Francisco Alcaraz, homenajeado en el Café Gijón en su 90 cumpleaños
Acudieron Javier Villán, Zamorano, Ramón Ramírez y Tomás Pereda
Cuando se disfruta de una obra de arte se goza de un conjunto de emociones que hacen que se sea plenamente consciente de su valor intrínseco. Algunas veces la vida o la personalidad del propio artista aportan un plus al imaginarse las vicisitudes que han rodeado su génesis o su realización material. Ese es el caso del pintor almeriense vivo con mayor prestigio internacional, Francisco Alcaraz.
Hace solo unos días, a través del teléfono, junto con los recuerdos recurrentes de los orígenes indalianos, hace ya 70 años, me desgranaba su vida cotidiana, la alegría que le suponían sus nietos y biznietos, sus achaques de artrosis, su falta de visión que le dificulta notablemente su pintura, su última exposición recientemente clausurada en Torremocha de Jarama, sus recuerdos con los indalianos y especialmente de Cañadas… una historia de noventa años de lucidez y vivencias exuberantes.
Su mundo se ha desenvuelto entre gubias y pinceles, entre conversaciones y viajes, entre su residencia de Saldaña en la Sierra de Ayllón y su breves estancias en Almería. Su memoria guarda múltiples anécdotas vividas con insignes personajes como Eugenio d´Ors, Carmen Laforet, Narciso Yepes, Picasso, Rafael Alberti, Dominguín, Jean Cocteau, J.A. Vallejo-Nájera, Buero Vallejo, A. M. Campoy… Una vida abigarrada, compleja, llena de empuje en su eterna serenidad, que ha paseado su almeriensismo y la sempiterna figura del indalo por Brasil, Alemania, Suiza... y fundamentalmente Madrid y París, donde conocería a Picasso, debatiendo juntos los postulados indalianos, ante los que el malagueño universal solía comentar que no entendía como no les había fusilado Franco.
En su 90 cumpleaños, el Café Gijón - donde cuelgan algunos de sus retratos a lápiz de los contertulios- le abrió una vez más sus puertas, para celebrar en su enésima tertulia, donde rodeado de sus amigos se compartirán palabras, versos, recuerdos y sobre todo amistad. Asistieron, entre otros, Javier Villán, escritor y crítico taurino, los pintores Zamorano y Ramón Ramírez y el crítico de arte Tomás Pereda.
Hace justo un año tuvo su última conversación con el también pintor indaliano Antonio López Díaz, presumiendo ambos de achaques y goteras frente al paso implacable del calendario. Al día siguiente su amigo del alma dejó para siempre los pinceles, quedando Alcaraz como el último representante indaliano.
Nace el 5 de febrero de 1926, y su niñez transcurriría en las hoscas calles de la Almería previa a la Guerra civil. Ingresa en la Escuela de Artes y Oficios y forma parte del grupo de alumnos -junto con Cañadas, Cantón Checa, Antonio López Díaz y Capuleto- seleccionados por Perceval que compondrían la vanguardia indaliana. Participó en la exposición colectiva de 1947 en el Museo de Arte Moderno de Madrid y su éxito personal le llevó a figurar en el VI Salón de los Once de 1948. Como muchos almerienses tuvo que emigrar a Madrid y posteriormente, en 1950, a París. En pocos años va adquiriendo un relevante prestigio como pintor y restaurador siendo seleccionado como exponente tanto de la joven pintura francesa como de la española en diferentes certámenes de Madrid, París, Caracas, Méjico…
Regresa a España mediada la década de los 60 e ingresa como restaurador en la Dirección de Bellas Artes de Madrid, llegando a fundar el Centro de Restauración del Museo de Arte Popular en Santillana del Mar. Los años 70 le llevan por el continente Americano, viviendo en Estados Unidos, Méjico y Brasil.
Su última exposición en Almería en 2014 dejó patente su enorme valor pictórico con una muestra antológica de su obra. Sus cuadros reflejan todo aquello que vive y no quiere olvidar. Pero su maestría no sólo está en sus pinceles, en sus famosos y demandados cuadros de París, Madrid o Saldaña, sino que también sus restauraciones han dejado intensa huella en toda Europa, sin olvidar su ciudad natal donde diversas pinturas y tallas han pasado por el repaso de sus manos, volviendo a tener la lozanía de su origen.
Hoy, el último indaliano vivo se refugia en Garganta de los Montes, pueblecito del norte de Madrid, donde su valle regado por el Lozoya le transmite la tranquilidad que demanda su espíritu. Allí, recuerda su azarosa vida, siempre ligada al mundo del arte con mayúscula, a la expresión plástica de unas imágenes del mundo que le rodea, a la belleza tridimensional de unas restauraciones o a los eternos perfiles de impresionantes marcos que demandaron artistas como Picasso o Juan Gris.
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