Ojos moros en Felix
CUENTA Y RAZÓN
ICONOGRAFÍA ALMERIENSE. El autor se remonta años atrás en la historia de la provincia para, haciendo una retrospectiva de la antigua Almería, analizar debates actuales
ALMERIA/Hace años cayó en mis manos una guía turística de esas que tienen notable desproporción entre la bondad de la foto y el texto. En buenísimas imágenes aparecían sus blancas casas con la inevitable comparación con las árabes y, como no, el rostro bello de alguna de sus mujeres, cuyos ojos eran para el comentarista, la herencia inequívoca del pasado moro de la población. Y lo decía como halago, como un piropo, por profundos, por bonitos… eran los ojos moros de nuestras coplas, de nuestros dichos, pues hasta hace poco la palabra moro, no tenía en España connotación peyorativa alguna, sino al contrario. Y así la empleo yo.
Lo que pasa que esta herencia, en el caso de Felix, es como la del tío de América: una mitad incierta y la otra mentira. Y me explico.
Los Reyes Católicos por privilegio otorgado en Écija en 8 de diciembre de 1501 dieron a la ciudad de Almería la taha de Almegíjar, compuesta por Felix -su capital- Enix y Vícar, con tierras que luego darían lugar a los marchales de Antón López y de Miralles, Roquetas y La Mojonera.
Aunque aquella donación se hacía para que resultara “más ennoblecida y mejor poblada” la ciudad, no tardó esta en percatarse, si es que no lo sabía de inmemorial, de la realidad: una agricultura difícil, un ganado corto, en una pobre tierra carente de todo, menos de riesgo; con una peligrosa costa cara de vigilar por donde arriban continuos sobresaltos e invasiones…
Devuelta la taha a la corona, la reina Doña Juana en 1505 la da en señorío al bachiller Jorge de la Torre, el cual ese mismo año traspasa sus derechos al canciller de Granada Alonso Núñez de Madrid quien sin demora trata de rentabilizar las tierras pero no encuentra con quién labrarlas. Los moros están dispersos o en África; solo queda echar bandos en demanda de vasallos con familia que acudan bajo la promesa de casa, tierra y ganado a poner en marcha el estado feudal recién nacido.
La tierra se volvió a repoblar de moriscos. Unos moriscos que miran al mar, no con el miedo de los castellanos, sino con la esperanza del arribo de sus hermanos de allende que les ayuden a recobrar el reino perdido. Llegó al fin su rebelión y a sofocarla acude el Marqués de los Vélez, frente a cuyas tropas hacen los moros de Felix una defensa heroica que concluye con la toma a sangre y fuego del sitio en el que se había hecho fuerte la población, un cerro bautizado entonces de la Matanza, expresivo nombre que habla por sí sólo del exterminio producido allí el 19 de enero de 1569. Felix, Enix y Vícar quedan despobladas y sumidas en un escenario fantasmal, de casas quemadas y campos abandonados.
En 1572 se procede al apeo de tierras para una nueva repoblación, una tarea difícil de por sí y más en un territorio de intrincada orografía, dificultad agravada por la práctica inexistencia de testigos, dándose casos como el de Felix que para delimitar las lindes fue necesario traer a un vecino de Berja conocedor de ellas por haber vivido allí y solo por él fue posible la formación de los lotes para repartir entre los 25 vecinos que habían respondido a la llamada de los bandos reales.
Alonso Núñez de Madrid, sobrino-nieto del primer señor, protestó por haber hecho el rey aquel repartimiento que era potestad suya como titular del señorío y al final la justicia le dio la razón en 1581 y en sus descendientes continuaría el señorío… pero esto ya es otra historia que no interesa a lo que ahora nos ocupa.
Lo importante es que este último repartimiento cuajó y puso la partida a cero en lo racial, renovó la población, trayendo una castellana en absoluto relacionada con la morisca… Pero esto no significa nada para quien -”No me lo cuentes, vecina, que no me quiero enterar”, como dice la copla- se empeña con fe religiosa en aceptar el sonsonete decimonónico y romántico de la herencia musulmana.
Por respeto a nuestro pasado no podemos hacer verdad una mentira por repetirla tanto y menos novelar nuestra historia más de lo justo. Los ojos negros y profundos son frecuentes en España. No es exclusiva de las moras. Así que la genética de los ojos bellos encontrados en Felix bien pudiera radicar en las gentes de un valle cántabro o de la montaña burgalesa; en cualquiera menos en unos moros felisarios que habían abandonado para siempre en 1569 la tierra que los albergó durante siglos.
Somos deudores de lo que debemos, pero ni de un céntimo más. Por mucho que unos cantos y escritos -malos, como se merecen las falsedades- traten de hacernos creer otra cosa. Es verdad que le debemos a los moros muchas cosas buenas, pero no todas. Otras ya las teníamos antes.
Me viene a la memoria el cuento del regadío, una actividad presente en España, y en todo el mundo, desde los albores de la agricultura. Pero al parecer aquí a nadie se le había ocurrido -ni siquiera a los romanos, que tanto sabían de agua- regar. Por lo visto nunca supimos lo qué era una col hasta que llegaron los moros. Así que tendremos que agradecerles, también, la olla de berza, pero sin pringue.
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