Leyendas románticas y bromas de mal gusto

Crónicas desde la ciudad

Sin necesidad de recurrir a camelos paranormales, literatos y poetas fraguaron desde la antigüedad un interesante corpus de leyendas almerienses. Místicas y románticas las más, truculentas las menos

Leyendas románticas y bromas de mal gusto
Leyendas románticas y bromas de mal gusto
Antonio Sevillano / / Historiador

13 de noviembre 2011 - 01:00

Caballeros de la Historia,

jinetes de las mesnadas

que lavaron sus heridas

en las cristalinas aguas

de estos barrancos agrestes

con puñales de pizarra

(José Martínez Oña, del libro "Mis rutas por Los Filabres)

LOS veranos de mi infancia discurrieron gozosos en Bacares, en el cortijo de mis abuelos. La Refración se alza sobre una solana encarada al castillo almohade mientras que en la umbría se suceden secanos y almendros, una espaciosa era y el cementerio municipal. De éste se dice en la escritura: "En la finca descrita se halla el cementerio católico de la villa". Una pequeña necrópolis destacada en el ensayo "Cementerios Andaluces", de la Consejería de Obras Públicas, por su topografía irregular y la "armonía de la obra del hombre con la Naturaleza". Allí, al calor de la chimenea y alumbrado por candiles de aceite, escuché múltiples "consejas de vieja" que hablaban de truculentos sucesos. Tradición arraigada de siglos en la España rural y profunda que le metía las cabras en el corral al más valiente de los niños de mi época.

Entenderán que dadas las repetidas estancias y el que mis ancestros familiares se remontan al siglo XVI -un apellido "Sevillano", cristiano viejo, vino a repoblar tras fracasar la sublevación morisca del Almanzora- sienta interés por todo cuanto se publica de Bacares, "La perla de Los Filabres", no siempre veraz. Lo penúltimo leído ha sido en un libro de relatos esotéricos -subliteratura en la que ni entro ni salgo, allá cada cual con sus creencias y querencias- firmado por alguien más cercano a un friki compulsivo que a un cultivador serio del género, además de mostrar serias lagunas históricas. Es curioso que entre tantas luces, figuras del más allá y gilipolleces paranormales no aluda a la más genuina leyenda bacareña en el plano religioso -fe del carbonero-, antropológico y del folclorismo popular. Me refiero a la aparición de una talla de Cristo en el paraje de El Bosque (de ahí su nombre), tras la iniciativa ante el Concejo del "hermano Ramos"; enigmático personaje ermitaño en una cueva del Layón y del que sospechamos se trataba de un huído de la Justicia o de un embaucador. Por lo muy repetido, no me extenderé en el "milagro" cristífero. Pero sí en otro par de sucedidos con dispar final.

NOVIO RESPETUOSO

Contaba mi abuela que tiempo atrás vivía en el cortijo una mocita casadera a la que desde el pueblo acudía a visitar su novio; al principio pelando la pava en la reja hasta que le permitieron la entrada. Forzosamente tenía que pasar por la puerta del camposanto. Respetuoso el galán, en cada ida y venida repetía sendas frases cortas a modo de jaculatoria: Buenas noches, difuntos y Hasta mañana, difuntos. Y así un día y otro hasta que ocurrió lo que no tenía que haber ocurrido. Todo discurrió normal en la primera parte del lance, próximo a la fecha fijada para el casamiento, pero al volver, ¡ay, al volver!, al pronunciar la habitual cortesía de despedida ("hasta mañana difuntos") fue respondido en la inquietante oscuridad por un coro de ultratumba surgido tras de la puerta: ¡Espera, amigo, que nos vamos todos juntos! Hay quien asegura que en menos de una hora se puso en Gérgal y otros que aún está corriendo. Más que una broma de pésimo gusto, evidenció la imbecilidad de cuatro cazurros desocupados.

