Cerro de San Cristóbal (I)

Crónicas desde la Ciudad

Perteneciente en gran parte al Patronato del Sagrado Corazón, el Cerro es la atalaya dominante sobre la Bahía y a cuyos pies la ciudad se recuesta. Urge su total recuperación

Las perchas / Colección Eduardo Del Pino
Antonio Sevillano

02 de diciembre 2018 - 04:04

Almeria/La anunciada propuesta de intervención urbanística sobre el privilegiado balcón natural –tantas veces prometida y sistemáticamente pospuesta, pese a las justas y continuadas denuncias de los vecinos ante la evidente degradación- ha obligado al Consistorio a la firma reciente de un convenio de colaboración con el Obispado, propietario del terreno y del monumento que lo corona. El Patronato del Sagrado Corazón cederá la amplia parcela durante los tres años que, previstamente, dure el proyecto; asumiendo asimismo, a través de Artcupa, los gastos de restauración de la imagen dañada.

De San Cristóbal.

que bien se ve la Bahía,

desde el cerro San Cristóbal:

La Chanca y Pescadería

que casi bañan sus olas

¡Estoy hablando de Almería!

La actualidad justifica por tanto que retomemos –en la medida de la información acumulada- el devenir del singular paraje. Tema tratado con anterioridad en distintos soportes (radio, televisión y “Castillos y Defensas”, monográfico de Diario de Almería) y que ahora ampliamos con datos inéditos o no suficientemente explicitados en la bibliografía local.

San Cristóbal, tan popular, estratégico y entrañable como postergado por los poderes públicos, es parte indisociable del pasado y presente de Almería; antes incluso de que comenzase el milenio taifal que en su momento conmemoramos. Razón que avala las sucesivas referencias en el relato historiográfico; con la salvedad de que, previo al nombre castellanizado, el geógrafo al-Idrisí lo denomina Layham e Ibn Játima (en “Tratado de la Peste”) al-Urqub o El Recodo. Desconozco el concreto porqué de San Cristóbal, cuyo nombre ya figura en el plano militar de Juan de Oviedo en 1621.

Las perchas

Al igual que en otras ocasiones nos hemos ocupado de calles y edificios emblemáticos de la ciudad intramuros o al exterior de las murallas, ahora, antes de trepar a su cima, nos adentramos por el entramado humano que desde antiguo habitaba su ladera meridional. En definitiva, un ejercicio emprendido hace décadas bajo la premisa de refrescar la memoria a los olvidadizos y de acercar –con fortuna dispar- la intrahistoria local a quienes se interesan, viven, sufren o gozan de esta capital otrora orgullo de al-Andalus y el Mediterráneo. Memoria esplendorosa cuya su configuración urbana se diluye irremisiblemente con el paso de las centurias. Aunque ya quedó atrás, hoy toca evocar un enclave con personalidad definida y que suele orillarse en el discurso periodístico: los aledaños a la Plaza Vieja. Para mejor ocasión dejamos el Quemadero, Ave María, barranco de Las Bolas o Las Adoratrices.

El geógrafo al-Idrisí denomina Layham al Cerro. Ibn Játima en cambio lo llama al-Urqub o Recodo
Claudia Cardinale y alain Delón. Mando Perdido, 1965 / D.A.

Tal como señala el Libro del Repartimiento –estudiado e interpretado por Cristina Segura Graiño-, nos encontramos en el corazón de la judería, en su segundo y definitivo asentamiento hasta la expulsión a finales del s.XIV; ya trasladada la población hebraica desde el arrabal de al-Hawd (actual La Chanca-Pescadería). Emplazada al norte de las Casas Consistoriales, en el antañón barrio de Las Piedras –en la feligresía de Santiago-, al que accedemos desde la misma plaza a través de dos aberturas. Por la escalinata a la calle Pósito avanzamos al epicentro de Las Perchas recorrida por Gerald Brenam en los años veinte del pasado siglo XX, el hispanista dibujó en "Al sur de Granada" el dédalo de patios y callejuelas estrechas y maltrechas en su prolongación al Cerro: Pósito (por el de la Obra Pía de los Briceños), de la Polka (con el caño que abastecía de agua al vecindario), Belluga, Goya, Gallo, Matadero, Alhóndiga Vieja, Mirasol, La Viña, Pleguezuelo... Sobre aquellos peldaños gastados y umbríos del arco moruno, en 1965 recrearon un zoco argelino como set para el rodaje de “Mando Perdido” (Los Centuriones), protagonizado por Claudia Cardinale, Anthony Quin y Alain Delón, entre otros.

