San Valentín y santa Cándida, pareja de novios (I)

Crónicas desde la ciudad

Alejada de sus ignotos orígenes almerienses, la onomástica de san Valentín, tenido por patrón de los “enamorados”, derivó hacia una fiesta consumista, edulcorada y mimética

Santa Cándida. Estatua yacente, en Milazzo (Italia)
Santa Cándida. Estatua yacente, en Milazzo (Italia) / D.A.
Antonio Sevillano

16 de febrero 2019 - 05:06

Las crónicas de hoy y mañana las publiqué en este Diario hace un lustro. Para los interesados en la historia y tradiciones locales las retomamos una vez concluida la festividad valentina, evitando así interferir o “aguar el vino” de los fastos programados.

La asignación del 14 de febrero como onomástica de los “enamorados” no es reciente ni española. No obstante, fue Almería, curiosamente, la puerta de entrada que propició su implantación en España muchísimo antes de que Galerías Preciados o El Corte Inglés la hicieran bandera interesada del consumismo desaforado. A pesar de la atosigante publicidad comercial que gira alrededor de san Valentín, habrá lectores que sientan curiosidad por el personaje que la inspira. Para ello, este fin de semana nos adentramos en sus orígenes capitalinos, estancia de la reliquia en la catedral y al hasta ahora desconocido destino final, lo que ha dado pie a elucubraciones gratuitas. Mañana señalaremos el que fue emplazamiento exacto y, de paso, su vínculo con la también santa y mártir Cándida. Un “emparejamiento” místico, popular y jocoso del que poco o nada se señala en la historiografía almeriense y en las visitas guiadas al uso.

Valentino

No hay un único Valentín en el santoral. Hemos contado cinco, con diferentes fechas de celebración: 14/febrero, 21/mayo, 16/julio, 11/noviembre y 16/diciembre; aunque hay autores que lo elevan a diez. La mayoría son mártires cristianos de los siglos II-III, e incluso un español, de Segovia, “torturado por los moros” cuatro centurias más adelante. En medio del maremagnum suscitado por tantos individuos dispares, bien pueden tratarse de los llamados “valentinus”, adjetivo otorgado genéricamente a quienes sufrieron persecución cruenta por defender la fe católica durante la dominación romana: peregrinus in pace y valentinus in pace. Por establecer cierto paralelismo y salvando las debidas distancias y temática, igual ocurrió -en una ceremonia de la confusión que aún persiste-, con la “Leona”, nombre con el que distinguen a una excepcional guitarra construida por Antonio de Torres Jurado, cuando, en mi opinión, el término “leona” señala, en su totalidad, a los más perfectos, armónicos, sonoros, bellos instrumentos salidos de las manos del genial cañaero, aunque una sola sea así etiquetada.

Sea como fuere, el san Valentín de febrerillo el loco es quien goza desde décadas del general beneplácito entre enamorados de cualquier condición y sexo; el “valentinus” cuyo cuerpo trasladaron de Roma a la seo almeriense de la Encarnación en el ocaso del s.XVIII.

Espasa

No se sabe muy bien el porqué de la celebración ya que mientras en Inglaterra se trata de una tradición arraigada, en España se ignoraba absolutamente hasta hace ahora dos centurias. En la “entradilla” dedicada al folclore, la muy prestigiosa Enciclopedia Espasa (alejada en cuanto a rigor a las “pedias” que circulan por Internet) ilustra sobre la influencia de un san Valentín –cuyos restos están depositados en la basílica de Torni, pequeña ciudad italiana en la que nació el mártir y presbítero- entre la juventud europea, en especial la anglosajona. Shakeaspeare ya lo citaba en los diálogos de “Hamlet” y diversas autoridades protestantes la tienen por antiquísima fiesta “pagana de procedencia romana y papal”. Y ello sin que en la biografía del santo se registre ningún pasaje que indique que pudo ser protector de tiernos sentimientos y galanterías.

