Bar Tivoli: 27 años sin el dulce sabor de su leche merengada
Almería
Hay clientes que aún afirman que jamás han probado otra leche merengada tan cremosa como la que presentaban aderezada con canela pura, en copa ondulada de cristal sobre un platito de porcelana y con una limpísima cucharita de pala

Almería/Solo un empresario de la hostelería apasionado de la profesión insertaría, el 18 de julio de 1939, un anuncio en el periódico de sus refrescos, zarzaparrillas y horchatas. Con el país arrasado por la Guerra Civil, ese pequeño gesto demostró la perspicacia comercial y el deseo de agradar a sus clientes de José Jiménez Martínez (1906-1986), propietario de la cafetería “Los Espumosos”, que llegó al Paseo desde la plaza de San Pedro en 1915.
Y, con los años, aquella apuesta por la promoción le debió ir bien porque en 1952 abrió en la misma calle el café-bar Tivoli. Fue justo donde en 1925 ya estaba la cafetería-cervecería “El Oro del Rhin”, del industrial Bernardo Castillo Moreno (1884-1938) y en 1905 la “Cervecería Moderna” de Antonio García Cañadas. El nuevo café-bar tomó el nombre de la sala de fiestas barcelonesa y ocupó un local en el número 79 (hoy, el 29) al lado de la administración de loterías “San Nicolás”; donde ahora está “Adolfo Domínguez”.
El “Tivoli”, como su hermano mayor “Los Espumosos”, se especializó en cafés, churros y sobre todo en la leche merengada, elaborada de forma artesanal con productos de primerísima calidad. Hay almerienses que aún afirman que jamás han probado otra tan cremosa y exquisita como la que presentaban aderezada con canela pura, en copa ondulada de cristal sobre un platito de porcelana y con una limpísima cucharita de pala. Aquello era un manjar casi pecaminoso para el cielo de la boca… La vinculación del negocio con el helado le permitió ser, junto con el “Restaurante Imperial” y en 1955, el primero de Almería en ofrecer el bombón congelado de “Ilsa-Frigo”, que vendía bajo el slogan “para paladares refinados”.
Poco después de la apertura, José Jiménez, aconsejado por su esposa Rosario Sánchez Pozo, traspasó el bar a Juan Sánchez Ruiz, un familiar suyo que apostó por la explotación junto a su extenso clan, pero, sobre todo, con sus hijos menores, José Luis y Alfonso Sánchez Vizcaíno. Desde la muerte de Juan Sánchez, el 29 de enero de 1972 a los 70 años, sus descendientes y su viuda, Rosa Vizcaíno Miras, siguieron ofreciendo a los almerienses sus artículos de primera. También hubo reformas del interior y una decidida apuesta por potenciar los 46 metros cuadrados de terraza en la acera del Paseo; más aún, con la instalación de la primera máquina automática “Dobra” de Almería, con la que se elaboraban patatas chips para las tapas de los botellines de cerveza.
Como su fundador en 1939, “Tivoli” empleó distintos recursos publicitarios para promocionarse. Ya que los almerienses solo podían consultar en el periódico del Movimiento la lista de premios del sorteo de la Lotería Nacional de Navidad, el bar patrocinó diferentes bloques de números agraciados. Así, sobre los dígitos impresos entre el 1 y el 100 aparecía “Tivoli, servicio esmerado”; los premiados que empezaban por 16.000 llevaba anexo “su desayuno en Tivoli” … Y así, distintas llamadas: “Un buen desayuno en Tivoli”, “un exquisito chocolate en Tivoli” o “el mejor café express en Tivoli”.
La gerencia del establecimiento, de igual forma, aportaba su granito de arena en las campañas de ayuda a los más necesitados, como la de Navidad de 1958. Ésta se destinó a niños sin hogar y el café donó 250 pesetas; una cantidad importante si tenemos en cuenta que, hace 63 años, un kilo de patatas de Níjar costaba 3,50 pesetas.
Aquel café era también lugar de recados, de recogida de mensajes o entrega de objetos perdidos con derecho a gratificación. Curiosa fue la llamada pública de un ciudadano que extravió en 1968 una medalla de plata con la cara del presidente norteamericano Kennedy y pidió al alma caritativa que la encontrase que la entregara en la cafetería. Si misteriosa fue la muerte del mandatario estadounidense, no menos enigmática resultó la localización de aquel emblema almeriense.
Más de un profesional que buscaba trabajo dejaba sus señas allí para que los camareros se las facilitaran a cualquier cliente que preguntara “¿sabe usted de un oficinista? ¿hay alguna casa que alquilen? ¿conoce a algún contable?... Llegó a tener más de una docena de bármanes: Ginés Fernández Rimón - “Ginesillo” en el mundo taurino-, Manuel del Prado García, Jerónimo Fernández Yebra (1911-1990), María Rodríguez –luego, del Building- que en 1966 era la cajera o Antonio Cortés que en 1986 recibió una merecida distinción de ASHAL en una gala, junto a Paco Sierra del Club de Mar y Julio Martínez, del restaurante “808 Almería en Madrid”.
Y es que el café-bar tenía una clientela tan fija y fiel que casi se convirtió en residente; la mayoría no necesitaba pedir la “comanda” porque los camareros cuando veían aparecer al parroquiano por la puerta gestionaban su café o su carajillo con el lingüístico recurso personalizado de “marchando el cortado del señor Palenzuela”. Por allí pulularon a diario, en sus últimos años, el cirujano don José Castillo Manzano, con su peculiar sentido del humor; José Franco, Lorenzo Calderón, Francisco Ortega o Pepe Álvarez, como recordaba A. Fernández Ruiz en 1995. Empleados y directores de los cercanos Banco de Bilbao, Caja Postal o Español de Crédito desayunaban allí y cerraron más de una hipoteca en sus veladores del Paseo o en la coqueta barra del interior. Además, el periódico del día rotaba como una peonza en un orden estrictamente diseñado por la costumbre.
Pero todo tiene su final. El café-bar Tivoli cerró en 1994, hace ya 27 años, porque las nuevas generaciones de almerienses preferían otros alimentos más edulcorados, envasados o ultraprocesados. La comida basura, vamos. Su artístico letrero con caracteres en relieve siguió mostrándose al público como una reliquia de la hostelería, hasta que en septiembre de 1996 la franquicia de Adolfo Domínguez echó el ojo al espléndido y céntrico local y del Tivoli no quedó nada. Bueno, sí. El recuerdo del dulce sabor de aquella inigualable leche merengada.
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