Marginación

Un conjunto de insanas casuchas en el que antes y después de la guerra era ejercida la prostitución más sórdida por mujeres víctimas de la desgracia y el hambre. Burdeles frecuentados por “clientes” puntuales llegados del interior de la provincia al calor del negocio uvero, viajantes de limitados recursos, soldados de reemplazo o marinería que al desembarcar eran blanco de los ganchos (“pimpes”) que a modo de cicerones del sexo los conducían a antros bien conocidos por el nombre y apodo de sus inquilinas. Basta echar un vistazo al Padrón Municipal. Durante muchos años Las Perchas se convirtió en el gheto permitido por el régimen como válvula de escape a la cínica doble moral imperante. Mientras tanto, y en contraposición a la miseria rampante, individuos enriquecidos por el estraperlo y prebendados del sistema se ufanaban de la innoble práctica de “ponerle un piso a la querida”. O de marchar a lejanas localidades capitales donde no los reconocieran. El confesionario y unas monedas en el cepillo parroquial condonaban los pecados de la carne.

Los abandonados a su suerte torreones de San Cristóbal datan presumiblemente de cuando Alfonso VII

Haciendo honor al fandango almedinero (¡Mira si tengo talento / que he puesto una casa-putas / frente al Ayuntamiento!), Las Pechas eran el faro y punto de encuentro de la farándula noctámbula; imán de la juerga y borracheras low cost. Bares como Garrote, El Nido o La Lira acogían a la sombra del Pingurucho a trasnochadores de variopinto pelaje. Allí convivieron guitarristas y cantaores, murgas y comparsas, naipes y alcohol, llantos y risas. En resumen, el alma humana palpitando en su afán de trampear al hambre y a un futuro sin horizontes. Allí abrió sus puertas, y concluyo, el insalubre Matadero Municipal donde enchiqueraban las reses destinadas a las corridas feriales que se celebraban en la misma Plaza del Juego de Cañas. Toros que en las vísperas pastaban en bancales y maizales de La Hoya arrendados a particulares.

Al-Mudayma

Diversas crónicas musulmanas señalan que en la planicie de San Cristóbal existió (hacia los siglos X-XII) un núcleo poblacional diferenciado de los populosos arrabales de al-Musalla y al-Hawd: al-Mudayma, la “ciudad pequeña o ciudadela”. Otros autores opinan en cambio que solo se trataba de un recinto castrense coincidente con determinados hechos de armas. Sea como fuere, mediado el XIX el perímetro amurallado capitalino perdió en su conjunto la condición de “plaza de guerra”; aunque se mantuvo un pequeño retén en el fuerte anejo a la ermita dependiente del Obispado.

Su posición dominante sobre la Alcazaba lo hizo lugar de campamentos de Alfonso VII y Jaime II de Aragón en sus intentos de conquista. Tal y como se contemplan en un plano de Juan de Mata Prats (1852), corresponden a las tropas cristianas los muros y cimientos en pésimo estado de conservación, al que hemos abocado la incuria y desprecio de los propios almerienses por el legado histórico. Carente incluso, pese a su inapreciable coste, de una mínima señalización que ilustre a los (cada vez menos) visitantes al promontorio desde donde se disfrutan espectaculares panorámicas de la bahía, Alcazaba, La Hoya y de la ciudad blanca y moruna salpicada de horrendas edificaciones en altura. Aquí lo dejamos.

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