Aventuras en bici

A la carrera. En algún lugar del ser humano se guarda el afán de explorar, de descubrir. Desde el Barrio Alto, con nuestras bicicletas, casi conquistamos el mundo

Agustín Belmonte / Agustín Belmonte

27 de octubre 2013 - 01:00

Qué bien en nuestras bicicletas las tardes sin escuela por los caminos de la Vega de Acá, por la Carrera de Alhadra hacia La Pipa o por la Rambla Amatisteros arriba hasta la Cruz de Caravaca, la Molineta o los Pinos de Lucas! Tardes de aventuras en bici, felices, despreocupadas, antes de que la adolescencia nos llevara por caminos más complicados: los del aprendizaje de la vida.

LA ORBEA

Aquella madrugada nos levantamos ilusionados: los Reyes le habían puesto a mi hermano una bicicleta Orbea de color verde. No tenía barra horizontal y llevaba unas cintitas en los puños y redecitas salvafaldas de colores en los guardabarros: era de niña. Pero nos pareció maravillosa. En ella me enseñó mi hermano a montar. Y cuando a él, otro año, los Reyes le trajeron la Iberia, yo la heredé y nos juntamos con dos bicis en la casa, todo un lujo en la época. Caballero en mi Orbea, era una pasada -se diría ahora- correr Calle Sor Policarpa abajo a toda velocidad, desde las Casitas de Papel a la Bodeguilla San José.

LA IBERIA

Mi padre la compró en una de las tiendas de bicicletas que había en la Calle Granada, Casa Ciclista López o Ciclos Mateos. También vendían bicicletas en la tienda de máquinas de coser Alfa, en la misma Calle Granada, y en Bazar Almería. El caso es que como decíamos que la Orbea era ya pequeña, él, ni corto ni perezoso, se descolgó otros Reyes con esta Iberia de talla enorme, ruedas de 700 finas, faro, dinamo y catadióptrico trasero marca Rinder, guardabarros niquelados, cartera de herramientas… Yo, cuando la heredé -por fin-, le añadí un portaequipajes, un cepo de manillar y gomas en los guardabarros, que para todo eso le iba sacando una peseta, dos, a mi abuela de vez en cuando. Antes de cada aventura, con la alcucilla de la máquina de coser de mi madre le engrasaba los ejes en la acera de la Plaza Palmera, a la sombra del gran ficus. Cuando se me pinchaba la llevaba, primero, al taller que había en la Calle Murcia, pero luego aprendí a repararla: compraba en la Calle Granada los parches, el tubo de disolución y la lija, e iba metiendo la cámara en medio cubo de agua para ver las pompas del pinchazo, toda una parafernalia.

¡Y A VOLAR!

Nos juntábamos dos, tres o cuatro amigos y nos gustaba dejarnos ir por las carreras de la Vega de Acá. Una carrera era un camino de carros entre las tapias de las fincas de labor. Estaban llenas de piedras y charcos, y era toda una odisea ir buscando el caminito más limpio para no pinchar. A veces aprovechábamos las boqueras, cercadas de cañaverales para resistir las avenidas del agua. Por la Carrera de los Limoneros y la del Doctoral llegábamos al paso a nivel de la fábrica del pan -actual puente de la Avenida Mediterráneo-. Si venía el tren, el guardabarreras lo cerraba con una cadena. Por la ermitilla de la Virgen de Montserrat íbamos al Tagarete y al Estadio de la Falange. Ese sería también nuestro camino para ir al Instituto Masculino (luego Nicolás Salmerón).

O por el siguiente paso a nivel, que estaba en Gachas Colorás, donde había un miserable asilo de ancianos (durante la Guerra y los años 40 fue cárcel de mujeres; hoy es Centro Municipal de Acogida), echábamos por el Camino de la Goleta y llegábamos al Río. Aquello sí que era una aventura.

Otras veces subíamos la Carrera de Alhadra y bajábamos por la de San Luis, por detrás del Manicomio y de las Hermanitas de los Pobres. O subíamos al Cortijo de las Palomas en la Molineta. O a la Fuentecica, que era un simple grifo en un trozo de muralla mora más allá de la Plaza del Quemadero. Y una vez empezamos el Camino de Enix: pasamos el puente de piedra sobre la trinchera de la Central Eléctrica y casi, casi hicimos… unos metros de camino por aquellas terribles cuestas.

Anochecido ya, hechos polvo, nos replegábamos a nuestro Barrio Alto como triunfantes exploradores y satisfechos expedicionarios: éramos unos héroes.

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