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Las Canales de Padules es uno de los atractivos turísticos naturales que ofrece en su interior la provincia de Almería, y que sigue siendo uno de los grandes rincones desconocidos. Un enclave único en la Alpujarra almeriense en el que Aranza y Antonio reciben a numerosos turistas, en la que es su casa “y la de todos quienes les visitan”: El Molinillo de la Abuela.
Tras bajar un camino poco habilitado, reportera y fotógrafa cruzan un pequeño puente de palés de madera reciclada hasta a un paraíso en pleno entorno natural, el cuál estos dos jóvenes han levantado por sí mismos tras más de 12 años de esfuerzo. El nombre del lugar se debe a un antiguo molino que existía en la finca hace más de 100 años y, puesto que la propiedad era de la abuela de Antonio, decidieron bautizarlo en su honor.
La historia de este lugar único comienza en 2008, cuando la crisis económica dejó sin trabajo a esta joven pareja y juntos decidieron emprender la aventura de rehabilitar una finca abandonada de la abuela de Antonio. Al principio, la idea era hacer una especie de cortijo rodeado de cultivos, sin imaginar que terminaría siendo un bar. A medida que acondicionaban el lugar, la curiosidad y necesidad de la gente que pasaba por allí para visitar Las Canales los llevó a ofrecer algo más. “La gente entraba a la finca para ver lo que estábamos haciendo y nos pedía las cervecillas que teníamos nosotros aquí y demás, y así fue como dijimos, pues vamos a montar algo que de ese servicio”, explica Aranza.
Sin grandes pretensiones y con el apoyo de familiares y amigos, que se unían a limpiar cañas y a ayudar en lo que podían, Aranza y Antonio comenzaron desde cero a levantar lo que hoy se ha convertido en un verdadero “paraíso”. En él se puede degustar una exquisita carta de comida elaborada con mucho mimo y con productos de cercanía, además de bebidas típicas de la zona como el tradicional vino de Padules, o una variedad de cervezas artesanas. Este rincón se encuentra abierto desde la primavera durante los fines de semana y festivos, dando servicio todos los días desde San Juan hasta el 15 de septiembre, para luego continuar nuevamente los fines de semana y festivos hasta noviembre.
Pero el Molinillo no es solo un lugar para disfrutar de la gastronomía y la hospitalidad de estos jóvenes que reciben con una sonrisa a todo aquel que les visita, si no que se trata de un refugio de tranquilidad y desconexión dentro del mundo frenético en el que vivimos.“Aquí no se escuchan coches, no tenemos nada cerca, es un paraíso en medio de la vida ajetreada que llevamos hoy en día”, comenta la pareja al describir el entorno que les rodea.
Además, el lugar se ha convertido en un punto de información improvisado. Ellos mismos se encargan de orientar a la mayoría de personas que llegan perdidas a la zona sobre cómo acceder a ciertos lugares como Las Canales, Los Canjorros, o hasta dónde es se puede subir siguiendo el curso del río.
Y es que este enclave natural sufre un gran desafío: la desinformación. Al llegar al pueblo, no existen guías claras sobre cómo acceder a Las Canales o qué esperar del entorno. “Los visitantes llegan aquí desorientados, teniendo que preguntar a los vecinos en el pueblo para encontrar el camino porque no hay ninguna señalización ni información”. “En muchísimas ocasiones se presentan aquí turistas con ropa inadecuada e incluso en tacones, porque no saben realmente a dónde vienen ya que solo buscan hacerse la foto”, explica Aranza.
Al mismo tiempo, los dueños de El Molinillo de la Abuela luchan por la sostenibilidad considerándose incluso unos “guardianes” del medio ambiente. Estos jóvenes han asumido labores que no le corresponden a su negocio pero que son esenciales para cuidar el lugar. Por ejemplo, se encargan a menudo de recoger la basura en la zona, prefiriendo ellos mismos subir la basura al pueblo que encontrarla esparcida en el río. Aunque la cantidad de basura ha disminuido recientemente, en años anteriores la situación era mucho más grave por una mayor afluencia de visitantes. “Las personas somos el mayor enemigo de la naturaleza y mucha gente no es consciente del daño que hace dejar toda la basura tirada en el río”, destaca Aranza.
Pero sin duda, el mayor reto que reseñan estos jóvenes ha sido la falta de apoyo por parte de las administraciones públicas. “Entiendo que estamos en un entorno único, en un parque natural con regulaciones específicas, pero hemos respetado el lugar desde el primer momento”, apunta Antonio. Sin embargo, la relación con las administraciones ha sido complicada: “Nos ha faltado el apoyo de ellas, que confíen un poco más en nosotros”, señala Aranza.
A pesar de todo, les ha merecido la pena. El negocio está a tan solo un paso de convertirse oficialmente en un restaurante, y cada día recibe más clientes que buscan un lugar donde descansar y disfrutar de todo lo que son capaces de ofrecer: comida, música en directo, paz, armonía y desconexión. “Si me dicen que vuelva a empezar no lo haría ni loca, pero ahora que veo en lo que se ha convertido y lo que hemos logrado, no me arrepiento”, concluye Aranza.
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