El sueño americano de Leonardo Milán
En 1920 emigró a California en busca de trabajo
Paco Milán y su hijo Francisco no conocieron a su abuelo
En 2018 localizaron su tumba y quedaron impresionados con su forma de vida
En la segunda década del siglo XX, el municipio almeriense de Doña María vivía al son del terrateniente. La actividad socioeconómica se dividía entre quien disponía de tierras para cultivo y aquellos que la trabajaban. Aún sin parras y olivos (hasta hace pocos años forma de sustento), los cereales y la crianza de ganado daban de comer a unos y otros, pero a unos más que a otros. Era una época de hastío y muchos vecinos de la comarca decidieron marcharse. Y por entonces, lo que estaba de moda era hacer ‘las Américas’. En 50 años se hicieron las maletas más españoles con destino a Estados Unidos que en los cuatro siglos anteriores. Fueron cuatro millones.
En el listado de embarque del Satrustegui, uno de los buques dedicados al traslado de emigrantes, al que tuvo acceso Francisco, el bisnieto de Leonardo Milán Ortega, aparecen otros nombres de vecinos de Doña María y pueblos vecinos, así como sus destinos; principalmente Chicaco, Michigan y Ohio. Desde ahí, en función del trabajo viajarían hasta otro lugar del basto país. El día de partida de todos ellos fue el 28 de agosto de 1920.
Era un viaje de ida y vuelta para muchos. Pero la historia estadounidense de Leonardo Milán Ortega resultó ser para siempre ¿Cuáles fueron sus experiencias de vida?
Casi un siglo después de su marcha, su nieto Paco Milán y su hijo Francisco, quisieron saber más sobre su abuelo. El lugar de destino marcado en su hoja de ruta era el municipio de Fairmont, dentro del Condado de Marion, en Virginia del Este, una zona, entonces, apegada económicamente a la minería del carbón.
Así que tras varios días en Nueva York, lugar en el que aterrizó su avión en agosto de 2018, cogieron un autobús y tras casi 20 horas de viaje llegaron al lugar donde Leonardo Milán había pasado una buena parte de su vida. Pero, en realidad, ese no fue el primer lugar en el que su abuelo recaló en Estados Unidos, sino California. Recién llegados al puerto de Ohio, en septiembre de 1921, Leonardo y un grupo de seis vecinos de Doña María se marchan a San Diego para trabajar como granjeros.
Pero Leonardo demostró desde el inicio su carácter emprendedor. Sacó de su bolsillo la receta de licores que habían forjado los parraleros de Ohanes (de donde es oriundo) y comenzó a elaborar licores y aguardiente. Creó una fábrica y le fue realmente bien.
Pero en 1928, sus amigos y vecinos de pueblo creyeron que era el momento de regresar. Con algo de dinero en el bolsillo para procurar un futuro mejor a sus familias, en 1928 viajaron a Nueva York, desde donde partiría un barco de vuelta a España. Leonardo no piso el barco, creía que debía aprovechar su oportunidad en Estados Unidos. Para algo se marchó, pensaría.
Pero Leonardo cambió de estado. No volvería a California. Decidió instalarse en Fairmont (Virginia del Este), zona en la estaba en apogeo la minería del carbón. Comenzó como minero. Pero apenas estuvo seis meses en una galería. Nuevamente, retorció sus pensamientos para darse cuenta de las posibilidades eran mayores y decidió comprar un terreno en un lugar del que él decía “era privilegiado”. Su localización: Avenida de Raunsten número 17. Cerca de la mina. Construyó su vivienda y una nave de 200 metros cuadrados que convirtió en tienda de comestibles y cantina. Y no se olvidó de su fábrica de licores, que la trasladó hasta el lugar. Sus clientes no eran otros que sus excompañeros trabajadores de la mina.
Primero les proporcionaría comida y bebida y poco tiempo después alojamiento. Con esfuerzo y el dinero ahorrado, llegó a construir hasta 60 viviendas de dos y tres plantas que fue alquilando a los mineros.
