Almería y las dos décadas de autoedición poética

Almería

La producción editorial de la provincia aumentó hace medio siglo, gracias a poetas y autores que pagaban de su bolsillo la impresión de sus creaciones

Poemarios de autoedición / D.A.
José Manuel Bretones

30 de septiembre 2023 - 23:13

Almería/Una tarde tórrida del final del verano de 1987 vi aparcar en la puerta del periódico que yo dirigía el Seat 127 de Manolita Osorio Blas (1912-2006), la esposa del ilustre historiador y escritor laujareño Florentino Castañeda y Muñoz (1905-1995). Como un resorte, ambos se bajaron del coche y, a pesar de la solanera, cruzaron la calle y entraron en la redacción portando su colaboración semanal. Dos folios tecleados en máquina de escribir que entregó contrariado. Jamás había visto tan enfadado al investigador que, siempre, era modélico en los buenos modales. Pero como era mi amigo, se desahogó: “Un ignorante me ha echado en cara que en Almería no hay poetas. Se va a enterar…” Y conforme se marchaba sentenció: “Voy a escribir un libro con todos los poetas de nuestra tierra. Desde antiguo”.

Durante años, Castañeda recopiló, resumió y escribió en su casa de la Puerta del Mar las hazañas de decenas de autores de la provincia. La muerte le sorprendió cuando terminaba la obra y fue su viuda quien la editó en 1998 a título póstumo. Un sorprendente y maravilloso libro de 684 páginas, que callaba al necio que lo enfureció, con la biografía de 138 escritores locales. Y no podía llamarse de otra forma: “Tierra de poetas”. Efectivamente, Almería siempre ha dado poetas. Muchos, pobres y modestos; pero poetas, al fin y al cabo.

El gremio de los impresores flexibilizó los pagos y permitió que modestos escritores abonaran sus obras “como pudieran”

Poetas sin subvención

A mediados de los ochenta nació la tertulia poética “El Aljibe” y el 21 de junio de 1985 el grupo literario “Alcaen”. Ambos giraban en torno al mundo de los versos y los sonetos. Pura López Cortés (1952-2019), José Ángel Gómez, Vicenta Fernández Martín (1956), Luis Villar, Ana María Romero Yebra (1945), Manuel Peral, José Diego García Guirao, Antonio Núñez Ferrón o Francisco Domene eran algunos de los miembros de “Alcaen”. Incluso sacaron un librito conjunto sobre Francisco Villaespesa y otro titulado “Sobrevivir. Poetas la paz”. Aquella edición, pagada sin subvención oficial, confirmó la tendencia que se había iniciado en Almería a mediados de los setenta: “la autoedición poética”. Es decir; el propio autor de los poemas pagaba los gastos de impresión, edición y distribución. Aunque, ciertamente, el objetivo no era ganar dinero sino difundir la obra, aunque fuese vendiéndola en mesitas plegables de playa por las esquinas de las calles y tener la suerte de ver, un día, una referencia en el periódico.

Hace medio siglo, publicar un libro de poesía en la provincia era complicadísimo. O te lo imprimía el filantrópico Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Almería, -claro, si eras de su cuerda- o tenías que amoldarte a las exigencias de un cura empresario o de un editor venido del régimen franquista. Por eso, muchos autores humildes, para llevar al papel sus creaciones literarias, recurrieron a la financiación con sus ahorros o a préstamos bancarios al 18 %. Y en esa función de autoedición de la cultura almeriense, los dueños de los talleres tipográficos de la época tuvieron un papel decisivo. Pepe Bretones Gómez (1934-1999), Rogelio Úbeda Galera (1931-2003), Gabriel Cruz Garcés, Joaquín Molina y Eduardo García, en “Orihuela”, Elías Martínez, Julio Matarín Rodríguez, Juan Estrella Elena, Juan Lázaro Carreño, Carmelo Ortiz Góngora, Juan Antonio Márquez Cruz, Félix Moreno Valero (1948-1990) … Todos ellos, y muchos más, sacaban de sus pequeñas imprentas obras poéticas de cien o doscientos ejemplares, cuyos autores pagaban como podían, si es que podían. Sin estos tipógrafos, poco o nada existiría hoy de la poesía urbana almeriense de los 70, 80 y parte de los 90 en las bibliotecas. Y, seguro, que el libro de Florentino Castañeda habría tenido bastantes menos páginas.

Portada del libro de poemas de "Fémina Urci" / D.A.

