Su Primera Comunión

Juanito Valderrama. Aquella copla del cantante y cantaor de Torredelcampo (Jaén) marcó toda una época en la tradición religiosa y social de los Primeras Comuniones del mes de mayo

Su Primera Comunión
Su Primera Comunión

EL régimen de Franco se apoyó siempre en la Iglesia Católica para legitimarse y dotarse de un instrumento de cohesión ideológica y de control de la población. A la vez, la Iglesia se servía del franquismo para su financiación y ejercía una gran influencia social e individual desde las edades más tempranas. Durante todos esos años un potente aparato catequístico se ponía en marcha cada primavera en las parroquias para preparar a los niños y niñas que iban a hacer en el mes de mayo su Primera Comunión.

JUANITO VALDERRAMA

No hay un solo texto periodístico que trate el hecho socio-religioso de las Primeras Comuniones que no mencione, antes o después, a Juanito Valderrama. Nacido en Torredelcampo, Jaén, en 1916, de una familia campesina, de niño ya cantaba piezas flamencas mientras ayudaba en el trabajo del campo y, animado por cómo llamaba la atención con sus cantes, se escapó varias veces de casa en busca de una oportunidad. Esa oportunidad le llega en una de sus escapadas, en 1934, cuando conoce a la Niña de la Puebla y lo saca al escenario en uno de sus espectáculos. Al año siguiente se presenta en el Cine Metropolitano de Madrid, iniciando así su carrera como cantaor flamenco y cantante de copla.

Al comienzo de la Guerra Civil se alista en una unidad militar anarquista y actúa en los frentes para los soldados republicanos y en la retaguardia para los heridos. Acabada la Guerra, forma su propia compañía. En los años 40 compone con intensidad. Autor de casi todas sus grabaciones, en 1949 lanza el mayor éxito de su carrera, El emigrante, que en dura pugna con Adiós a España, de Antonio Molina, sonará durante toda la década siguiente, que será de fuerte emigración a Barcelona, a Francia y a Alemania sobre todo. A partir de ahí se suceden éxitos suyos como El polizón y, mucho más, Su Primera Comunión, que será la canción emblemática de esta tradición socio-religiosa durante los 50 y gran parte de los 60.

LOS DISCOS DEDICADOS

Tanto en Radio Juventud como en Radio Almería era una aburrición la larga retahíla de dedicatorias antes de cada emisión de esta canción, el himno del mes de mayo por excelencia, Su Primera Comunión, de Juanito Valderrama:

A Antoñito de tal y tal en el día de su Primera Comunión, con mucho cariño, de su abuelita Isabel, su tita Carmen y sus primitas Carmita e Isabelita, para que se acuerde de ellas en sus oraciones.

A Pepita de cual y cual en el día más feliz de su vida de su tita Lola de Barcelona, para que se acuerde de ella y de sus primitos.

Y así hasta el infinito. Cada año, en el mes de mayo, a cualquier hora que se pusiera la radio sonaba Su Primera Comunión, sin que por repetida llegase a cansar nunca. También se escuchaba el bolero Aquella cieguecita, de Manolo el malagueño, que contaba cómo a una niña ciega un milagro le devolvía la vista al tomar su Primera Comunión. Pero este tema, quizá por su tristeza -incluso el final, que era feliz, resultaba dramático- quedaba muy lejos del de Valderrama en las preferencias de la gente. Por fin, empezaba:

Como una blanca azucena,/

lo mismito que un jazmín/

mi niña va hacia la iglesia/

a la Iglesia de San Gil./

TIERNOS 7 AÑOS

Esa era la edad en que, casi con seguridad mellados, e imbuidos de un temor de Dios inocente e ingenuo, se hacía esa dramática y a la vez ilusionada, tierna, encantadora Primera Comunión:

Ha cumplido siete años,/

y va a recibir a Dios./

Mi niña toma rezando/

su primera comunión./

Todos los niños y niñas formamos de dos en fondo en la placeta y, encabezados por nuestra maestra, nos dirigimos a la parroquia, misal de nácar, rosario de perlas y guantes, zapatitos de charol blancos para las niñas, negros para los niños:

Un coro de serafines/

hay en el altar mayor,/

que está mi niña tomando/

su primera comunión./

Nos habían vestido de marinero, o de almirante, o de señor de Calatrava, que se puso muy de moda en la época. A las niñas las vestían invariablemente de blanco, con diadema o corona, velo, guantes y un bolsito lleno de encajes, cintas y lazos, muy gracioso, donde ellas se iban guardando el dinero que los familiares les obsequiaban:

De rodillas es tan bonita/

y tiene tanto salero/

que le da el agua bendita/

un angelito del cielo,/

un angelito del cielo./

LA CATEQUESIS

Habíamos superado una dura catequesis con tesón y disciplina, en que el Yo Pecador, el Credo y el Señor Mío Jesucristo encabezaban un extenso repertorio de oraciones que tenían que saberse de memoria. Por cada sesión, en la Iglesia de San José del Barrio Alto nos daban un trozo de papel con un sello de la parroquia y la promesa de que quien más sellos coleccionase tendría un premio importante al término de la temporada catequística. ¿Y saben quién fue ese niño que reunió el fajo más gordo de vales? Pues sí, han acertado. Aquel último día a mi hermano y a mí nos informaron de que tan descomunal taco de papeletas había que canjearlo por el premio en la Bola Azul, que llevaba construida apenas 4 o 5 años. Teníamos que subir al último piso, donde residía la comunidad de monjas que atendía aquel soberbio hospital. Allí, a cambio de aquella cantidad inmensa de vales, me dieron, oh sorpresa, un bollo de chocolate y un par de calcetines marrones.

Para un padre y una madre/

no hay alegría mayor/

que ver hacer a sus hijos/

su Primera Comunión/

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