Semana Pasionista (III): Cristo yacente y apellido Vílches

Crónicas desde la ciudad

Pese a aventuradas afirmaciones, se hace difícil asumir que una procesión de tanta carga simbólica y catequética estuviese en manos particulares y no a expensas de una cofradía o parroquia

Urna funeraria.
Urna funeraria. / Fernando Salas
Historiador

02 de abril 2021 - 09:47

Almería/En el boletín Semana Santa-1998 de la Hermandad del Santo Sepulcro y Ntra. Sra. de los Dolores trataban de los orígenes de la pía congregación pasionista:

Desde el siglo XVII, fecha en la que la familia Vílches, procedentes de tierras de Jaén, se instala en la ciudad de Almería, se verifica por parte de esta la procesión del Santo Entierro de Cristo (según documento conservado en el Archivo de la Casa de Medina Sidonia y contrastado con otro existente en el Archivo Histórico Provincial de Jaén). Éste lo hacía sólo con la urna que aparece en unas fotografías, de estilo barroco, con decoración y portados por miembros de la familia Vílches en unas sencillas andas, vistiendo traje de la época, con grandes capas negras que serán suprimidas en época de Carlos III…

Más adelante se refiere a la Dolorosa de san Pedro y a una procesión de san Juan con las imágenes del Cristo de la Expiración y una Virgen de la Piedad o de las Angustias, portadas a hombros en esta ocasión por la familia Pérez de Perceval, “tal como aparece en un documento existente en el AHPAL”. Rodríguez Puente (Dramaturgia procesional de Almería) va más allá:

“La imagen de Cristo, en posición decúbito supino, y en estado de rigidez cadavérica, figuraba sobre una artística urna de madera, adornada con tallas barrocas y superpuestas a unas sencillas andas… “. En beneficio de la historiografía local y de la propia entidad sería de agradecer que publicasen lo esencial de tales documentos y su referencia archivística.

Archivos e historiadores

Felipe Vílches Gómez
Felipe Vílches Gómez

De dichos legajos o protocolos no se indican fechas ni signaturas verificables. Por tanto, se hace difícil asumir que una procesión con tamaña carga simbólica, evangélica y catequética del viernes se gestionase por particulares. Es decir, que la jerarquía eclesiástica se inhibiera en favor de manos privadas y no bajo el control de una cofradía radicada en san Pedro o de la propia parroquia. Disponemos en cambio de vagas referencias sobre la responsabilidad de ignotas “corporaciones”. En cualquier caso, el ritual protagonizado por laicos no deja de ser insólito en el desarrollo del culto externo en Andalucía. Sorprende igualmente que los historiadores locales ignoraran el tema o que, dado lo “goloso” y llamativo, no lo abordasen avezados costumbristas. Y en Almería se prodigaron. He repasado lo sustancial de la obra de Pascual Orbaneja, Carpente Rabanillo, Jover Tovar, Bolea Sintas, Joaquín Santisteban, Tapia Garrido, Martín del Rey, Fernando Ochotorena, Florentino Castañeda, Ruz Márquez, Emilio García Campra o Gil Albarracín y, salvo despiste u omisión por mi parte, nada exponen sobre un cortejo con la imagen del Galileo fallecido y portado sobre andas funerarias. Al tratar de las procesiones en el siglo XVIII comentaba tiempo atrás unas hojas halladas por Santisteban Delgado en el archivo de los Pérez de Perceval. Parece que Manuel J. Abad tuvo también acceso a ellos, y más suerte (LVA, 9 de abril de 1995), precisando: “Según la nota que aparece en el libro de fundación de una capilla por la familia Pérez de Perceval, se verificaba el entierro de Cristo en San Pedro y La Soledad de Santiago”.

El primer miembro de esta saga familiar extensa y poderosa -del XVI al XIX- establecida en la ciudad fue (ver Los escudos de Almería, de Ruz Márquez) Juan de Vílches Calvente, de la compañía de Guardias Viejas de Castilla, al mando en 1529 del corregidor Juan Hurtado de Mendoza, en 1529. Varios de sus descendientes los veremos en el Padrón de Nobles de la Ciudad (Pedro de Vílches era, además, cofrade distinguido de la del Cristo Coronado de Espinas y María Santísima de la Esperanza, con sede en el convento de San Francisco). Más cercano en el tiempo es Joaquín Vílches y Baeza (Almería, 1789-¿1862?), una de las máximas figuras del liberalismo burgués decimonónico, “liberal exaltado en su juventud”, en definición de García Campra, y acaudalado terrateniente con muchísimas tahúllas de regadío en el Campo del Alquián y Vega de Acá. Influyente político, en sucesivas etapas ocupó la alcaldía y presidencia de la Junta Municipal de Beneficencia, jefe Político de Almería y diputado en Cortes. Participó en favor de la intentona de Los Coloraos (1824) e inauguró el cenotafio de Belén (1837) en homenaje a las víctimas del déspota Fernando VII. Varias obras públicas llevan su sello: construcción en el Puerto del primer embarcadero (1847), carretera de Níjar, malecón de San Luis o reformas en la Casa Consistorial. Tras la desamortización religiosa adquirió parte del convento de San Francisco.

No hemos hallado documentos que certifiquen la relación del Sepulcro y la familia Vílches

De su primer matrimonio con Mª del Carmen Gómez Puche nació Felipe (Almería, 1827-1900). Liberal como su padre, fue asimismo concejal, diputado y presidente de Diputación Provincial. No hacía “buenas migas” con la Monarquía y en 1862, durante la visita de Isabel II, rechazó la Gran Cruz de Isabel la Católica y más adelante la de Carlos III. Los negocios y hacienda prosperaron bajo su eficaz gestión comercial. Colaboró en la fundación del primitivo Monte de Piedad y Caja de Ahorros (hoy Unicaja) en plaza Marín. Costeó la segunda torre del templo de san Pedro, inconclusa desde el proyecto de nueva planta de Juan Antonio Munar (a consecuencia del violento terremoto de 1790 que cuarteó el primitivo edificio) y presidió la sociedad constructora de la plaza de toros, erigida en el huerto de Jaruga e inaugurada en la Feria agosteña de 1888.

Catedral de la Encarnación

No siempre la procesión del Entierro partió de san Pedro. El acta de 30 de abril de 1859 introduce significativas observaciones sobre su devenir histórico. Siendo alcalde Francisco Jover y obispo Anacleto Meoro, tres concejales comisionados al efecto elaboraron un informe en el que tras recordar al plenario que “en esta capital se celebra la memoria y representación del entierro de Ntro. Sr. Redentor Jesucristo en el Viernes Santo (…) cuyo acto religioso unos años ha tenido lugar en la iglesia de Santiago (Las Claras) y otros en la de San Pedro”, se quejan de que “todos los años se presentan dificultades por parte de los Sres. Curas de cuyas Iglesias sale la procesión”, en dicha tesitura, y con el fin de “alejar todos aquellos inconvenientes y de que salga con toda la solemnidad y esplendor que representa”, propusieron que desde el año próximo de 1860, y en lo sucesivo, partiese de La Encarnación metropolitana, asistiendo a ella “el Cabildo eclesiástico, parroquias y hermandades legalmente establecidas”. Ni el prelado ni los canónigos respondieron al requerimiento municipal.

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