Semana Pasionista (I): Fiestas y ritos singulares
Crónicas desde la ciudad
La escasa documentación específica no permite la debida reconstrucción secuencial. No obstante, la Semana Santa almeriense debió gozar de predicamento tras el Concilio de Trento
Almería/Una de las publicaciones más cuidadas del Instituto de Estudios Almerienses (IEA) es la colección Guías: Territorio, Cultura y Arte, iniciada en 2005 con “Litoral Mediterráneo”, siendo en 2020 Patrimonio Minero la última editada. 16 títulos bajo la premisa de una maquetación atractiva e ilustraciones de alta resolución y valor documental. Rigurosas en sus planteamientos y amenas a cualquier lector dada su filosofía divulgativa. Cada volumen corre a cargo de un especialista en el tema y un indeterminado número de colaboradores. A mí me correspondió escribir y coordinar la -Guía Toros>, amén de participar en La Ciudad de Almería, Patrimonio Minero y Fiestas y ritos singulares. Entre los siete capítulos de esta (publicada en 2013) incluyo el dedicado a la Semana Santa capitalina. De ahí extracto los artículos de hoy y mañana. Con la salvedad de que el lector avezado y el cofrade ilustrado deberá actualizar lo acaecido en la última década. Incluida las consecutivas suspensiones de sus desfiles procesionales obligadas por la pandemia covídica que nos azota.
La Pasión según Almería
La escasa documentación específica en archivos y bibliotecas locales nos impide la debida reconstrucción secuencial. No obstante y a pesar de la secular pobreza adjudicada a la diócesis de San Indalecio, la Semana Santa almeriense debió gozar de cierto predicamento tras las directrices marcada por el Concilio de Trento tendentes a una mayor presencia litúrgica fuera de los templos, a modo de una barroquizante catequesis visual externa.
Merced a numerosas mandas testamentarias en protocolos notariales, catalogados en el Archivo Histórico Provincial (AHPAL), se conocen varias de las antiguas cofradías sacramentales, marianas o cristíferas con sede en las cuatro parroquias erigidas tras la recristianización (Sagrario, San Juan, San Pedro, Santiago) y en monasterios masculinos (Franciscanos, Dominicos, Trinitarios). De sus templos debieron salir en procesión las tardes-noches del miércoles, jueves y viernes las imágenes allí veneradas. Citando papeles hallados en una capilla de la familia Perceval, el cronista de la Ciudad, Joaquín Santisteban, dio cuenta (sin mayores precisiones) en la prensa local de las celebradas en el siglo XVIII de uno a otro de los conventos citados o en dirección a la catedral y casa del provisor del Obispado.
Etapa fundacional y desarrollo
Por bula de 1772 se erigió en Santiago Apóstol la cofradía de Nuestra. Señora de los Dolores (La Soledad), obligada a fusionarse con la del Stmo. Sacramento existente con anterioridad en dicha parroquia. La pía entidad decana –nacida al amparo de la seglar Orden Tercera Servita aquí establecida- hizo su primera estación penitencial (abril, 1876) desde su entonces sede en el Real Monasterio de la Encarnación (Orden de Santa Clara), al encontrarse Santiago desamortizado y ocupado civil y militarmente. A título de anécdota, señalemos que fue la primera en discurrir por el flamante Paseo del Príncipe, abierto tras la demolición del recinto amurallado de la ciudad a partir de 1855. La del Entierro de Cristo, en la parroquial de san Pedro, obtuvo el carácter de oficial (con obligada asistencia de las autoridades locales) cuando en 1844 el Ayuntamiento la adoptó como propia. En 1923, auspiciada por Alfonso XIII, pasó a denominarse Real e Ilustre Hermandad del Santo Sepulcro y Ntra. Sra. de los Dolores. De su relación con el Municipio durante el siglo XIX daré cuente el próximo fin de semana.
Nuevas incorporaciones
En 1929 comienza una tímida segunda etapa con la incorporación de dos nuevas asociaciones pasionistas: Jesús Nazareno (en su tradicional Encuentro de la plaza Catedral) y la Virgen de la Amargura partiendo de la iglesia del Sagrado Corazón, y la cofradía de Niños Hebreos (La Borriquita del domingo de Ramos); en sus primeras ediciones con salida y regreso al convento de Las Puras. A estas se sumó, antes de la guerra de 1936, el víacrucis del Cristo del Escucha. Como es notorio, el trienio bélico ocasionó un serio quebranto en los bienes inventariados de todas ellas, padeciendo la desaparición, destrucción o apropiación indebida de imágenes, tronos y enseres.
En plena posguerra, el régimen insurgente vencedor impulsó decididamente la Semana Santa almeriense en el marco de su connivencia política con la Iglesia católica. Así, las modernas hermandades son auspiciadas por instituciones afectas: Angustias (militares de la guarnición de Granada y Almería), Cristo del Amor (sindicato “vertical” de Banca y Oficinas), Estudiantes (Instituto de Enseñanza Media y SEU), Silencio (Organización Sindical) o Prendimiento (Ex Cautivos franquistas y División Azul).
Tres décadas más adelante, el mundo cofrade sufre una profunda crisis identitaria y organizativa de la que no se recuperaría hasta comienzos de los pasados años ochenta, coincidiendo con la Transición democrática. Renace la Agrupación de Cofradías y los barrios (Almedina, Ciudad Jardín, Plaza de Toros, Los Molinos, Regiones Devastadas, Oliveros, El Zapillo, Los Ángeles, Quemadero, Pescadería-San Roque, Piedras Redondas o Araceli) apuestan por su continuidad y engrandecimiento. Tal compromiso vecinal, la incorporación plena de la mujer (no solo en calidad de camareras o vestidoras de la Virgen) y la colaboración de los medios de comunicación en tareas divulgativas, desembocó en el afianzamiento y solidez que actualmente goza. Sumadas las de “barrio” y “centro” son en nuestros días 23 las hermandades cuyos estatutos fueron aprobados por el Obispado y autorizadas por tanto a hacer estación de penitencia con sus titulares. Otras pre-hermandades están a la espera de participar de pleno derecho de domingo a domingo.
Víacrucis pasionistas
La práctica del víacrucis fue introducida en España por la Orden Franciscana al regreso de una de sus prolongadas estancias en Palestina. Todo apunta a que la imagen del Crucificado, posteriormente denominado Cristo del Escucha, fue traída por el obispo Diego Fernández de Villalán a la nueva catedral de La Encarnación desde la erigida sobre la primitiva mezquita aljama de la Almedina. De la devoción profesada a la menuda talla en madera da cuenta el que el prelado franciscano mandase ser enterrado en la capilla dedicada al popular y envuelto en leyendas ”Escucha”.
No fue el primero de los organizados desde la seo diocesana. En su momento di a conocer -basado en documentos del Archivo Municipal “Adela Alcocer”- el que en la centuria decimonónica se efectuaba por el casco histórico hasta el Calvario levantado en la falda sur de la Alcazaba. Además de varias cruces del recorrido cuyo emplazamiento logramos precisar (gracias, Antonio Díaz Andrés), en la almedinera calle Soto se conserva una perfectamente restaurada.
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