Semana Pasionista (II): Música sacra
Crónicas desde la ciudad
Almería/Durante los orígenes barrocos dieciochescos, en los cortejos procesionales de luz y flagelantes solo se escuchaba el sonido de las trompetas que a cabeza y cola ordenaban el buen discurrir penitencial. Paulatinamente se fueron incorporando instrumentos de distintos registros que al público expectante las hacían menos lúgubres. Las primeras noticias que nos han llegado corresponden a empleados de la catedral y a la música de capilla que, interpretando piezas fúnebres, formaban parte del Entierro de Cristo que cada viernes Santo hacía estación a la seo diocesana.
Antes de finalizar el siglo XIX las bandas militares en visitas de cortesía o la de guarnición en la plaza tomarían el relevo, sin eliminar los cuartetos de madera y metal anunciados paralelamente en septenarios y novenas cantadas a toda orquesta en el interior de templos parroquiales. Dado que la procesión del Sepulcro disfrutaba de la condición de “oficial”, el Ayuntamiento sufragaba, además, los hachones de cera y otros gastos organizativos (lo veremos la semana próxima). Más adelante se incorporarían las cornetas y tambores del Hospicio, Cruz Roja y Guardia Civil. La municipal de música acompañaba a esta y, esporádicamente, a Ntra. Sra. de los Dolores, con sede en San Pedro. Ya en nuestro tiempo, cada año aumentan en número y calidad las marchas estrenadas en honor de sus imágenes titulares, enriqueciendo los diferentes repertorios. Solemnes y “de luto”, envueltas en el silencio, o rítmicas y vibrantes para ayuda el rachear acompasado de los costaleros. Partituras escuchadas ante el general beneplácito, alternándose con temas clásicos (Amargura, Campanilleros, Saeta, de los Machado-Serrat) de las que enumerar títulos y nombres de autores (incluidos compositores locales) nos llevaría a indeseadas omisiones.
Saetas flamencas
Cuentan que el conocido cantaor y trovero Frasquito Giménez “Ciego de la Playa” y la popular Enriqueta la Salve (pupila en Las Perchas e imprescindible en el Carnaval) solían apostarse al pie de la torre de la catedral para, con voz recia o afinada, cantarle lastimeras quintillas a La Soledad y a la Dolorosa del Entierro de Cristo. Lo cierto, es que en la capital tal costumbre está fuertemente arraigada y practicada habitualmente por hombres y mujeres, profesionales o aficionados. En la centuria pasada era usual que la prensa reprodujese año a año idéntica cantinela: “… Y al paso de las procesiones se escucharon numerosas y sentidas saetas”. Estas (sin concreción de nombres propios) comprendían a artistas actuantes por esas fechas en teatros y cafés cantantes y a los que se les invitaba a balcones del Paseo. No obstante, el entramado urbano histórico es secularmente el preferido por el saetero. La puerta del bar La Macarena, en calle Real de la Cárcel, esquina al Lugarico (plaza Masnou), era de los más estratégicos y sugerentes.
Reiniciadas en posguerra las procesiones, la Agrupación de Cofradías, bajo el patrocinio del Ayuntamiento, convocó en 1949 el inicial concurso conocido, con premios de 100, 50 y 25 pesetas; sin publicar la identidad de los inscritos ni a los ganadores. El diario Yugo editó sendas gacetillas en el mes de abril en las que tras “las saetas que se cantaron son un exponente del sentimiento y espiritualidad del pueblo almeriense”, prosigue: Destacando el cantante Valentín Martín “Arrierito de Linares” que lo hizo con la maestría y el arte que le caracteriza. En 1970 es la peña El Taranto quien convoca el Primer Concurso Nacional de Saetas, alzándose José Sorroche con el 1º premio, seguido de los también paisanos Encarnita Morillas y Juan Gómez. Espontáneas o regladas, después del vacío de décadas, la peña flamenca El Morato es actualmente su valedora a través del certamen convocado anualmente.
Exaltación de la Saeta
Conocedor de la Exaltación que, con el beneplácito eclesiástico, venía celebrándose con total éxito entre profesionales, feligreses y aficionados asistentes a la catedral de Sevilla (donde a al comienzo de los años noventa fui invitado por José Menese, el genial cantaor “morisco” desaparecido), propuse a la Agrupación de Hermandades y Cofradías presidida por Manuel Martínez ensayar el consolidado formato semansantero en nuestra ciudad. Con modestia, pero no menor rigor y respeto. La noche del 21 de marzo de 1996 el teatro Apolo abrió sus puertas a la novedosa una iniciativa: “1ª Exaltación de la Saeta”. Todos los cantaores que altruistamente participaron eran almerienses, al igual que lo era la Agrupación Musical “San Indalecio”, de La Cañada de San Urbano, y el que firma este capítulo su organizador y primer exaltador. El público que abarrotaba el centenario coliseo de Obispo pudo deleitarse con el poderío y las bien timbradas voces de Anabel Navarro, Cristóbal Muñoz “Joselito”, Antonio García “Niño de las Cuevas” y José Sorroche y del magnífico concierto de marchas procesionales interpretadas por los integrantes de “San Indalecio”.
Al año siguiente la Exaltación se trasladó al entonces templo franciscano de San Agustín y posteriormente a la iglesia conventual de Las Claras. Décadas atrás dicha responsabilidad pasó de la Agrupación de Cofradías al Área de Cultura del Ayuntamiento. A la banda municipal, recital de poesía y artistas locales, se le sumó un profesional de prestigio (prestigiosa es la nómina) ajeno a Almería. Por todo ello nos sorprende (y duele) que dicha concejalía (auto titulada de Cultura y Tradiciones) haya eliminado la Saeta del ciclo de Música Sacra que estos días viene celebrándose. En cambio Sevilla la ha retomado con todos los honores, mayor fuerza si cabe y un espléndido elenco en el Teatro de la Maestranza. ¡He ahí la diferencia entre quienes y saben y los que ni saben ni quieren! Cosas de Almería, que dirían los antiguos gacetilleros… Ello no es óbice para que ante las cámaras fotográficas y televisivas estén prestos y dispuestos ¡Menos mal que nos queda El Morato!
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