La Rambla (I)
Urbanización. Dentro del proyecto global Andalucía-92, la transformación del cauce seco por la espléndida avenida actual es la obra pública más trascendente de la ciudad en muchísimas décadas
A diferencia de Barcelona, por ejemplo, en Almería suprimimos el plural y la identificamos por La Rambla, a secas; aplicada al lecho otrora yermo, en tramos convertido en muladar y más de un siglo divisoria de la ciudad taifal. En singular pese a su peculiar configuración radial, cruzada por barranqueras que preñadas de aguas turbias vestían periódicamente de luto al vecindario: de Alfareros (Marjano), Real de la Cárcel, Gorman (calle La Reina) o Maromeros (La Chanca). La de Belén es en su traza final la suma de tres de ellas. De la cuesta del Gato, canteras de La Molineta y pagos de Iniesta al mar: la propia matriz, Iniesta y Amatisteros, remansadas en Los Arquitos (por debajo del antiguo vado entre las calles Murcia y Real del Barrio Alto). Al trío se les incorporó la del Obispo después de su encauzamiento y alineación tras la trágica riada sufrida en septiembre de 1891.
Transformada en la vegetal y luminosa Avda. García Lorca actual, a la Rambla ya no la reconoce ni la madre que la parió, que diría el Guerra (el político, no el torero). Y ello merced al plan integral del arquitecto Antonio Góngora Sebastián, ganador del concurso de ideas convocado en 1982 por, entre otras administraciones, el Ayuntamiento -presidido por el alcalde Martínez Cabrejas-, a quien corresponde el mantenimiento y ornato de la más trascendente iniciativa acometida en la provincia en el marco de Andalucía-92, con ocasión de la Exposición Internacional de Sevilla. Una espléndida realidad secundada, en cuanto a magnitud urbanizada, por el Paseo Marítimo, dedicado recientemente -con nocturnidad y falta de publicidad, a regañadientes del equipo de gobierno municipalpopular- a Carmen de Burgos Seguí "Colombine", de quien este año se cumple el 150º aniversario de su nacimiento; no en Rodalquilar como algún desinformado sigue insistiendo sino en la capital, en la casa paterna en Plaza Vieja, trasera a calle Mariana (por iniciativa de la AA.VV. Casco Histórico ahí luce una cerámica alusiva). Con un presupuesto inicial estimado en 3.500 millones de las antiguas pesetas, en octubre de 1990 la empresa adjudicataria puso en marcha el ambicioso proyecto con obras de contención pluviométrica en las tres primeras presas de las ocho previstas en un anterior estudio del ingeniero Miguel Ángel Gutiérrez, encomendado por la Confederación Hidrográfica del Sur: Belén-Gato, Cagüelas y Belén-Flores, con capacidad para embalsar 100.000 m/3. de agua.
Hecho el obligado introito, en sucesivos domingos nos adentraremos en lo más sobresaliente de su cronobiografía a través del papel-prensa del Diario y en su edición digital, espero. En cualquier caso los referenciaré en mi cuenta de Facebook, a disposición de los lectores (y amigos) interesados en la divulgación de temática local.
CAMPO DE BELÉN
Nos situamos en la cabecera: de la rotonda de acceso a la autovía hasta su intersección con la Puerta de Belén (calle Granada), demarcación parroquial de san Sebastián extramuros. Mientras que la ubérrima Vega verdeaba lozana entre boqueras y partidores, el paraje pedregoso mostraba la aridez de centurias. Un vasto predio despoblado de personas y vegetación en donde los alacranes se enseñoreaban entre famélicas higueras, alimenticias chumberas y unas cuantas norias artesanales. Sequeral ruralizado que en el último tercio del s.XIX se transforma en regadío con la entrada en servicio del canal de San Indalecio y sus correspondientes balsas y acequias; inteligente complejo diseñado por el arquitecto López Rull. Sin presencia (o raramente) en la cartografía militar, sus edificaciones (civiles y religiosas) se perfilan con nitidez en el mapa de Francisco Coello en 1853, comentado por Pascual Madoz.
Abierto a los cuatro vientos cardinales, sus óptimas condiciones de ventilación y drenaje del terreno lo hicieron idóneo para que sobre una limitada parcela se construyera el primer cementerio de titularidad pública. Fueron los ilustrados en distintos gobiernos de Carlos III (Jovellanos, Floridablanca, marqués de La Ensenada) quienes influyeron en el monarca para que la "ciudad de los muertos" se alzara bien alejada de núcleos habitados, por razones higiénico-sanitarias y en prevención de la propagación de epidemias. Hasta finales del XVIII los enterramientos católicos se efectuaron en sagrado: los feligreses de a pie en espacios adosados a conventos e iglesias parroquiales; las dignidades eclesiásticas y nobleza (o quienes económicamente podían permitírselo) se inhumaban en cambio en capillas y criptas del interior de la catedral, templos y monasterios. Los de credo diferente, los sin fe, suicidas o ajusticiados poblaron -como en la represión franquista- secarrales y cunetas sin lápida; ajenos a martirologios, himnos, pompa y boato de pastorales payas o gitanas.
CEMENTERIO MUNICIPAL
A expensas de Agustín de Velázquez, en 1734 se erigió una ermita bajo la advocación de Ntra. Sra. de Belén; pequeño oratorio que con el tiempo pasó a propiedad de la diócesis, según acta catedralicia citada por Tapia Garrido. Donación que no tiene refrendo (ni estaba obligado a ello, ciertamente) en el Archivo Municipal. Esta serviría de capilla del primitivo cementerio municipal. En el Archivo Histórico Nacional existe un primer boceto de Pedro Antonio Salmerón (1786), aunque tendrá que agotarse el Siglo de las Luces para que la fúnebre modernidad se convierta en realidad gracias al ejército napoleónico de ocupación. Trienio (1810-1812) en el que Dalmacio Alpuente era alcalde, el marqués de Aigremont gobernador Político-Militar y Javier de Burgos subprefecto, dependientes los tres de la Prefectura de Granada. Previamente (junio, 1804), una Real Cédula del Consejo Supremo de Castilla urgió al Ayuntamiento a que acometiese las obras; según planos diseñados por los arquitectos Juan Antº Munar y Francisco Iribarne. En el AMAL disponemos de otra Cédula (abril, 1787) tendente a evitar actos sacrílegos en su interior y a levantarlos en el extrarradio.
El camposanto de Belén atendió al proyecto de Iribarne (asesorado por Munar) ya que se ajustaba a las "4.848 varas/2, licitadas en 46 mil reales de vellón"; una superficie capaz para 2.424 sepulturas, 700 más que la suma de los enterramientos en sagrado, incluidos el "de ayuda a la parroquia de san Sebastián (usufructuada por la cofradía de las Ánimas Benditas) y el Campo Santo del Obispo". Su apertura tuvo lugar (afirma el cronista Jover y Tovar) en diciembre de 1810 y permaneció en servicio hasta el mismo mes de 1867 en que fue sustituido por el actual de san José. Durante el Trienio Constitucional (1820-1823) se amplió y repusieron las tapias que lo protegían a fin de evitar la entrada de perros que profanaban las tumbas. Al quedar el solar libre el Obispado reclamó dicha propiedad, recibiendo del Consistorio una contundente repuesta, aún cuando más adelante debieron llegar a un entendimiento, permitiendo establecerse a las Siervas de María.
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