La mirada zurda
¿Qué es la suerte?
Coronavirus Almería
“Échense para atrás, por favor, no se me amontonen en la puerta”. Lo repetía una y otra vez Juan el celador del centro de salud de Sorbas. Conforme iba gritando los nombres de los ancianos que se tenían que vacunar, aprovechaba para pedirles distancia de seguridad. También lo hacían un par de agentes de Policía Local, pero no había manera de dispersar el gentío. Era un día grande en el pueblo y como sucede con los acontecimientos históricos, nadie se lo quiere perder y a ser posible hay que vivirlos en primera fila.
Los ancianos habían sido citados a lo largo de la mañana, entre las nueve y las dos de la tarde y lo que parecía fácil de organizar se fue complicando porque se juntaron el hambre y las ganas de comer. Por un lado, el retraso de las dosis de más de hora y media porque el camión en el que viajan los viales desde el almacén de Atarfe en Granada quedó atrapado en el accidente múltiple de la A-7. Y, por otro lado, el ansía vida de los abuelos citados, en torno a 290 de los municipios de Sorbas, Lubrín, Lucainena y Uleila, que se adelantaron al horario en el que habían sido convocados.
Y es que fueron más de uno y de diez los que desde primera hora de la mañana se habían plantado allí por sus propios medios o acompañados por sus familiares aún sabiendo que no recibirían el pinchazo hasta tres o cuatro horas después. La ocasión lo merecía y el personal del consultorio con Pilar a la cabeza tuvo que sacar todos los bancos y sillas del interior para darle asiento al mayor número de ancianos posible. Algunos familiares aparcaban el coche en la puerta y aún siendo invitados a permanecer en el vehículo porque las vacunas no llegaban, pedían una silla de ruedas para sumar un nuevo invitado a la fiesta contra el coronavirus.
Vivimos en un eterno presente sin futuro, sin planes por la pandemia y la ilusión por cambiar esta triste realidad brota incluso entre los que creen haberlo vivido todo. Los que sigan entre nosotros dentro de unos años, ojalá que fueran todos los que se inocularon aquel miércoles en Sorbas, no olvidarán ese momento en el que Alba y Rosalía les administraron una dosis de esperanza que complete su inmunidad dentro de tres semanas. Es probable que recuerden hasta el rostro tras la mascarilla de las dos enfermeras de un equipo de vacunación que está escribiendo una de las páginas de la historia sanitaria más importante del siglo en la batalla de la humanidad contra el coronavirus.
A más de uno se le escapó una lágrima de desahogo, ya en el coche de vuelta a casa, de alivio e incluso de rabia porque viven desde marzo con el temor a contagiarse o acabar en la UCI dentro de su psique, luchando por su vida en soledad, sumidos en la postración y la impotencia ante una cosa nunca vista que destruye su mundo anterior. “No he conocido nada igual, recuerdo de pequeño lo mal que lo pasamos con la varicela y también con la difteria, pero no es comparable con esta pandemia”.
Apoyado en la barandilla de una escalinata frente al consultorio, José Ramos Peña cuenta que ha venido desde Uleila en su coche, que lo habían llamado la noche anterior y que tenía ganas de vacunarse. De su quinta ochentera solo quedan dos vecinos y espera que la dosis que ya corre por sus venas le permita seguir siendo el superviviente de una generación que tanto hizo por el bienestar de los almerienses de hoy.
En Sorbas se vivieron momentos de incertidumbre por la demora en llegar del equipo móvil, pero en el momento en el que las enfermeras aparcaron el coche en la puerta del centro de salud y bajaron con las neveras (los viales se conservan a temperatura de entre 2 y 8 grados) y botiquines se disiparon todos los fantasmas y miedos de un año de pandemia. Las 'portadoras' de la inmunidad empezaron a pinchar a un ritmo frenético, a vacunado por minuto, de manera que nadie se quedó sin su dosis, terminando incluso en hora. La primera inyección fue la de José Agüero poco antes de las once y cuarto y a partir de ahí coser y cantar.
“Elena es usted muy guapa”, comenta Alba Fernández con la jeringa en la mano y una empatía fuera de lo común. “¿Ya? Ni me he enterado”, apostilla Paco, el siguiente de la lista nada más recibir su dosis.
El desconcierto inicial está superado gracias al ímpetu de las vacunadoras y a la colaboración de todo el personal del consultorio que se implica al máximo. En Tabernas, a unos 25 kilómetros de allí, ocurre exactamente lo mismo. Todos los sanitarios a una, como en Fuenteovejuna. Unos ayudan a reconstruir los viales y otros extraen las jeringas de los envoltorios. Ponen toda la carne en el asador porque no hay nada más importante que salvar cientos de vidas. Tan sólo ese miércoles se vacunaron 2.800 ancianos en diferentes puntos de la provincia.
Cuando le había llegado su hora, un señor repetía desde el vehículo, con la ventanilla bajada, que no quería saber nada de la AstraZeneca y la joven enfermera le explicó que esa no la traían, solo las recomendadas para la tercera edad. Las vacunas están llegando a todos los pueblos de la geografía almeriense y sus vecinos las reciben con alegría. Bienvenido, Mr. Pfizer.
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