Casa Amalia, más de medio siglo hirviendo pucheros a fuego lento en Dalías
Gastronomía
Una fonda que aún sobrevive en el corazón de la Alpujarra por la que han pasado desde ministros a artistas como María Dolores Pradera seducidos por el sabor de la comida casera
Al atravesar el zaguán una enorme puerta de madera maciza se abre para dar paso a un momento en el que pasado y presente se unen para deleite del olfato, un deseo para el paladar y un lujo para el estómago. Un recibidor enorme bajo un techo en cúpula con décadas de historia en el que el olor te atrapa mientras te guía a la razón de ser de una fonda que aún sobrevive en el corazón de la Alpujarra almeriense, en Dalías, su cocina.
Las lentejas en agua mientras en la cazuela, una con años al fuego, borbotea el sofrito, y al frente, una mesa con verduras frescas y unas manos curtidas a base de guisos, las de Mari Carmen Ruiz Lirola, que nos recibe en la cocina de Casa Amalia, una fonda que a diario recibe a decenas de comensales dispuestos a degustar un buen cuchareo.
Han pasado 55 años desde que Casa Amalia abriera sus puertas, bueno, como fonda, porque las de la casa de la matriarca se abrían muy a menudo para deleite de muchos comensales. “Mi padre era agente comercial y mi madre era modista. Mi padre traía a cada instante a gente a comer a casa porque aquí en Dalías no había donde”, recuerda así Mari Carmen el inicio del que hoy es su modo de vida.
Así, a base de dar de comer a viajantes casi a diario, cuando el matrimonio se entera de que se ponía a la venta un caserón desportillado en el centro del pueblo, hasta entonces habitado por las mujeres de la uva durante la temporada que duraba la faena, se “liaron la manta a la cabeza” y decidieron comprarla y abrir su propia fonda. “A base de préstamos y de mucho trabajar. Empezó con tres habitaciones y ahora tenemos 12 y dos comedores, en total para unas 150 personas”, afirma.
Coma lo que quiera que le va a costar lo mismo
Las fondas eran lugares de parada obligatoria para los viajeros de antaño, y Amalia los recibía con los brazos abiertos y unos buenos guisos que han llegado a ser famosos dentro y fuera de la provincia. Y es que en Casa Amalia puedes comer cuanto quieras que el precio es el mismo. Buffet libre de comida, bebida y postre. Son solo 20 euros, que en 1965 costaban seis pesetas. Pesetas que los viajantes pagaban besadas por disfrutar de las creaciones que las manos de la que siempre fue modista hacía con un secreto, cocinar como si fuera para su familia. Y así, poco a poco, las recetas de Amalia fueron aumentando, como lo hace la masa: potaje de habichuelas, arroz con caracoles, conejo al ajillo, manitas de cerdo y su famoso manolito: un guiso de patatas, carne y arroz que antaño comían los pastores en el cerro.
Tan famosos se han hecho sus pucheros que el dintel de esta fonda lo han atravesado personalidades como Lola Flores, María Dolores Pradera o el ministro Barrionuevo, cliente asiduo, que consiguió que le concedieran a la gran Amalia la Medalla al Mérito Turístico, aunque no es el único premio que ha recibido la señora. “Por aquí ha pasado mucha gente. Vamos, que solo falta que venga el rey”, sostiene entre risas la heredera de los fogones de Casa Amalia.
Medio siglo cocinando con el corazón
Hace un lustro que Amalia “se jubilaba” y lo hacía a los 86 años de edad, tras medio siglo aderezando y guisando entre perolas. Ahora, con 91 años recibe los mimos de quienes siempre han estado a su lado, sus hijos y nietos y es ella quien disfruta de los guisos de su hija Mari Carmen, al frente de la fonda. “Yo me vine aquí cuando tenía un añillo, junto a las faldas de mi madre, en la cocina, me he criado”, asegura.
A la calidad de la comida, la buena acogida en la pensión se suma el trato familiar que hacen que este lugar de paso para viajantes sea parada obligada para vecinos del pueblo durante las temporadas del campo y visitantes de distintos puntos de la provincia e incluso de fuera de ella dispuestos a degustar un buen puchero tradicional y casero. "Nosotros vivimos aquí. Vienen a nuestra casa y se les trata de forma familiar", resalta.
Aunque todo sigue igual que cuando Amalia estaba al frente, las redes sociales y la comida para llevar también han llegado a esta posada. “La gente me llama, eligen el menú y vienen a recogerlo para llevárselo a casa”, afirma. Una iniciativa que comenzó con el estallido de la pandemia y que les permitió continuar ganándose el pan como saben hacerlo, dando de comer a los demás.
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