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Cultura
El enlace matrimonial entre Franco y Carmen Polo
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El enlace matrimonial tuvo que postergarse en un par de ocasiones debido a la campaña de Marruecos, en la que el futuro dictador empezó a ascender por méritos de guerra. Por fin, siendo ya Jefe del Tercio de la Legión y habiendo ascendido a teniente coronel por el monarca Alfonso XIII, el 16 de octubre de 1923 se casaron en la iglesia de San Juan, de Oviedo.
Una vez finalizada la Guerra de Marruecos y de convertirse con solo 33 años en el general más joven del Ejército español, la pareja se instaló en Madrid en 1926. El 14 de septiembre de ese mismo año, nació en Oviedo, Carmencito, su única hija. Nenuca, apelativo cariñoso con que la llamaba su padre, llenó de alegría al matrimonio.
En 1927, la primera ocasión para que doña Carmen pusiera en marcha sus grandes dotes sociales, fue cuando Franco era nombrado por orden de Primo de Rivera, director de la Academia Militar General de Zaragoza.
Su marido se sintió satisfecho del papel de su mujer manejando el grupo de señoras de los militares que la rodeaban. Años más tarde, algunos de ellos le ayudaron a preparar el golpe de Estado de 1936.
Esta feliz etapa se interrumpió al poco tiempo con la llegada de la República y con la posterior decisión de Manuel Azaña de cerrar la Academia de Zaragoza. Este hecho creo un odio feroz del matrimonio hacia el dirigente político, que les hizo salir de Zaragoza. Después de un largo periplo, nombramientos y destinos, hasta que lo mandó a Canarias como Comandante General de las Islas. Desde allí, preparó el golpe de Estado contra el régimen constitucional de la República, que desencadenó la Guerra Civil en la que salió victorioso y logró ser nombrado Caudillo de España.
Después de vivir una auténtica peripecia, doña Carmen huyó a Francia con su hija durante los tres primeros meses del conflicto bélico civil-militar. Volvieron en el mes de septiembre y ese 1 de octubre de 1936 se convertía en Jefe del Estado, doña Carmen era ya primera dama de España y una mujer con influencia en la carrera de su marido, que eligió a un insignificante militar para compartir su vida a pesar de tenerlo todo en contra, la consorte del hombre con más poder del país.
Cuando por fin terminó la guerra, tres años más tarde, se decidió que el Palacio del Pardo iba a ser la residencia de la familia Franco Polo –tras descartar la opción del Palacio Real que se barajó en esos días- y doña Carmen llegó a la que sería su residencia y la de los suyos el 15 de marzo de 1940. Seis meses después del final de la contienda que dejó al país devastado, aislado y empobrecido, Carmen Polo y Martínez-Valdés de Franco se convirtió en la señora del Pardo (1900-1988), con bien dejó claro ante el servicio Franco y que debía recibir a partir de ese momento el tratamiento de Señora.
Allí vivió la pareja, su hija y sus nietos durante más de tres décadas. Allí fue también donde ejerció su gran influencia y fundó la corte del Pardo en la que ella brilló sin la menor sombra de amenaza. El gran dictador peremitió con disimulo los anhelos de grandeza de su esposa y también su afición desmedida por la pompa, el boato y sobre todo, las joyas, su ambición de poder ejercida en la sociedad. Pero es cierto que ella siempre le guardó lealtad, lo apoyó incondicionalmente en los buenos y malos momentos y que, a su muerte, dejó el Palacio del Pardo con gran dolor y se retiró para siempre de la vida pública viviendo en el barrio de Salamanca de Madrid en la calle Hermanos Bécquer.
Real Palacio de El Pardo, emblema del régimen franquista
El origen del Real Palacio de El Pardo está en el monte. Dicho así suena como si el dictador se hubiese retirado a “sus cuarteles de invierno”. El Palacio es su principio y su fin. La visita, hace tantos años, fue en un día poco oportuno. Una gélida mañana de noviembre en la que la espesura de las nubes empapa el suelo. Por eso cuesta tanto hacerse a la idea de que Francisco Franco, el hombre que acababa de ganar una guerra, escogiera para vivir la peor zona del edificio que mandó construir Carlos V sobre el cazadero de Enrique III de Trastámara –y luego ampliara a causa de su gran prole Carlos III-, de espaldas a la fabulosa reserva natural que se mantiene desde su construcción (1547-1558) a siete kilómetros del centro de la capital, en habitaciones interiores por cuyas ventanas solo se atisba la fría piedra de la otra cara de la fachada, y en las que, por su orientación norte, nunca da el sol.
Por eso es que se comprende cómo al militar el lujo le debía sonar a chino. Desde 1982, a instancia del hoy Rey Emérito, está destinado a acoger a mandatarios en sus visitas oficiales. Los primeros en hacer uso del Palacio desde que se cambió su uso fueron los Reyes de Suecia, en ese 1982, y aunque todos se van encantados, según confirman los empleados de la sede palatina. Su pista de tenis, su campo de golf, de 9 hoyos, en el camino que llega hasta El Cristo de El Pardo y las zonas de cuidada naturaleza son argumentos más que suficientes para enarbolar la bandera de un sitio espectacular y tan cerca de Madrid.
El mayor lujo
Eso y una sauna, junto al baño contiguo al dormitorio que ocupaba el matrimonio Franco, pudiera ser, puestos a pensar en ello, las aportaciones más ostentosas, si es que tales elementos permiten hablar en esos términos, que el General, ya Generalísimo, hizo al Palacio de El Pardo.
Porque por parte de los especialistas de Patrimonio Nacional, de aquella lejana época, la opinión es unánime: la suma austeridad y el respeto absoluto por lo que había en la residencia donde murió Alfonso XII han hecho posible que el Real Palacio se conserve casi intacto. Por lo que todos llegaron a la conclusión de que a la sacrosanta historia de esta magnífica construcción castiza le vino de perlas un habitante como éste, educado en la sobriedad militar.
Las tres épocas de mayor esplendor de este palacio coinciden con los reinados de Felipe II, Carlos III y Fernando VII. Pero la historia pesa demasiado para querer borrarla de un plumazo.
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