Epigramas en prosa

Almería

Ocurre en los libros -creación de vida latente- que se consuman cuando un lector se sumerge entre sus pliegos, al igual que una pieza musical nace cada vez que la escuchamos

El primer avión de Almería

Ilustración
Ilustración / Jesús Ruz De Perceval
Jesús Ruz De Perceval

02 de junio 2024 - 08:00

Almería/No me duele, por tanto, haber llegado tarde a la publicación de “Epigramas en prosa”, de Pepe Gómiz.

Definimos epigrama como frase breve e ingeniosa, frecuentemente satírica, pero es mucho más. Aprisionar el ingenio en una cárcel tan estrecha, cuando se consigue, confiere al verso una potencia nuclear capaz de transformar conciencias o erigir nuevas sensibilidades, tal es su capacidad de palanca. “En los epigramas, es el lector quien desarrolla la obra” nos dice el autor.

Sus páginas compilan mil sentencias fruto del cabalgar de Gómiz sobre lo cotidiano para sonsacarle los significados de nuestras preocupaciones eternas o de las frivolidades más mundanas al tiempo que con dedo auscultador escudriña los males que nos asolan: la ingratitud, la mentira, la perniciosa envidia, las malditas prisas… Sus respuestas y definiciones revisten unas veces impronta de frescura adolescente y, otras, el aplomo y solemnidad del sabio que, cansado de vivir, ya sólo sabe ver. Llegar a ver donde otros sólo alcanzan a mirar es un don reservado a muy pocos.

Decía Thomas Mann que las observaciones y sentimientos del hombre solitario son mucho más intensos que los de la gente sociable porque se ahondan en el silencio y se convierten en acontecimientos, en verdaderos pensamientos. Algo de esto rezuma el creador de los Epigramas, cuya mirada avizora nunca descansa para derramarse ya sea con profunda gravedad o con irónico buen humor, cual salero de Baltasar del Alcázar.

Pepe Gómiz es un almeriense que nació en Fregenal porque los de Almería, como los bilbaínos, nacemos donde queremos. Arquitecto de brillantes diseños y restringido público, virtuoso de la Música que enamora a las guitarras mientras sueña con pianos, compositor sentido y sentado, glosador de diccionarios, conversador infatigable o muda soledad, domador de risas, un señor con bigote o un amante y poeta epistolar. Eso es, en nota sostenida, José Gómiz.

Apartado hace tiempo del mundanal ruido, construyó su soloverso -“Yo soy el lugar donde me escondo de vosotros”, escribe-; allí “solitario y solihambriento” ara con soltura el papel o el pentagrama, capturando las palabras que quieren ser certeras o componiendo trenos por vidas que no han sido, epitafios de Sícilo o esperanzas a durmientes, y es que su obra tiene mucho que ver con la muerte y el despertar; y es que Pepe nunca ha sido enteramente de este mundo, su mera existencia es un acto de rebelión.

Años atrás tuve el privilegio de conocer su inédito “Prontuario de supervivencia”, antesala de este libro que no vio la luz por resultar demasiado políticamente incorrecto; para regocijo de los libres, compruebo que gran parte de sus proposiciones se recogen en esta publicación en la que dedica no pocos de sus pensamientos a esa lacra corrosiva de la corrección política.

Despechado con nuestra realidad hostil y decadente, el pesimismo de este epigramista en el tejado se torna aquí en particular canto a la vida -a una mejor, cuyas coordenadas nos apunta- de igual modo que su afrenta con el Dios que niega -“Que Dios me perdone, pero soy ateo”- muta en diálogo fecundo que tiende a lo epistémico.

Trabajador insomne, sobrevuela su libro una idea recurrente: un alegato a favor de la superioridad moral del esfuerzo, que dignifica y ennoblece, frente a las capacidades o dones naturales para la creación “La inspiración es un regalo del esfuerzo”.

Algunos de sus enunciados tienen más de aforismo e inevitable es pensar en la tradición de Gracián y su “Oráculo manual…”, la gracia del conde de Rebolledo o la sátira de Owen, “el Marcial inglés”, que conviven con greguerías ramonianas o afiladas denuncias que desenmascararían al cardenal Mazarino mientras se deslizan, suaves, sentidas sutilezas “Al zumo de alma le decimos llanto”.

Se suma Gómiz al elenco que nos reafirma y recuerda que el epigrama -donde la agudeza prevalece- es un género de creación eminentemente hispana.

La reivindicación de la cortesía, de la buena educación o del verdadero deseo de saber, redondea esta obra que, además de poseer la amenidad de las lecturas fragmentarias, esconde necesarias interpelaciones o felices frutos en cualquiera de sus páginas.

Disfrútenla o, mejor, degústenla.

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