Traje de mojaquera
Un taller de trajes de mojaquera asegura esta tradicional indumentaria
Traje de mojaquera
Una nómina de 34 mojaqueras se ha convertido en cursillistas de un taller de indumentaria histórica que se ha propuesto confeccionar 37 trajes de mojaquera con el estilo y tipismo de la época en tres meses. La iniciativa ha sido impulsada desde el Ayuntamiento de Mojácar, en colaboración con Diputación, y las clases, que se imparten por las tardes en el Centro de Usos Múltiples por una monitora a cargo de la institución provincial, ya han comenzado y finalizarán en diciembre.
El objetivo es mostrar los nuevos trajes, así las cosas, en las fiestas patronales de la ciudad, tanto en San Agustín, a finales de agosto, y en las de la Virgen de Rosario, en octubre. Según la confesión de las cursillistas, se han de invertir muchas horas de trabajo, “pero el resultado final merece la pena”. La falda es el elemento del traje “que más trabajo lleva porque tiene mucho volumen y lleva encajes y bordados”.
El traje de mojaquera constaba de enaguas; la falda o refajo; el delantal; la faltriquera; la blusa; el corpiño; el mantón; el pañuelo; el calzado y las distintas joyas que servían de adorno a la mujer, como pendientes o collares. Las enaguas eran casi siempre de color blanco, pero también había de distintos tejidos y colores estampados y eran muy rizadas en su cintura, con el propósito de dar más volumen a las faldas. Estaban adornadas con bordados y encajes muy elaborados.
El refajo se colocaba sobre las enaguas. Solía tener fondo oscuro, de tonalidades fuertes, casi siempre en negro, azul marino o granate, con rayas horizontales de diversos colores. Se adornaba en los bordes, siguiendo el dibujo paralelo al dobladillo. El tejido era de lana, fabricado en los telares del pueblo, y también sus bordados Se colocaba anudado a la cintura debajo del corpiño, que sujetaba el plisado recogido en la cinturilla de la falda.
El delantal iba sobre el refajo principal exterior. Era de tonos claros, cubriendo toda la parte delantera y rodeando media cintura. El largo llegaba prácticamente hasta el dobladillo de la falda, quedando a pocos centímetros del mismo. Se adornaba con bordados hechos al deshilado y no solía llevar bolsillos. Remataba en su borde inferior con grandes puntillas de encaje.
La faltriquera suplía la ausencia de bolsillos. Consistía en un bolso plano con abertura horizontal o vertical, dotado de cintas cosidas en los extremos de su parte superior, con las que se sujetaban a al cintura.
La blusa, por su parte, era de fino algodón blanco o de batista, con cuello cerrado a la caja, botonadura delantera, mangas de farol a la altura del codo en verano y largas en invierno. Estaban bordadas o incrustadas de encajes y sobre ella se colocaba el corpiño, de color oscuro casi siempre, preferentemente negro. El mantón era como el de Manila, se llevaba sobre el corpiño y era de seda o de otros tejidos. El pañuelo ha sido la prenda que más influido en la fama de este traje típico, pero no se empleaba en el traje de gala. Se llevaba sobre la cabeza y llegaba hasta las rodillas.
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