Almería

Mujeres de cine (I). Siempre nos quedará Ingrid Bergman

Un volcán gélido; Ingrid Bergman

Un volcán gélido; Ingrid Bergman / D.A.

Fue Ilsa en Casablanca, se convirtió en una de las famosas rubias de Alfred Hitchcock, con tres películas: “Recuerda” (1945), con Gregory Peck; “Encadenados” (1946), con el inigualable Cary Grant; y “Atormentada” (1949), con Joseph Cotton, apasionada amante y esposa de Roberto Rossellini y, finalmente, rodó con el otro Bergman, Ingmar, en el crepúsculo de su carrera.

Ingrid Bergman, una de las mejores actrices de la historia, fue objeto de una frase tan repetida como el “siempre nos quedará París” con la que Humphrey Bogart dejaba abierta la historia de amor más célebre del cine clásico. En la vida real le escribió a Roberto Rosellini otra no menos célebre: “Solo se decir una cosa en italiano: Ti amo”.

El mayor descubrimiento sueco de Hollywood tras la retirada de la “divina Greta Garbo” había resultado ser una auténtica rubia de Alfred Hitchcock también fuera de las pantallas, pero la dulzura y luminosidad de Ingrid se desmarcaba de la belleza más dura y fría de su predecesora, diez años mayor.

Ingrid bergman Ingrid bergman

Ingrid bergman / D.A.

Un volcán gélido que, pese haber representado el candor en cintas como “Luz que agoniza” –donde consiguió el primero de sus tres oscar- o, la citada “Recuerda”, dio la campanada.

“Era el ser humano más tímido jamás creado, pero tenía un león dentro que no se iba a callar”, resumió luego en su autobiografía, My story, que fue todo un éxito de ventas y en la que expuso al mundo una fidelidad a sí misma muy adelantada a su tiempo.

En pleno Hollywood de la caza de Brujas y el código Hays de moral y censura, Bergman había abandonado a su marido y se había fugado a Italia con Roberto Rossellini. Solo necesitó ver “Roma, ciudad abierta” para enamorarse de él. Se casaron y tuvieron tres hijos.

“No creo que nadie tenga derecho a entrometerse en tu intimidad, pero lo hacen. Me gustaría que la gente separara a la actriz de la mujer”, decía cuando las crónicas sociales llenaron páginas y páginas con su historia de amor: “La felicidad es buena salud y mala memoria”, diría años después. Tras haber demostrado en “Por quién doblan las campanas” o “Juana de Arco” que era la perfecta heroína del inmaculado cien americano, se convirtió en musa desarrapada del neorrealismo en obras tan convulsas como “Stromboli”, “Europa 51” o “Te querré siempre”.

Aunque había rechazado al magnate Howard Hughes –que reservó todo un vuelo de línea para ella- ya había tenido algún desliz con personalidades como el fotógrafo Robert Capa durante el rodaje de “Encadenados”. Hitchcock llegó a reconocer que se basó en su historia de amor para concebir la sinopsis de “La ventana indiscreta”.

Ingrid Bergman, nacida el 29 de agosto de 1915, en Estocolmo y fallecida en Londres el mismo día, pero del año 1982, es decir vivió 67 años, había llegado a Hollywood algo reticente por su belleza un poco campestre, su voz bastante grave y su excesiva altura, ya que medía 1,75 metros, que hizo que Humphrey Bogart en “Casablanca” y Claude Rains en “Encadenados” tuvieran que llevar alzas a su lado.

Bogart y Bergman en "Casablanca" Bogart y Bergman en "Casablanca"

Bogart y Bergman en "Casablanca" / D.A.

Pronto conquistó al público con un talento dramático fuera de serie, hasta el punto de que cuando “traicionó” esa imagen –que había tenido la culminación en su celebrada interpretación de monja en “Las campanas de Santa María-, Hollywood quedó tan huérfano de su talento que celebró su vuelta en 1956 con un segundo Oscar por “Anastasia”.

Era otros tiempos y la Bergman comenzó a ser una actriz madura pocos años después, pero con la edad ganó en elegancia y en presencia. “No me preocupa envejecer. Si fuera la única, sí me preocuparía, pero todos estamos en el mismo barco y todos mis amigos vienen conmigo. Todos hacia la vejez”, diría.

Y al final de su carrera siguió luciendo un genio dramático que se tradujo en un tercer Oscar por “Asesinato en el Orient Express” y, sobre todo, “Sonata de otoño”, del otro Bergman, me refiero a paisano, Ingmar, en la que interpretó a una madre castradora y en la que volvió a lucir una de sus habilidades: la de tocar el piano.

Corría el año 1979 y volvió a ser nominada al Oscar por no pudo ir a la ceremonia de ese año porque empezaba a estar enferma de cáncer de mama.

“Si me impedís actuar, dejaré de respirar”, dijo. Por eso, no dejó de actuar, aunque fuera para la televisión, con un aclamado telefilme que redondeó su trayectoria con un Emmy póstumo.

Ya lo había ganado por “Otra vuelta de tuerca”, de Henry James, en 1960, pero “Una mujer llamada Golda”, donde interpretó a la primera ministra israelí Golda Meir fue su magistral canto de cisne. El premio lo recogió su primera hija, Pia, de su primer matrimonio con el médico sueco Petter Lindström. “He tenido diferentes maridos y familias. Y me enorgullezco de todos ellos, los visito a todos –dijo en una ocasión-. Pero en los más profundo de mi ser siento que adonde pertenezco es al mundo del espectáculo”.

 

Ingrid Bergman y Alfred Hitchcock a orillas del Támesis Ingrid Bergman y Alfred Hitchcock a orillas del Támesis

Ingrid Bergman y Alfred Hitchcock a orillas del Támesis / D.A.

Actuaciones destacadas

“Casablanca” (1942). Se quedó con el papel pensado para Michele Morgan y Hedy Lamarr y logró un personaje mítico, desde su aparición en el café de Rick hasta la despedida en el aeropuerto.

“Encadenados” (1946). Espía por venganza contra un padre nazi, química total con Cary Grant, un legendario beso de tres minutos y la genialidad de Hitchcock, que ya la había dirigido en “Recuerda”.

“Juana de Arco” (1948). Tenía verdadera devoción por el personaje, lo había hecho en teatro y lo bordó dirigida por Víctor Fleming, con pelo corto y la naturalidad de una mujer despojada de todo.

“Estromboli” (1950). Por primera vez se entregaba a Rossellini, en la interpretación y en el amor. Un papel desgarrado en la tierra árida de la isla volcánica. Un éxito y una fuente de problemas.

“Sonata de otoño” (1978). Ingmar Bergman dirigió a Ingrid por fin, pero fue su última película. Todo un reto, como pianista que dejó de lado a su familia, un duro cara a cara con Liv Ullmann.

A pesar de tanta ida y venida, a lo largo de su vida, sigue siendo una de las actrices más carismáticas que el cine ha dado, capaz de aunar naturalidad, fragilidad, osadía y determinación.

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