Las mujeres poetisas de “Fémina Urci”

En 1976, un grupo de poetisas se agrupó bajo el pseudónimo de “Fémina Urci” y publicó “Lira”, un libro absolutamente almeriense y feminista que chocaba con la realidad social de hace 47 años. La obra tendría que haber salido en 1975, coincidiendo con el “Año Internacional de la Mujer”, pero como se expresa en el prólogo “…el eterno feminismo es llegar, siempre, con un poco de retraso”. Los versos driblaron a una feroz censura a pesar de que en la contraportada se atrevieron a publicar un dibujo de Eva María Orozco consistente en un indalo vestido de mujer, con tacones, falda y pecho. Detrás de “Fémina Urci” estaban, entre otras, Adelaida Romero, Elodia Campra, Carmen Morales Joaquina Rodríguez o Isabel Ferry. Incluso había poemas de dos autoras ya fallecidas: Eloísa Romero Fornovi (+1955) y Ventura Ledesma Uruburu (+1968).

En 1976, un grupo de poetisas se unió bajo el pseudónimo de “Fémina Urci” y publicó un libro almeriense, reivindicativo y feminista

Poetas urbanos

Manuel Tolosa Linares (1922-1979), en 1975, se arriesgó con una edición de más de cien páginas de poemas titulados “Lirios junto al mar”; Manuel Palma Iglesias editó hace 31 años “Democatarsis”; Paco Urrutia (1943-2015) “Gotas de rocío”, en 1982; Paquita Piedra “Aroma de paz”; Emilia Sánchez Ramos “Cuando el amor nace”; José García Gallego “Los caminos del sol”; Victoria Cuenca Gñecco, “Adiós Granada”; el indaliano José Andrés Díaz (1917-2003) “A corazón abierto” o Pura López Cortés (1952), “Égloba urbana” y “Huellas de mi eco” amén de otros 14 títulos. Eran auténticos poetas urbanos.

Portada del poemario de Carmen García Mora / D.A.

Una de las habituales en las imprentas era Carmen García Mora, cuya preocupación cotidiana era la trascendencia de la nimiedad de las cosas. Suyos son “La senda de los espejos”, “El viejo sonido de la caracola” y “Tiempo de cristal”. José del Pino López y Carmen Fernández Lamas trataban a fondo la poesía religiosa. El primero en “Palomas y Olivos” y “Grandeza de la fe” y ella con “La promesa” y “Rumbo hacia Dios”. El desamor y el caciquismo eran los argumentos de José Francisco Molero Castilla en “En Pulpí yo te ví”, “Voy a matar a mis padres” y “Voy a cortarme las barbas para que no te asustes”. Por su parte, Antonio Blanco Caparrós sacó en 1979 el libro de poemas “Suspiros del Alma”; Antonio Jesús Soler Cano (1946-1990), -alma libre de Antas-, publicó “Para cruzar el laberinto”, “Labios de azul” y “Perfil de silencios” mientras que Carlos F. Moreno tituló los suyos “Anforas rotas”, “Memorar” y “Soliloquio sobre el amor”. Filo Lara Velasco llamó sus libros poéticos “Arena Blanca” y “Para ti”; Jerónimo Berbel, “Flores de almendro” y Ángeles Torrecillas Sánchez, “Sentimientos”.

Antonio Morón Sabio fue uno de los poetas más prolíficos. Desde 1982, y durante una década, llegó a publicar nueve pequeñas obras de poesía: “Condena de obscuridad”, “Desde la tierra que no me vió nacer”, “El camino de La Alpujarra”, “El sendero de los lirios”, “Entre sonetos y liras”, “La chica del sol vecino”, “Lo que nunca quise decir”, “Por culpa de la mala educación” y “Rimas rústicas”.

Al igual que Morón, otro poeta abonado a la autoedición fue Alfonso López Martínez (1932-2001). El autor, mientras pastoreaba con sus chotos en el Barranco de El Caballar, tuvo tiempo para aprender a leer y a escribir; luego se dedicó, desde 1973, a publicar un libro de poesías por año y a fundar la tertulia literaria “El Aljibe”. Constan, al menos, veinte títulos suyos como “Los pájaros del sueño”, “Almería, peteneras y tarantos”, “Amarradores del tiempo y de la sangre”, “Cancionero”, “Canciones del alma”, “Canto al pueblo de Laroles”, “Cartas a Dolora desde mi estancia”, “Con tu voz y mi acento”, “Cosas de la tierra”, “Doloras a mi Dolora”, “Estrofas bucólicas”, “Romance al pueblo de Válor”, “Romance del amante herido” o “Temas flamencos”. Además, en 1986, se atrevió con recopilar la vida del bandolero “Pasos Largos”. Los grupos de folk “Engarpe” de Berja y “Cal y Canto” interpretaron algunos de sus versos, al igual que Carmelo Larrea (1907-1980).

Los mencionados son una pequeñísima muestra de aquella Almería poeta, setentera y ochentera. Sin duda, la autoedición y la generosa paciencia de los impresores hicieron posible que éstos y otros almerienses experimentaran la satisfacción de ofrecer a los lectores sus creaciones literarias. Como la magna obra póstuma de Florentino Castañeda nacida de una irritación veraniega.

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