“Deberíamos ocuparnos más de la Cultura”

Almería

José Romera, catedrático emérito de Literatura Española y enamorado de la ciencia, las letras y las artes, estuvo de visita recientemente en la UAL

“Deberíamos ocuparnos más de la Cultura”
“Deberíamos ocuparnos más de la Cultura” / D.A.
Francisco García Marcos

17 de noviembre 2021 - 07:00

Almería/El pasado jueves 10 de noviembre, José Romera Castillo visitaba, de nuevo, la Universidad de Almería. La institución almeriense mantiene la saludable costumbre de acercarlo hasta su campus cada vez que puede. En esta ocasión, impartió una conferencia sobre “Comunicar sin palabras. El lenguaje no verbal”, presidió un tribunal de tesis doctoral y, como siempre, transmitió lecciones intensas y profundas, a la vez que afables. Este catedrático emérito de Literatura Española en la sede central madrileña de la UNED es una de las grandes personalidades científicas del panorama humanístico contemporáneo. Formado en la Universidad de Granada, donde se doctoró, ha estado integrado en otros claustros universitarios —Valencia, Córdoba—, ha sido profesor invitado en numerosas universidad y, en definitiva, ha hablado y sido escuchado en prácticamente cualquier rincón del planeta.

En todo caso, su referencia siempre ha sido esa sede central madrileña, de cuya Facultad de Humanidades fue decano durante ocho años y cuyo departamento de Filología Española dirigió durante catorce. Esa ha sido otra de sus virtudes, hacer congeniar la gestión universitaria con una extensa e intensa trayectoria investigadora, algo al alcance de realmente muy pocos.

Un cosmopolita infatigable, profundamente enraizado

He tenido la fortuna de disfrutar de las palabras del profesor Romera Castillo en diversos foros, en múltiples escenarios, en no importa qué lugar. He admirado —y sigo haciéndolo, por su puesto— su capacidad para abordar cuestiones de extraordinario calado teórico desde una sencillez encomiable, como si se desprendiese de la naturalidad evidente de las cosas. Durante esas intervenciones académicas, tan equilibradas e hilvanadas, en algún momento, tarde o temprano, inevitablemente ha aparecido alguna mención a que es andaluz, un granadino de Sorvilán. Siempre ha sido una ráfaga de espontaneidad, la inevitable —e inevitada— proximidad del componente sustancial que nutre una personalidad científica con reconocimiento internacional. Si se le pregunta a José Romera por ello, incluso se sorprende. “Es que es así. Yo soy de Sorvilán. Pero no soy chauvinista. Yo soy andaluz, pero andaluz universal, como Juan Ramón Jiménez”. Y allí vuelve, innegociablemente, todos los veranos, a su Sorvilán consustancial, en ese enclave único que es la Contraviesa granadina, donde empieza el mundo.

Desde ahí, el horizonte simplemente ha llegado hasta donde lo han llevado sus pasos. Conferencias, cursos, congresos, estancias internacionales, comités científicos, tesis doctorales dirigidas en otras universidad y otros países, un bagaje que ha sido justamente reconocido en numerosas ocasiones. Desde 2015 es miembro de número de la Academia de las Artes Escénicas de España y correspondiente de las academias de la lengua española en Chile, Norteamérica, Puerto Rico y Filipinas, además de formar parte de las Academias de Buenas Letras de Barcelona, Granada y Córdoba. Por supuesto, capítulo aparte merece su constante presencia al frente de instituciones científicas, dentro y fuera de España. Por ello ha sido, más que un testigo privilegiado, un protagonista directísimo de la transformación sustancial que ha experimentado la ciencia en España en las últimas décadas. Cuando se le pregunta si la percepción de los científicos españoles ha cambiado adopta un semblante grave, casi tirando a solemne: “mucho, mucho, ha cambiado mucho. Sobre todo, ya nos respetan en el extranjero. Somos reconocidos en Francia, en Italia, en Alemania, en Estados Unidos, ahora con la pandemia se ha podido viajar menos. Pero, sobre todo, tenemos un pedigrí, tenemos voz, por ejemplo, en la Asociación Internacional de Semiótica logramos que el español fuese lengua oficial, que antes eran solo el francés y el inglés, a causa de que tenemos una producción, aquí en España y en América. Eso también yo lo he promovido mucho, la federación latinoamericana con la revista De Signis. Tenemos un sedimento, saben lo que hacemos y nos respetan.”

