El parqué
Álvaro Romero
Tono alcista
En lo alto de la colina aparecen pequeñas siluetas cuadrúpedas que avanzan sin pausa contra el viento solano. Tiñen de pinceladas blancas el vasto desierto y las dunas. En hilera recorren a diario los aljibes, montes, espartos y chumberas repartidos por más de 600 hectáreas de la finca El Romeral en el corazón del parque natural de Cabo de Gata-Níjar hasta llegar a la arena de una de las mejores playas de nuestro país, la de los Genoveses. Siempre tras la estela del pastor que de vez en cuando lanza un silbido punzante e imperativo para que no se desvíen, más de medio millar de cabras blancas celtibéricas se plantan junto a la orilla del Mediterráneo en esta cala de ensueño a casi dos kilómetros del pueblo de San José.
Los bañistas se apresuran a captar las imágenes del paso del rebaño. No pueden faltar los ‘selfies’ ni los vídeos ni los ‘Boomerang’ ni los ‘TikTok’. Los niños sueltan las palas y cubos y se acercan. Más de uno no ha visto nunca una cabra ni tan siquiera en el monte. Ojipláticos señalan el insólito paisaje, un escenario inédito de pitas, arena fina y dorada y el protagonismo de un ganado con sello propio desde hace tres años, el de raza autóctona, en peligro de extinción y cuyo origen sitúan los historiadores en Egipto y Norte de Sudán. Es un cambio repentino de encuadre. Cuando uno está en el agua o bajo la sombrilla de un cálido paraje no espera recibir la visita de un ganado con selecto pedigrí propio de otros entornos de la naturaleza.
No quedan ni diez mil ejemplares de blanca celtibérica en medio centenar de explotaciones por diferentes puntos de España (Huesca, Guadalajara, Albacete, Murcia, Granada y Almería) y casi mil cabezas se conservan gracias a los custodios de la biodiversidad en el paraíso almeriense por antonomasia, la empresa Playas y Cortijos hoy en manos de los herederos de Francisca Díaz Torres y José González Montoya, propietarios de la finca cerealista y ganadera de El Romeral y de 17 kilómetros de playas vírgenes. Los bellos animales, blancos radioactivos de grandes cuernos con tirabuzones que dan la mejor carne de cabrito porque su leche es exclusivamente para sus crías, son rodeados por los veraneantes, con y sin mascarillas, pero ni se inmutan a pesar de la pirotecnia de los smartphones.
Continúan con su añeja rutina de la trashumancia playera en su senda hacia la sierra, entre las pitas, los palmitos y volcanes extintos. Pero la imagen queda inmortalizada. Y será un recuerdo imborrable de los bañistas autóctonos y de los que han venido de fuera en este verano de conmoción y pandemia. Han compartido unos minutos con la cabra más bonita del país y a escasos metros de la orilla. Otro día podrán saborearla en los mejores restaurantes porque la celtibérica es raza autóctona, una denominación de origen con la que el Ministerio de Agricultura reconoció sus cualidades hace ya tres años, está dedicada exclusivamente a carne con un precio en canal de entre los 18 y 20 euros el kilo. Es fuente de proteínas de elevado valor biológico y se aprovecha todo. Costillas, pierna, chuletillas, cabeza, hígado, mollejas, piel...
Y los artífices de la supervivencia de esta variedad caprina, que sigue alimentándose de forma ecológica a base de una dieta de rastrojeras de cereal y hierbas aromáticas como tomillo, romero, espliego o mejorana, los sirven para autoabastecimiento de sus establecimientos como Cortijo El Sotillo después de criarlos en régimen extensivo gracias al buen hacer de pastores como Antonio Ferre. Una crianza tradicional para una especie singular en una finca de cine en la que se han rodado películas tan reconocidas como Por un puñado de dólares, Indiana Jones y la última cruzada, Lawrence de Arabia y 800 balas. Sol, playa y cabras con denominación de origen.
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