Álvaro Siza en Cabo de Gata
Arquitectura
En 1998 surge la oportunidad de construir un hotel en La Fabriquilla junto a las Salinas, en la falda de poniente del Cerro de la Testa, situado junto al límite municipal, pero en Níjar
Almería/La idea de paisaje se alumbra cuando se produce el encuentro de un territorio con una mirada atenta. Pero también el paisaje aflora como un testimonio registrado en las huellas que se trazan como consecuencia de la actividad agrícola, ganadera o por la necesidad de refugio. En todos los casos es necesario el concurso de la especie humana. La presencia sobre un territorio de una alberca, un balate, una tapia blanca, una era de trilla o un molino, tantas veces ayudan a potenciar esa idea romántica de paisaje. Esto lo saben bien los arquitectos, cuyo trabajo es, irremediablemente, la modificación del medio natural. En principio, para mejor.
En 1998 surge la oportunidad de construir un hotel en Cabo de Gata, en La Fabriquilla junto a las Salinas, en la falda de poniente del Cerro de la Testa —situado junto al límite municipal, pero en Níjar— El encargo del proyecto lo recibe el portugués Álvaro Siza (1933-) que es, seguramente, el arquitecto más respetado de todo el mundo. De algún modo, es el 'decano' de todos nosotros: tanto por la calidad de su obra arquitectónica —fue laureado con el Premio Pritzker en 1992— como por su activismo en favor de la democracia de su país —que le hizo colocarse un clavel en la solapa aquel 25 de abril de 1974 para celebrarlo—, así como por el hecho de ejercer una autoridad intelectual desde fuera de la Academia y una autoridad ética desde dentro de la profesión.
Durante tres días, Álvaro Siza y un grupo de acompañantes visitaron tanto el sitio donde se iba a construir el hotel como algunos lugares del paisaje almeriense. El grupo estaba formado por el poeta José Ángel Valente, Marcos Eguizábal —empresario bodeguero y promotor del hotel— y Luis Matilla —restaurador de patrimonio— quien propuso al arquitecto portugués para el desarrollo del proyecto del hotel por mediación de Xerardo Estévez, alcalde de Santiago de Compostela.
Sobre el terreno y cubierto con un sombrero, Siza anotaba y dibujaba de forma compulsiva todo lo que veía. Lo hacía en su inseparable cuaderno donde registraba decenas de croquis —esquizos—, que mezclaba con vistas del paisaje, con propuestas de intervención improvisadas, con anotaciones escritas, con detalles acotados de lo que le llamaba la atención o con representaciones españolizantes de temática taurina. Esos cuadernos ahora se custodian en el 'Canadian Centre for Architecture' junto con todo su archivo. Gracias a Luis Matilla se publican en este artículo algunos dibujos que el arquitecto le regaló.
El grupo subió hasta la Torre de la Vela-Blanca, desde donde se puede contemplar una panorámica de 180º que abarca desde la bahía de Los Genoveses o la peineta de El Mónsul hasta el Faro de Cabo de Gata. Sin salir de Níjar, visitaron la playa de Agua-Amarga —donde Siza pudo bañarse— y muy cerca de allí decidieron retratarse bajo la inmensa copa del Olivo milenario —el acebuche— quizá rememorando esa idea primera de arquitectura cuya tradición afirma que se funda debajo de un árbol. Durante esos días también visitaron la cortijada La Matanza, cerca de la Villa de Níjar, a los pies de Sierra Alhamilla: un poblado abandonado donde Siza pudo conocer la arquitectura vernácula de la zona, su implantación sobre el paisaje, su materialidad, o las relaciones —a veces no aparentes— que se producen entre sus volúmenes. Finalmente, visitaron los pueblos de Ohanes y Felix, y desde un mirador contemplaron el paisaje de cubiertas planas encaladas y 'terraos de launa' que de forma escalonada acompañan a la topografía.
desde donde se dominaba el mar, las Salinas, la Iglesia con su esbelto campanario y el poblado de Almadraba la Monteleva. El conjunto del hotel —de 3.400 m2 de superficie construida— estaba presidido por un edificio principal —con una planta en forma de 'U'— situado en lo más alto y que albergaba la recepción, el restaurante, el gimnasio y algunas salas de reuniones, además de los servicios comunes y de personal. Junto a él, pero separado, se situaba una piscina a modo de alberca. Y desde ahí partían dos líneas discontinuas en forma de zig-zag que descendían como dos centellas separadas entre sí pero de forma paralela. Esas dos trazas, de ángulos perpendiculares pero con las esquinas liberadas, albergaban cinco habitaciones en cada tramo con acceso directo desde el exterior. En total, el hotel tenía una capacidad para 100 huéspedes distribuidos en 50 habitaciones dobles con baño que además disponían de una pequeña terraza con algunas tapias blancas para protegerse del viento. En el proyecto predominaba el macizo respecto al hueco, y el blanco encalado de los muros consumía la paleta de colores: se trataba de un lenguaje conocido en el paisaje Mediterráneo. Álvaro Siza, como los mejores arquitectos, busca en sus proyectos el equilibrio entre escuchar los murmullos del genio del lugar (Genius loci) y a la vez el de pertenecer al espíritu de la época (Zeitgeist).
El conjunto del hotel dibujaba sobre el paisaje una trama de líneas ortogonales como si se tratara de una nueva ciudad fundada con un trazado hipodámico. En la obra completa de Siza no predomina esa rigidez geométrica en las plantas que dibuja, ya que siempre busca con ahínco que sus edificios se desarrollen en continuidad con las geografía de cada sitio: bien sea una traza urbana, bien sea una traza agrícola sobre el paisaje.
Sin embargo, los alzados que propone para las pastillas de las habitaciones del hotel, sí son sensibles con la topografía, dibujando un perfil escalonado que recuerda al que se produce en algunas construcciones vernáculas o en una antigua obra suya: la Quinta da Malagueira (1977) en Évora.
El hotel tuvo desde el principio una cierta oposición de algunos grupos ecologistas y representantes de la sociedad civil y política. Se sucedieron las denuncias y recursos entre la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento. Finalmente, en el año 2010 el Tribunal Supremo dio la razón al promotor, fallecido un año antes. Así que para cuando llegó esa victoria a deshora, el juego —digamos— ya había acabado.
El proyecto de Álvaro Siza no ha sido el primero ni el último de los intentos por construir un establecimiento hotelero en la zona. En 1963, el arquitecto Javier Carvajal (1926-2013) también realizó un proyecto fallido en la Isleta del Moro. Y, recientemente, el conflicto de El Algarrobico o los proyectos de la Cala de San Pedro o los Genoveses, dan testimonio de la dificultad de construir en ese paisaje de Cabo de Gata, sin duda, un lugar difícil de conquistar. Y mientras tanto, el sol y el viento siguen iluminando y zozobrando el mar en estas playas azules, doradas y dormidas al sur.
También te puede interesar