Ahí nos dice que los jóvenes de Inglaterra y Escocia –varones y féminas- escriben cada uno su nombre por separado en un papel, los enrollan y posteriormente sortean, formando parejas que, enamoradas o no, asistirán a fiestas, bailes e intercambiarán regalos; entre ellos se cruzarán asimismo misivas de amor (cartas valentinas) hasta el 14 de febrero siguiente. Que se casen formalmente, arrejunten o permanezacan en el piso de los padres ya es harina de otro costal.

Eclesiásticos y archivo histórico

San Valentín. Bajorelieve, obra de Jesús de Perceval.
San Valentín. Bajorelieve, obra de Jesús de Perceval. / D.A.

Por increíble que resulte, con esto de las reliquias ocurre como con las apariciones marianas: tienen su público, sus adeptos. A unas la Iglesia le da crédito y otras las tolera, simplemente. Tal fiebre por acumularlas llevó a Felipe II, por ejemplo, a ocupar estancias del monasterio escurialense con despojos humanos (están inventariados en el libro-asiento “Relicario del Real Monasterio del Escorial”). Es más, si juntaran todas las astillas y trozos de madera que hay repartidas por el mundo, tenidas por auténticas, se alzarían varias cruces como la utilizada en la crucifixión de Jesús de Galilea. Ítem más: por venerar, en la localidad Navarra de Singüesa veneraban incluso ¡las alas! que simbolizan al arcángel Gabriel.

Aún cuando san Valentín no caló entre las tradiciones locales y el clero diocesano tampoco le prestó excesiva atención, los historiadores eclesiásticos José Benavides (Historia manuscrita de la Catedral) y Carpente Rabanillo (Revista de la Sociedad de Estudios Almerienses) se extendieron sobre el tema, sumándose a su rebufo Bernardino Antón, Tapia Garrido o Juan López Martín. Escribía Carpente que durante el obispado de Anselmo Rodríguez colocaron en el centro del retablo del altar de San Indalecio, al pie del camarín (en dicha capilla enterraron al obispo, Rosendo Álvarez Gastón), una urna en forma de sepulcro que contenía el “santo cuerpo del glorioso mártir San Valentín, y que permanece cubierta todo el año, hasta la fiesta de San Indalecio en que se expone a la veneración de los fieles”. El jugoso proceso está recogido en actas del Cabildo catedral y protocolos notariales del Archivo Histórico. Su desaparición definitiva durante la guerra incivil de 1936 se señala en una fuente documental inédita, de la que daré debida cuenta.

Santa Cándida

La historia se repite con esta otra advocación semidesconocida. Tres “valentinas” diferentes con sus correspondientes onomásticas: 6/junio, 29/agosto y 4/septiembre, cuyas reliquias se hallan dispersas en iglesias italianas. Y una cuarta, santa Cándida, en el convento de Las Puras, festejada, al igual que san Indalecio y san Valentín, cada día 15 de mayo. Ante la creciente demanda de particulares, a finales del s.XVIII existió un lucrativo mercado de restos humanos extraídos del cementerio romano de san Ciriaco, certificados posteriormente como milagrosos tras la “autentificación” vaticana. A la vista de actas catedralicias, Carpente afirma que la documentación que acompañaba a la reliquia fue revisada y aprobada por Gregorio de Hormida y Camba, provisor y vicario general del Obispado de Almería. Prosigue:

“La auténtica está expedida y autorizada por el Rvdo. P. Fr. Nicolás Ángelo María Landini, del Orden de San Agustín, Obispo Porfierense y Prefecto del Sagrario Apostólico. El Sagrado Cuerpo con su vaso de sangre de la Santa Mártir colocado en la Urna de madera de mandato de Ntro. Stmo. Padre Pío VI, se extrajo del Cementerio Ciriaco. Fue donado en Roma al R.P. Maestro Fr. Francisco Antonio Gutiérrez de la Orden de San Agustín”. Mañana nos extenderemos en detalles.

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