La siguiente ocurrió en El Revolcador, por encima de la Fuente Grande y divisoria de los barrios del pueblo. El rumor de que al oscurecer surgía por aquel callejón un fantasma de gran estatura cobró fuerza. El miedo se adueñó del vecindario hasta el punto de que por ahí no pasaban ni vírgenes ni santos, ni chicos ni grandes. Incluso a los bragados mineros del Cortijuelo y Menas les embargaba tal acojone que ni se atrevían a acudir al bar de la plaza a tomar una copa. Hasta que uno ser armó de valor y, carabina al hombro, se dispuso a salir de dudas sobre la identidad del jodido fantasma que tenía al personal al borde de la histeria. Apuntó, al tiempo que preguntaba su nombre… Deja la escopeta Antonio, deja la escopeta, soy yo, fulanito. Alzó la sábana blanca sobre la cabeza en la que para ganar altura llevaba una devanadera y se descubrió el pastel. Se trataba de otro galán; éste enamorado de una viudita reciente metida en años, aunque de buen ver, a la que frecuentaba carnalmente y que para evitar encuentros inoportunos recurrió al lienzo fantasmal. Al final se casaron, comieron perdices y todos felices. Ya sin los espantos que blanquean el cabello negro.

ESCUCHA, ESCUCHA

Si la leyenda del Cristo de Bacares data del siglo XIX, más reciente es la de El Escucha que se venera en la catedral almeriense. Aunque es antiquísimo -Tapia Garrido aventura que se trataba de un Crucificado que recibía culto en la primitiva seo de La Almedina, hoy iglesia de San Juan y antes principal mezquita- los tres relatos que narran su aparición fueron escritos ya bien entrado el XX por Luis Fernández Doris, Isabel Millé Giménez y Florentino de Castro Guisasola. Los tres con marcadas variantes en las formas pero coincidentes en lo sustancial: oculto y emparedado al final de la ocupación de Almería por Alfonso VII (1147) para, al parecer, evitar ser profanado por impíos sarracenos después de su marcha. La imaginación es libre y a nadie tiene que dar cuentas. Doris lo sitúa en una casa próxima a la dicha mezquita; Millé en la calle Beatríz de Silva (fundadora de las Concepcionistas Franciscanas; antes c/. La Fuente) y Castro no precisa localización. En un caso lo descubre unos albañiles, en otro un padre de familia y finalmente un morisco de nombre Beltrán, imaginero en madera. En la terna de leyendas y previo al derribo de una pared se oyó repetidamente la palabra ¡Escucha!, ¡Escucha!

MARCHA NUPCIAL

No repicaron alegres las campanas de boda ni doblaron lúgubres en señal de duelo. La muerte intempestiva del novio y la cruel avaricia del Clero las acallaron. Rosalía Heriberry Donjo, nacida en Sevilla (1858), viajó a Almería como primera tiple de una compañía de zarzuela y ópera. Y en nuestra ciudad se quedó a vivir con su madre y un hermano menor. Querida y admirada por sus conocimientos musicales, bondad y belleza, con 25 años abrió una academia de piano y solfeo en su domicilio del Paseo del Príncipe (frente al Teatro Cervantes). Ahí conoció a Juan Méndez, joven valenciano con quien tras un romántico idilio se aprestó a casar en la parroquial de San Pedro mediado junio de 1887. La dicha sin embargo se trocó en profunda depresión cuando previo a los esponsales el novio falleció de fiebres tifoideas. Rosalía no aguardó a seguir sus pasos: al alborear el día 13 murió, envenenada, tras la ingesta de láudano y fósforo de cerillas. La Iglesia denegó el suelo "sagrado" a la suicida, siendo enterrada en la rambla de Iniesta a merced de riadas y alimañas. Contaban que cada Primavera, en noches calmas y perfumadas, de aquel caserón burgués decimonónico fluían las dulces notas de la marcha nupcial de Medelson o la wagneriana de Lohengrin, interpretadas tenuemente por un mágico piano.

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