Convento de Las Puras (VII): Terremotos
Crónicas desde la ciudad
Dos sucesos tan dispares como los movimientos sísmicos durante 1804 y la entrada de las tropas napoleónicas invasoras en Almería, afectaron a su patrimonio y perturbaron la paz del convento
Almería/La ocupación francesa en los albores del siglo XIX provocó una inusitada inquietud entre la pacífica población almeriense. Un trienio (1810-1812) tan sorpresivo como desconcertante para la inmensa mayoría. Hace prácticamente una década concluía el bicentenario de la invasión napoleónica; un extraordinario suceso en el devenir histórico cuya onomástica debía, a mi juicio, haber sido convenientemente conmemorado. Me preguntaba entonces y les pregunto ahora: ¿saben de algún acto promovido por el Ayuntamiento respecto a la efeméride?, ¿cuáles fueron las iniciativas lúdicas de los antecesores al actual equipo de gobierno, del mismo signo político? ¿Conocen -por seguir con flagrantes ejemplos de desidia e inoperancia- su programación en el pasado 125º aniversario de la plaza de toros, salvo las fotografías que el anterior alcalde se hizo en el patio de caballos?, ¿alguien recuerda alguna celebración con motivo del 2º centenario de la Feria de Almería?, ¿y del 1º del fallecimiento de Trinidad Cuartara Cassinello (un busto, una rotonda, una calle céntrica) el más genial arquitecto almeriense del siglo XIX-XX, al alimón con Enrique López Rull? ¿Para cuándo el reestreno del himno oficial de la ciudad: música y letra del maestro de capilla catedralicio, Manuel Martínez, y del literato Antonio Ledesma? ¡Y todo ello en el “debe” de un partido conservador que añade el concepto “Tradición” al enunciado administrativo de la concejalía de Cultura… ¡Jesús, que tropa de ineptos¡ Pero prosigamos con las cuitas de nuestras apreciadas concepcionistas!
Violencia sísmica
Pero antes de abordar la invasión napoleónica, es obligado dedicarle espacio al recurrente capítulo de los terremotos, el mayor desastre natural -junto a las cíclicas riadas e interminables años de sequía- padecidos por la provincia en centurias pasadas y recientes. La situación geotectónica de Almería conlleva un relativo alto riesgo de sismicidad. Desde tiempo ancestral se documenta una importante secuencia de ellos, hasta culminar en el devastador de 1522, con origen en las Azores y maremoto que azotó violentamente el mar de Alborán. Los estudiosos manejan cifras exorbitantes: de IX-X grados en la escala Richter y 2.500 fallecidos, el 40% de la población medieval.
A las diez de la mañana del 22 de septiembre la tierra tembló como anunciando el fin del mundo. Ríanse de Atila y sus huestes: no dejó piedra sobre piedra. Las viviendas caían desplomadas y los recios muros de la Alcazaba se cuartearon hasta los cimientos. Almería tardaría décadas en sobreponerse a la desgracia que no solo arruinó a la ciudad murada y la economía, sino que segó miles de vidas humanas. Dos Reales Cédulas de Carlos Iº concedieron ayudas para su rehabilitación y exenciones fiscales al vecindario. La Almedina hubo que deshabitarla, poblándose el arrabal de la Musalla, nuevo eje urbano, político, administrativo y comercial al este del primitivo cerco murado. A partir de entonces Las Puras gozaron de nuevos y distinguidos vecinos: catedral, hospital, casas del Concejo municipal, aduana, plaza del juego de cañas y toros… Distintos testigos presentes o recientes a la tragedia dejaron testimonio escrito. Con la tinta teñida de luto se manifestaba el cronista Pedro Mártir de Anglería:
El terremoto ha sacudido la ciudadela (Alcazaba) y su insigne templo catedral, juntamente con todos los conventos, derribándolos por tierra y lanzando en pedazos sus sillares ¡Que horror!... De entre los edificios de la ciudad entera apenas si escaparon vivos dos; otros dicen que uno, supuesto que el otro ha quedado cuarteado. Cuando mayor y más sólida era la estructura de las casas, con más facilidad caían al ser sacudidas. Conjetura cual sería el llanto de los supervivientes, cuales los lamentos de los niños y de las mujeres entre tanta calamidad…
Se desconoce el número y filiación de las monjas fallecidas, pero sí se sabe que las casas y torres que habitaban fueron arrasadas, obligándose a la reconstrucción del convento en la forma que hoy conocemos; conservando materiales del derribo e incorporándolos a la nueva edificación. De este seísmo perdura la noticia, ya adelantada, de la abadesa, sor María de San Juan, y la niña María de Santiago, salvadas “milagrosamente” de entre los escombros conventuales.
Barraca
Aunque no quede memoria escrita, debió afectarles igualmente el de 1790, con epicentro en Orán y que abatió el monasterio e iglesia de San Francisco (hoy parroquia de San Pedro). En cambio, está oportunamente descrito lo ocurrido en el transcurso del ya más cercano año 1804, principiado el día 13 de enero al toque de oración. Al parecer no hubo víctimas que lamentar, pero el terror paralizó de nuevo a la población que, presurosa, abandonó sus viviendas: los ricos marchándose a sus haciendas en la vega y pueblos cercanos, y la mayoría a las cuevas circundantes y descampados, donde se procuraron techo y cobijo. Al igual que hicieron las monjas Puras, salidas de la rígida clausura para instalarse en el compás anexo al torno y puerta seglar y seguidamente en una improvisada barraca alzada en la plazuela de La Fuente (actual de la Administración Vieja de la Renta), sobre el solar donde luego construyeron el colegio de La Inmaculada (sede la UNED). Y así desde el 25 de agosto, onomástica de San Luis, “a la hora de Tercia, durante la Misa Mayor”, hasta “el 8 de octubre del mismo año que alentadas y vivificadas de auxilio superiores, se entraban de día en la Clausura y de noche se salía al Compás”.
Sus homónimas Clarisas se asentaron asimismo en sendas tiendas de campaña armadas en la Plaza Vieja. Los temblores, decrecientes en intensidad, no cesaron hasta las vísperas de Navidad por más tedeums, misas y rogativas ofrecidas al Altísimo. Deberían leer la furibunda homilía pronunciada en la catedral por el canónigo magistral Diego Carlón, con los feligreses como destinatarios, a los que culpaba de todos los males y como castigo a la relajación en las costumbres y modas pecaminosas, atentatorias de la moral cristiana. La procesión con el pendón real en la fiesta de la “reconquista” tuvo que celebrarse en el interior de la catedral, “por estar apuntaladas las casas del recorrido unas con otras, lo que impide el paso del estandarte”.
En mérito atribuido a la Virgen del Mar por la ausencia de bajas humanas, el Ayuntamiento incoó proceso administrativo tendente a declararla patrona de Almería y sus arrabales de Huércal y Viator. Sobre ello se extendieron José Mariano del Toro y el sacerdote Bartolomé Carpente Rabanillo cita un libro inédito de fray Francisco López y Castro en el que se relata lo acontecido: “Cosas notables del Real Convento de la Purísima de Almería, 1810”, también desaparecido en las llamas durante los aciagos meses de barbarie de 1936. Otro manuscrito se perdió o lo quemaron asimismo durante la furia iconoclasta desatada; este referido a la ocupación francesa (en la que me detendré la semana próxima), siendo abadesa sor Antonia María de Santa Rosa Esteban de Valera.
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