Dietario de España
Antonio Hernández Rodicio
El Gobierno y la lógica sopera
Crónicas desde la Ciudad
Almería/El siglo XVI fue el del asentamiento definitivo del Real Convento de la Limpia Concepción. Y el de los duelos y quebrantos padecidos a la par que los sufridos por el resto de la sociedad almeriense, a la que se había integrado desde el primer momento. Atendiendo a los objetivos cristianizadores del territorio peninsular fijados por los RR.CC. –finalmente cumplidos con la “reconquista” del Reino de Granada-, el Concejo, Alcaide, Justicia y Regimiento de la Ciudad (nombre con el que se conocía al actual ayuntamiento) había mostrado su interés por la presencia de una comunidad femenina que, junto a las otras tres masculinas, culminase la transición de la ciudad medieval islámica a la conventual, en la que dominarían las torres de los campanarios y los altos muros protectores de su intimidad. Incluso, pareció existir una cierta connivencia con los Franciscanos para que el Papa acelerase la conmutación de determinadas cláusulas testamentarias de Gutierre de Cárdenas que demoraron su llegada.
Instaladas en su nueva casa, pronto gozaron del favor del vecindario. Su fama de generosidad con los más necesitados (quienes constituían una auténtica legión) traspasaron las paredes de la clausura. Los poderosos le prestaron apoyo a través de sustanciosas mandas, donativos y censos a su favor; al tiempo que florecieron sustancialmente las vocaciones por vestir el hábito blanco y la capa azul que las distinguen. Y destinatarias de puntuales prebendas municipales. Vean una concesión (AMAL, legajo 1, doc. 18), no tan anecdótico como aparenta y sí reflejo de la corriente a favor de las religiosas. Reunión de Cabildo de 9 de marzo de 1544: “Acuerdo de la Ciudad para que se le dé al despensero de las monjas, primero que a otra persona el pescado necesario para su Convento”. Esta y distintas prebendas las justificaban en tales términos: “Haciendo justicia a los merecimientos de esa venerable Comunidad, que tan en alta estima tuvieron siempre, y han tenido y tienen los hijos de Almería”.
No es posible ni obligado confeccionar un censo siquiera aproximado de las más significadas mujeres que aquí dejaron su huella. Bien por su origen en la nobleza provincial, bien (las que más) por sus manifiestas virtudes de caridad y eficacia en el gobierno de una Casa comunal que en los momentos de mayor esplendor llegó a contar con noventa religiosas: abadesas, discretas, profesas, novicias y postulantes. Con un considerable volumen de trabajo al exterior, amén de las obligadas prácticas litúrgicas diarias: bordado, enseñanza, repostería o encuadernación. Valva un ramillete de nombres y fechas:
En el archivo monacal quemado se custodiaban igualmente testimonios de quienes salieron a “fundar” a Guadíx. En la antigua Acci granadina se erigió otro de La Purísima a expensas de Juan de Viedma y Sotomayor, “uno de los doscientos Caballeros ganadores de Guadíx, a quien los reyes Dº Fernando y Dª Isabel dieron en el repartimiento ricos heredamientos”. Su segundo hijo y albacea, Bonifacio, beneficiado de la iglesia de San Miguel de aquella importante ciudad dio cumplimiento a la voluntad paterna según escritura firmada en la Navidad de 1558. Pues bien, hasta allí se desplazaron las cinco sores siguientes. Naturalmente, la cercanía geográfica y procedencia hizo que ambas comunidades mantuvieran un estrecho contacto y se profesasen mutua simpatía:
Además de los terremotos, a los que en su momento dedicaremos espacio, el primer revés serio le sobrevino tras el alzamiento morisco de 1568 en La Alpujarra y Almanzora. De los “moros que no se fueron” y de los que, lícita o subrepticiamente, regresaron paulatinamente del norte de África, reagrupándose con los que aquí quedaron. La bibliografía es extensísima y no es posible entrar en mayores consideraciones. Aunque sí señalar, además de los desastres de la guerra, el quebranto que supuso al patrimonio de las órdenes religiosas que poseían fincas y ganado en el escenario de la contienda.
Mientras que duró el conflicto y tras la requisa por la Corona de sus tierras de labranza y secano, los consejeros de Felipe II consideraron que los lotes a repartir entre los nuevos repobladores pertenecían a los moriscos levantados en armas, cuando en realidad eran colonos y arrendadores al servicio de los conventos. Ahora -escribía años atrás- se repite la historia de finales del siglo XV, solo que cambiando los protagonistas desposeídos: cristianos, y bien cristianos, en lugar de musulmanes. Las Puras, como el resto de sus hermanos en religión, fueron expoliadas y les costó Dios y ayuda recuperarlas tras largos, onerosos y arduos recursos ante la Real Chancillería de Granada.
Aunque bien es verdad que no tardarían en reponerse de las pérdidas en los pueblos del Río: Alhabia, Benahadúx, Gádor, Huécija, Instinción, Pechina, Rioja, Santa Fe y Alboloduy. Valga el porcentaje señalado por Manuel Sáenz Lorite (El valle del Andarax y campo de Níjar): “… Pero si la comparación se hace a base de tierras de regadío (y no del conjunto), vemos como el convento de monjas de La Concepción y la mesa capitular (catedral), al sumar un total de 896,25 tahúllas, reúnen entre sí el 41,8% de las tierras de riego eclesiásticas”.
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