimiento de la instalación y las nóminas de los empleados. Por poner un ejemplo se detalló que hacer un “escáner” a un paciente costaba 7.000 pesetas y una hora de trabajo porque el artefacto tenía que estar inoperativo 35 minutos después de cada sesión.

Concluida la rueda de prensa, Lluch dio un último paseo por diferentes instalaciones y se marchó. En la puerta le esperaba un coche oficial con el que se trasladó a Granada, donde pernoctó. Cuando circulaba a la altura de El Chuche, la silueta iluminada y señorial del edificio de Torrecárdenas se iba perdiendo. Ahí quedaba, a disposición de los almerienses. Hace la friolera de 40 años.

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