"Al final, incluso los más carcas y reaccionarios, empezaron a estudiar las cosas de otra manera”

Un científico abonado a la innovación

En ese cambio de percepción, al menos en lo tocante a la literatura y a la semiótica, tiene una responsabilidad más que manifiesta, por varios motivos, además. Para empezar, por su firme compromiso con la innovación científica. Cuando se repasa la trayectoria académica de José Romera Castillo, puede dar la sensación de que lo más natural en un científico sea la búsqueda infatigable de nuevos horizontes, de nuevas perspectivas, de nuevas implicaciones, de nuevos temas. Digamos que, no por ser lo más recomendable, esa capacidad constante de innovación es menos excepcional. Pero el caso es que no es tan frecuente. Mejor dicho, es algo absolutamente excepcional, en un mundo científico con tendencia natural al anquilosamiento. Romera, sin embargo, lo asume con una franqueza modesta. Parece como si hubiera sido algo casi inevitable, o incluso reflejo, como el impulso de nos hace respirar o proteger los ojos ante un exceso de luz. Él, desde luego, no se concede ni un milímetro de arrogancia. “En mi caso todo empezó desde el principio, desde mi tesis. Ahí estudié el estructuralismo, la sociocrítica, la psicocrítica y la semiótica. Al ver lo que se estaba haciendo en Europa, y que aquí no había nada, pues tomé ese camino, sin pensar que lo que uno postula sea lo mejor. Pero bueno son perspectivas, distintos puntos de vista”.

Ese vistazo a lo que sucedía por Europa suponía adentrarse en cuestiones fundamentales para el estudio científico de la literatura. “Imagínate, el estructuralismo aquí ni se había abordado, porque aquí todo era forma y fondo. Pero, claro, la estructura interna, la arquitectura de una obra, que es lo que el estructuralismo aporta, resulta fundamental. La psicocrítica incorporaba aportaciones estupendas de Freud, de Jung, de Foucault, de Lacan. La sociocrítica incluye toda la crítica marxista que, claro, entonces aquí estaba prohibida con Franco y que se vinculaba con un movimiento por el cual yo me inclino más, la Sociocrítica de la Escuela de Fráncfort, mucho más filosófica, menos dogmática, con Adorno a la cabeza. Eso había que verlo, había que estudiar esto”. Completaba ese cuadro de actualización de la ciencia literaria en España la semiótica, una de sus grandes señas de identidad.

Lo hizo, estudió todo eso. Y fundamentó los estudios semióticos en España, de los que ha sido un referente incuestionable e indiscutido. Ese logro temprano no detuvo su capacidad de innovación. Más que situarse en la última frontera del conocimiento, fue abriendo varias puertas detrás de ella, transformando los lejanos confines de futuro en una asequible cotidianidad científica. A la semiótica le siguieron la didáctica de las lenguas y la literatura, los estudios de sociología del teatro, la producción cultural de las minorías marginadas, el diálogo entre disciplinas, ahora el lenguaje no verbal. Mañana estará en algo nuevo, seguro.

"No fuimos a romper con todo lo anterior, sino que quisimos dejar todo lo que había bueno y traer metodologías nuevas”

Una generación que cambió la mentalidad científica

Sin embargo, en la España que estaba sacudiéndose los cuarenta años de dictadura franquista esa no era tarea exenta de dificultades académicas. Se lo menciono y lo recuerda sin acritud. Sonríe, como si fuera una aduana poco menos que inevitable y, por momentos, hasta comprensible y, desde luego, asumida sin mayor incordio. Es más, de inmediato apunta que “lo pagamos todos, todos los innovadores, no yo solo”. Ese es un retazo de historia académica española, imprescindible para la transformación científica del país, además, acometida con un talante exquisitamente respetuoso. “Nosotros no fuimos a romper con todo lo anterior, sino que quisimos dejar todo lo que había bueno y traer metodologías nuevas. Al principio sí que tuvimos que pagar un peaje”.

Hace un breve inciso, para restar importancia a esas cosas, aunque al final tiene que reconocer que “bueno, sí que costó algo. A mí me costó presentarme a tres cátedras. Las dos primeras la dejaron vacante y a la tercera salí. Es que yo era el moderno”. Vuelve a sonreír. No le da importancia a esas trabas, ni tampoco a los argumentos que circularon esos días. “Se nos acusaba de meter la literatura en un cajón. Y, no, se trata simplemente de utilizar métodos que ofrezcan más luz para ver un texto. Pero es ya es historia pasada”. Y vuelve a ser ponderado, nunca deja de serlo. “No quiere decir que sean las mejores, ni los únicos, pero sí que era bueno incorporar distintos puntos de vista, que unidos se complementan y enriquecen”. Entre otras cosas, el tiempo ha terminado por darle la razón. “Al final, incluso los más carcas y reaccionarios, empezaron a estudiar las cosas de otra manera y hoy en día eso está completamente asentado”.

