Mujeres que hicieron historia (IV). Con Clara Campoamor llegó el voto femenino

Almería

Reconocida abogada y política es reconocida por su lucha por los derechos de las mujeres. En 1931 consiguió que las mujeres tuvieran el mismo derecho a votar que los hombres

Clara Campoamor
Clara Campoamor / D.A.
Julio Gonzálvez

28 de enero 2024 - 08:00

Almería/Esta madrileña con ascendencia asturiana vino al mundo en 1888, en el seno de una familia muy modesta que habitaba en el antiguo barrio de Maravillas. Fue una mujer diferente y extraordinaria para la época que le tocó vivir al final de la monarquía de Alfonso XIII y el advenimiento de la II República, con un país que estaba pidiendo a gritos, porque lo necesitaba, grandes y profundos cambios, y donde el papel que jugaban las mujeres en lo social o lo político era prácticamente inexistente. Pero llegó ella, periodista, abogada y defensora de los derechos femeninos. Fue elegida junto a Victoria Kent en aquellas Cortes constituyentes de 1931. Irónicamente, sin derecho al voto. Luchó contra sus propios compañeros, que consideraban que las mujeres no estaban lo suficientemente preparadas para ejercer el voto en una España atrasada y rural. Pese a todo, el voto femenino fue finalmente reconocido en la Constitución. Campoamor tuvo que pelear para que el sufragio femenino fuera real y efectivo antes de exiliarse tras el alzamiento nacional.

Este pasado diciembre, se han cumplido 92 años donde las españolas acreditaron su derecho al voto. La dictadura de Primo de Rivera lo había otorgado a solteras y viudas para las elecciones municipales porque las casadas representaban la sombra de sus maridos. Corría 1924 y en España no se conocía el sufragio: la mujer que pretendía ejercer no ya el voto, sino una profesión –como la condesa y escritora Emilia Pardo Bazán o la abogada Concepción Arenal-, suponía una anécdota estrafalaria e incómoda en una urdimbre social en la que la cerrazón ganaba de mano.

En realidad, los únicos enemigos del apoyo al voto femenino estuvieron en el centro republicano y en las izquierdas: diputados radicales, azaristas, radicales socialistas, una parte de los socialistas y significativos líderes del Partido Socialista Obrero Español. En contraposición la derecha en pleno voto a favor.

Clara Campoamor firme en su lucha por los derechos de la mujer
Clara Campoamor firme en su lucha por los derechos de la mujer / D.A.

Congreso de los Diputados, jueves 1 de octubre de 1931. El pleno ha generado una gran expectación, prueba de ello es el lleno en las tribunas del público. Según comenta el diario El Imparcial, de tendencia liberal, “las tribunas están muy animadas, predominando el elemento femenino. Se dice que, estimuladas o reclutadas por la señorita Campoamor, muchas mujeres se han decidido a ejercer su derecho de presencia ante la votación en que habrá de decidirse sobre el artículo 34 del proyecto, que trata de los derechos electorales femeninos”.

Cuando se pasó a la votación, el resultado fue de 161 votos a favor, 121 en contra y 188 abstenciones. La lucha por el voto femenino se había ganado también en España, al igual que en otros países más avanzados.

Manuel Azaña se ausentó para no votar la moción; el líder del Partido Socialista, Indalecio Prieto maniobró para que su grupo evitara su aprobación; la exaltada socialista y feminista, Margarita Nelken, -vinculada al terror del 36- se pronunció en contra. Pero fue Victoria Kent Siano, radical socialista, y también feminista, la que tuvo el dudoso honor de enfrentarse a la auténtica valedora de los derechos femeninos, Clara Campoamor, la otra única mujer de la Cámara que además actuó en contra de la mayoría de su grupo, los radicales republicanos. La Campoamor es una figura señera de la “tercera España”, la España de Madariaga y Ortega y Gasset, de Pérez de Ayala y Gregorio Marañón, españoles todos que brindaron su apoyo y su inteligencia a la República, antes de que ésta degenerarse en una orgía revolucionaria.

En un primer momento, el artículo 36 redactaba que las mujeres ejercieran el voto a partir de los 45 años, ya que antes eran «deficientes en voluntad y en inteligencia». A partir de esa edad «la menopausia aplacaría su histerismo pasional». Finalmente, todo esto quedó en el borrador y la mujer pudo votar a partir de los 23 años.

En contra de todas estas opiniones, y podemos decir que, en soledad, estaba Clara Campoamor, quien se preguntaba: «¿De qué se acusa a la mujer? ¿De ignorancia? Si se trata de analfabetismo, las estadísticas afirman que, desde 1886 a 1910, el número de analfabetos entre las mujeres ha disminuido en 48.000, mientras que en los hombres en menos proporción. La curva ha seguido así hasta hoy, un momento en que la mujer es menos analfabeta que el hombre… La mujer fue eliminada de los derechos políticos porque las leyes habían sido detentadas por el hombre. No olvidéis que no sois hijos solo de un varón».

A partir de ese día, las mujeres españolas tuvieron el mismo derecho a votar que cualquier hombre, aunque no lo pudieron ejercer hasta las elecciones generales del 19 de noviembre de 1933. Ese día 6.800.000 españolas pudieron votar; un derecho que ejercieron nuevamente en las elecciones generales de 1936. Tras el golpe de Estado, la Guerra Civil y posterior dictadura, no volvieron a tener acceso al voto hasta las elecciones generales de 1977. Clara Campoamor perdió su escaño en 1933, al igual que Victoria Kent. La primera por haber votado a favor del aborto y la segunda, según algunos, porque perdió su popularidad. La inquina de la izquierda contra Clara Campoamor duró hasta su exilio. La acusaban de la derrota de 1933. Ella, se defendió por medio de un libro cuyo título lo dice todo: Mi pecado mortal: el voto femenino y yo, publicado en junio de 1936.

Supo en primera persona lo que era padecer repudio político y social; pasó la vida reivindicando su condición feminista, su alma republicana, demócrata y liberal. Francia, Suiza y Argentina, donde pasó 17 años, fueron el periplo de una generación mutilada por la guerra. Se vinculó con otras intelectuales españolas y redacto ensayos biográficos.

Doña Clara Campoamor Rodríguez murió en 1972 en Lausana, solo tres años antes que el dictador Franco. Tampoco le fue dado atisbar el inicio de la Transición, que recogía en la vigente Carta Magna el precioso producto de su solitaria obstinación. En la fe de sus hecho y palabras queda, sin duda, un hálito de mujer ejemplar, y en buena medida, visionaria.

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