El carbón seguía dando para más. Decidió entonces comprar varias camionetas (las típicas americanas de caja y cabina), buscó gente de confianza y consiguió que los encargados de la minería le proporcionaran carbón para venderlo por casi todo el condado. “Allí, en esa época, todo funcionaba con carbón. Así que mi abuelo acertó”, explica su nieto.
Mientras tanto, en España, su mujer, Consuelo, seguía haciendo su vida en Doña María. Junto a ella tuvo dos niños, Leonardo y Francisco, de tres años y medio y dos años. Su cuidado no solo correspondió a la madre, también recibió ayuda de Vidal Milán, el abuelo de estos, y el obispo Diego Ventaja Milán, que era primo hermano de Leonardo. Diego y él se comunicaban mediante carta y le iba contando cómo crecían sus dos pequeños.
Leonardo se integró social y económicamente y apenas ocho años después de llegar a Estados Unidos, ya tenía la nacionalidad. Y eso, con todos sus beneficios, también le pudo causar un problema. Y es que fue llamado para ser partícipe de la Segunda Guerra Mundial en 1942, año en que los norteamericanos fueron atacados por los japoneses en Pearl Harbor. Fue un momento complicado, Leonardo no estuvo presente en ningún momento durante Guerra Civil española, por suerte, la vio a miles de kilómetros de distancia, pero tenía enfrente otra incluso más aterradora. Finalmente, quedó en reserva y no tuvo que ir a ningún frente. Así que pudo seguir con su vida normal.
Y, de esta forma, Leonardo construyó su particular sueño americano hasta que falleció en 1957. Su muerte se produjo trabajando, lo que hizo toda su vida. Arreglaba los bajos de una de sus viviendas. Pero estaba atacada de termita y productos tóxicos. “Yo nunca fui a verlo, pero sí recuerdo a mi padre recorriendo el camino que va hasta la estación de Doña María para iniciar el viaje que lo llevaría a Estados Unidos”, explica su nieto Paco Milán.
Tras conocer su muerte, en 1957, sus dos hijos iniciaron un viaje hacia Norteamérica que resultaría demasiado largo. Los tiempos eran distintos y los permisos de traslado más complicados. Uno, Francisco, partió desde Buenos Aires, lugar en el que entonces residía, y llegó a finales de octubre. El otro, su hijo Leonardo, viajó en una España dominada por el fascismo y llegó en noviembre. Aunque su padre estuvo en la ‘nevera’ más de dos meses, ninguno llegó a tiempo para su entierro.
Pero de vuelta al viaje de Paco y su hijo Francisco, estos ya conocían la mayoría de la historia, habían conseguido hablar con el alcalde de Fairmont; también conocieron a Robin Gómez, el City Manager de la ciudad, que les guió en todo momento.
“Me sorprendió el buen trato que recibimos desde principio a fin. No me lo esperaba. El día antes de ir al cementerio, Robin nos llevó a una tienda, porque queríamos comprar flores para dejarlas en la tumba de mi abuelo. Al final, la mujer que regentaba la tienda nos regaló once rosas rojas”. Eso fue el 13 de agosto, día en que llegaron a Fairmont.
Al día siguiente se desplazaron hasta el cementerio de la localidad. Con cientos de tumbas diseminadas y, lógicamente, con un desconocimiento total de donde se encontraba la lápida de su abuelo. Tenían tres opciones, tres rutas distintas para iniciar el recorrido. Hubo suerte, escogieron la correcta, media hora después de llegar, encontraron la tumba. “Me vine abajo totalmente. Me dolió ver la lápida. Y eso que no lo había conocido. Pero quien estaba ahí era mi abuelo. Y aun sin conocerlo, siempre se hablaba de él. Y toda esta historia, el viaje, había sido por él. Fue un momento duro pero bonito al mismo tiempo. Así que le depositamos las rosas. Estuvimos un buen rato. Y al final, nos hicimos una foto para que la familia pudiera ver la zona en la que está enterrado nuestro abuelo”.
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