El precursor de la divulgación del conocimiento

Foto en Teatro Español  programa TVE-2  en 2019
Foto en Teatro Español programa TVE-2 en 2019 / D.A.

Pero queda otra contribución no menos valiosa de José Romera Castillo al desarrollo de la ciencia humanística en España. Esa impresionante trayectoria científica no se ha quedado circunscrita única y exclusivamente a los más de 40 libros y 200 artículos que ha publicado, lo que no habría sido escasa contribución, por descontado. Ha sido también un infatigable muñidor de actividad académica e intelectual. De su laboriosa constancia, de su capacidad aglutinadora, han surgido referencias inexcusables del pensamiento humanístico contemporáneo. La Asociación Española de Semiótica, la Asociación Internacional de Teatro del siglo XXI, la Federación Latinoamericana de Semiótica, la International Association for Semiotic Studies, de ALFAL, la Asociación Internacional de Hispanistas, todas llevan su sello, entre otras muchas iniciativas de ese tipo. A ello, además, debe agregarse su labor como demiurgo de diferentes premios literarios y teatrales. Se lo recuerdo y Romera lo comparte, de nuevo, con un registro amable y distendido. “Como dice Antonio Carvajal, le voy a quitar el puesto a Santa Teresa de tanto fundar cosas”.

Probablemente el siempre agudo Antonio Carvajal, poeta granadino elegante e intenso, lleve razón. El caso es que José Romera Castillo fundó más cosas, a veces de modo sutil. Ha sido uno divulgador científico infatigable. Aunque reconoce que no es tarea inmediatamente accesible. “No deja de ser muy complejo. Primero, los medios de comunicación han de estar por ello. Y después que haya personas que estén dispuestos a hacerlo”. Él, desde luego, ha predicado con el ejemplo. “Todos los viernes en Radio Nacional tengo programas divulgativos y ya vamos por ciento y pico, tanto de lengua como de literatura. De manera que, por lo que a mí respecta, yo he cumplido con esa labor y sigo cumpliendo. El último programa se emitió el jueves pasado y ahora tenemos la dos grabaciones de este mes”. Por supuesto que lo ha hecho, porque lo que no cuenta es que antes de los micrófonos radiofónicos fue autor y coordinador de una gran cantidad de espacios literarios que aparecieron en TVE-2, en el Canal Internacional de TVE y en RNE-3. Por fortuna, las tecnologías han permitido que hoy sigan siendo accesibles a través de la página que se ha reservado en Canal UNED. Esa tarea divulgadora asume con serenidad sus propias limitaciones, sin concesiones a una grandilocuencia inútil. En su opinión, tenemos que asumir que “la cultura es minoritaria; de nuevo Juan Ramón, esa inmensa minoría. Pero es la realidad que tenemos. Y los culpables son los estados que se deberían ocupar más de la cultura, porque es tremendamente importante para su desarrollo “

Esta en lo cierto, otra vez. La universidad debería buscar, y encontrar, vías efectivas para transcribir todo lo que construye y aporta. Una vez al año abandonamos nuestra atalaya de cristal, explicamos cuatro cosas apresuradamente y tranquilizamos nuestras consciencias. No me refiero a eso, obviamente. Me habría gustado que la sociedad almeriense en su conjunto, más allá de los universitarios, hubieran tenido la ocasión de escuchar a José Romera Castillo. Pienso en instituciones culturales de ámbito local o provincial, en asociaciones culturales, en foros ciudadanos, en vías que pongan en circulación el conocimiento más allá de las universidades. Por descontado, para que ello sea así son necesarios interlocutores.

Pero, de momento, mientras somos capaces de articular dinámicas de ese tipo, nos queda la satisfacción de haber contado con el Profesor Romera Castilla, este ciudadano mundial de Sorvilán (Granada) que ha sido capaz de completar el círculo del conocimiento y devolver a la sociedad todo lo que ha sido capaz de hacer. En ese sentido, nos ha aportado un magisterio auténtico, el que transciende lo científico y nos da continuas lecciones humanas. Eso solo está al alcance de unos pocos, muy pocos.

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